Silencio y Palabra en la Poesía de Neruda

por Félix Schwartzmann

En ciertas formas de experiencia poética, la relación expresiva originaria palabra-mundo, se evidencia como un motivo de creación. Tal es el caso en el sentimiento de la naturaleza que se despierta al conjuro del advenimiento del nombre y de las revelaciones de la palabra. En este sentido, Pablo Neruda, en el Canto General y todo a lo largo de su obra, exalta el despertar simultáneo de las formas del paisaje natural unido a las palabras que se van destacando como horizontes que se pueblan de existencia. Por eso (también), en su poesía se erige el silencio como categoría expresiva y modo de ser de la naturaleza. Lo revela en el doble sentido de constituir algo metafísicamente valioso, al tiempo que instancia expresiva: suprema. Diríase que el poeta persigue a través de la categoría del silencio la participación en el ser y la vida de las cosas; que intenta superar ambigüedades comunicativas, procurando alcanzar un nivel en que lo expresivo se confunde con el silencio de las cosas, donde la expresividad se disipa en silencio, porque ya somos uno con las cosas. De manera que Neruda poetiza dos momentos, aparentemente antagónicos, pero complementarios en las profundidades de la expresión: la experiencia de la naturaleza que se despliega y ahonda con el advenimiento del nombre, y la mirada casi mística que se detiene en la visión de las cosas como silencio, la naturalización del silencio, que es signo de máxima aproximación al ser de la naturaleza.

Y es que origen, naturaleza, historia, palabra y silencio sólo se comprenden reflejándose e iluminándose recíprocamente. Por eso, al comenzar el Canto General, vislumbrando en lo originario, va a transformar las cosas en palabras, a fin de penetrar en su espíritu; va a descubrir el Nuevo Mundo desentrañando los signos que evocan sus fuerzas elementales. Con profunda coherencia poética y metafísica, el mundo sin nombres es revelado por Neruda en su primordialidad, en la estremecedora armonía existencial primera. Hace surgir las cosas de aquende el lenguaje, que tal es su ficción creadora y, por lo mismo, ellas se perfilan a través de misteriosas articulaciones. Entonces, los hombres “eran rumor, áspera aparición, viento bravío”. Es el momento en que se unen la tierra y el hombre, que es hecho “de piedras y de atmósfera”. “Todo era vuelo” en esa tierra, donde el trueno era “sin nombre todavía”. Pero el hombre, que “tierra fue”, “barro trémulo, forma de la arcilla”, conserva “en la empuñadura de su arma de cristal humedecido” las iniciales de la tierra, de la tierra sin nombres y sin números, “sin nombre, sin América”. Ocurre en ella como si la palabra ''comenzara a revelar el mundo, descubriéndolo merced a ese lenguaje todavía “mezclado con lluvia y follaje”. De ahí que lo innominado y el nombre conserven la semejanza de lo recién creado, mitad silencio, mitad elementos puros expandiéndose. Y por eso las palabras encarnan en ellos, son primordial materialidad, cósmica agitación. Con hondo sentido del Verbo originario, Neruda ve amalgamarse palabra y silencio. “Cayeron las palabras y el silencio”, dice en el Canto General (que también aparecen reflejándose, en ángulos expresivos imprevisibles, todo a lo largo de su obra). “Dadme el silencio, el agua y la esperanza”, exclama en Alturas de Macchu Picchu. Y es que el silencio se erige como “una silenciosa madre de arcilla”. En él establece el albatros el orden de las soledades. Porque “todo es silencio de agua y viento”. Innumerables son, pues sus variedades. Hay silencios estupefactos y hay la geografía del silencio. Existe en la muerte, donde es “el más puro silencio sepultado”. Cabe encontrar “silencios tenebrosos” y enfrentar “multitudes espesas de silencio”. Puede brotar sangre que cae “de silencio en silencio” que, al dar en tierra, también “desciende al silencio”. Y, por otra parte, hay una primera edad del héroe que es “sólo silencio”. Asimismo, existen personajes y lugares en que todo está “dispuesto en orden y silencio, como la permanencia de las piedras”. Imagen que muestra cómo se unen en la naturaleza viviente, palabra, nombre, número y silencio; aparecen en la génesis del paisaje, en lo originario, fusionados lo vegetal, animal y humano, unidos por el silencio del tiempo que transcurre. Tal es la genealogía que vincula esencialmente palabra y mundo en la poética de Neruda.

Esta metafísica del silencio -que lo es por igual de la expresión-, constituye el soplo creador que anima a los modos de existir y de comunicar en Residencia en la tierra. Porque el silencio representa una forma de ser al tiempo que una categoría expresiva que permite, al poeta, convertir en transparentes a las cosas y a las palabras. De ahí también deriva el significado religioso de la extinción de todo murmullo.

El silencio primero del mundo, que envuelve toda la obra de Neruda, es el punto por donde podemos comprender su sentimiento de la naturaleza, inseparable de la valoración del lenguaje y de la expresividad. Profunda, hasta lindar con sentimientos místicos, es su intuición de la naturaleza como lo primordial que eternamente se origina. Recuérdese, por ejemplo, El gran océano donde dice del mar: toda tu fuerza “vuelve a ser origen” y a llenar “tu propio, ser con tu substancia”, que colma “la curvatura del silencio”. Dirá, también, de la mujer, en Tentativa Del Hombre Infinito: “Yo te puse extendida delante del silencio”. Se comprende que esta visión cosmogónica de las cosas, derive de un impulso expresivo que alcanza a los orígenes de la palabra y que, por lo mismo, limita con el silencio del mundo anterior al lenguaje. Pues ya para los místicos el silencio representa lo más esencial de la naturaleza.[1]


en: Teoría de la expresión poética. Santiago, 1967. pp.47-49


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[1] Sobre el silencio religioso y las especies de silencio, en la forma interior del lenguaje, y en los distintos tipos de convivencia, véase de Louis Lavelle La parole et lécriture, L'Artisan du livre, París, 1942, págs. 129 a 145. Además, sobre el tema de naturaleza y silencio y el silencio en la poesía y el arte, consúltese también el penetrante estudio de Max Picard The world of silence, Gateway Edition, Chicago, 1961, especialmente páginas 129 a 138, donde Picard trata del significado del silencio como anterior a las cosas, y realidad primordial, como fenómeno en si. Por último, acerca del silencio como condición de posibilidad del lenguaje, y del carácter de “ser silencioso” del logos primitivo, para los fenomenólogos, es ilustrativa la obra de J. Claude Piguet, De l'Esthétique á la Métaphysique, Martinus Nijhoff, La Haya, 1959, especialmente páginas 119 a 128.
Sobre la vuelta a Descartes en la relatividad general, y la historia de la noción de fuerza, consúltese de Max Jammer, Concepts Of Force. A Study in the Foundation of Dynamics, Harper, new Cork, 1962, págs. 240-260.

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