VI

LOS CONSTRUCTORES  DE ESTATUAS
(Rapa Nui)

    YO soy el constructor de las estatuas. No tengo
       nombre.
    No tengo rostro. El mío se desvió hasta correr
    sobre la zarza y subir impregnando las piedras.
    Ellas tienen mi rostro petrificado, la grave
    soledad de mi patria, la piel de Oceanía.

    Nada quieren decir, nada quisieron
    sino nacer con todo su volumen de arena,
    subsistir destinadas al tiempo silencioso.

    Tú me preguntarás si la estatua en que tantas
    uñas y manos, brazos oscuros fui gastando,
    te reserva una sílaba del cráter, un aroma
    antiguo, preservado por un signo de lava?

    No es así, las estatuas son lo que fuimos, somos
    nosotros, nuestra frente que miraba las olas,
    nuestra materia a veces interrumpida, a veces
    continuada en la piedra semejante a nosotros.

    Otros fueron los dioses pequeños y malignos,
    peces, pájaros que entretuvieron la mañana,
    escondiendo las hachas, rompiendo la estatura
    de los más altos rostros que concibió la piedra.

    Guarden los dioses el conflicto, si lo quieren,
    de la cosecha postergada, y alimenten
    el azúcar azul de la flor en el baile.

    Suban ellos y bajen la llave de la harina:
    empapen ellos todas las sábanas nupciales
    con el polen mojado que imperceptible danza
    adentro de la roja primavera del hombre,
    pero hasta estas paredes, a este cráter, no vengas
    sino tú, pequeñito, mortal, picapedrero.

    Se van a consumir esta carne y la otra,
    la flor perecerá tal vez, sin armadura,
    cuando estéril aurora, polvo reseco, un día
    venga la muerte al cinto de la isla orgullosa,
    y tú, estatua, hija del hombre, quedarás
    mirando con los ojos vacíos que subieron
    desde una mano y otra de inmortales ausentes.

Arañarás la tierra hasta que nazca
la firmeza, hasta que caiga la sombra en la estructura
como sobre una abeja colosal que devora
su propia miel perdida en el tiempo infinito.

    Tus manos tocarán la piedra hasta labrarla
    dándole la energía solitaria que pueda
    subsistir, sin gastarse los nombres que no
          existen,
    y así desde una vida a una muerte, amarrados
    en el tiempo como una sola mano que ondula,
    elevamos la torre calcinada que duerme.

    La estatua que creció sobre nuestra estatura.

    Miradlas hoy, tocad esta materia, estos labios
    tienen el mismo idioma silencioso que duerme
    en nuestra muerte, y esta cicatriz arenosa,
    que el mar y el tiempo como lobos han lamido,
    eran parte de un rostro que no fue derribado,
    punto de un ser, racimo que derrotó cenizas.

    Así nacieron, fueron vidas que labraron
    su propia celda dura, su panal en la piedra.
    Y esta mirada tiene más arena que el tiempo.
    Más silencio que toda la muerte en su colmena.

    Fueron la miel de un grave designio que
         habitaba
    la luz deslumbradora que hoy resbala en la
         piedra.

La presente Antología de Pablo Neruda es publicada con fines de difusión y estudio de la obra del Poeta y está prohibida su
reproducción con fines comerciales o de uso público. Todos los derechos pertenecen a la Fundación Pablo Neruda.

Sitio desarrollado por SISIB - UNIVERSIDAD DE CHILE