El Último Neruda. Los Sentimientos Primordiales
(de "Il Contemporáneo", Roma, junio de 1956)

por Darío Puccini

Después de haber leído el "Canto General", libro que por su título y por el ambicioso diseño, y, aún más, por el feliz resultado poético, se presenta con todos los caracteres de la obra central y definitiva, algunos justamente se han preguntado: "¿Y ahora qué hará Pablo Neruda?", con lo cual querían decir: "Después de este fruto de un esfuerzo extremo, los nuevos libros del poeta sudamericano aparecerán, en comparación, débiles e insuficientes... "

En efecto, el "Canto" representa todavía hoy, a algunos años de distancia de su aparición, el momento más intenso y logrado de la obra de Neruda. No obstante, sería un error pensar que este "enfant prodige" (y lo llamaremos "enfant" por su espontaneidad americana y "prodige" por su extraordinaria fuerza de innovación) pueda haber entrado en crisis o que haya dejado ya de reservarnos sorpresas. Si observamos la obra literaria más reciente del poeta chileno encontramos solamente una breve pausa, una detención momentánea, una pasajera desorientación y luego, velozmente, un nuevo esfuerzo de investigación, una valerosa reafirmación artística y una seria tentativa de recrear su propio lenguaje poético.

Recorramos rápidamente la bibliografía nerudiana de estos años. El "Canto General", que hace poco ha ingresado a la colección de Clásicos Losada (la "Contemporánea" de este editor es hoy la mayor "biblioteca económica" existente en lengua española, mientras la "Austral" de Espasa-Calpe ha perdido casi toda vivacidad), llevaba en su primera edición la fecha 1950 y había sido escrito entre el 48 y el 49, en la excepcional coyuntura de la vida clandestina y en exilio del poeta. Desde entonces, Neruda ha publicado 4 nuevos libros: "Las Uvas y el Viento", en 1953 (Editorial Nascimento, Santiago, Chile); "Odas Elementales", 1954 (Editorial Losada, Buenos Aires); "Viajes", 1955 (Editorial Nascimento); "Nuevas Odas Elementales", 1956 (Editorial Losada). La producción de estos 4 años que van desde la creación del "Canto" a la impresión de "Las Uvas" (una producción considerable si se toma en cuenta la vena no demasiado fecunda de Neruda), está llena de la experiencia de una serie de viajes a través de Europa y Asia y de la conciencia de haber conquistado una cierta notoriedad internacional.

Tal experiencia y tal consagración se reflejan en su forma ilustrativa o de crónica en los versos de "Las Uvas y el Viento": un libro nacido de las impresiones de los viajes por Asia y Europa, y compuesto en su mayor parte de poesía de circunstancia y de celebración, monótona y retórica. Al no estar sostenido desde lo interno, el poetizar exterior, instintivo, pierde energía, pierde garra, e incluso el vocabulario del escritor, habitualmente tan rico, se aligera, se adelgaza, se disuelve, hasta el extremo de parecer, en definitiva, limitado y pobre en sus continuas repeticiones y en su juego amanerado. El volumen tiene, no obstante, el mérito de registrar un testimonio noble, y por momento dramático, de un período crucial de la historia del mundo (los años del 51 al 53 fueron en Corea, en Indochina, en China, en la India, en Alemania, en Francia, en Italia, en la Unión Soviética y en todas partes, los años decisivos de la guerra fría y de la lucha antiimperialista) y el recuerdo conmovido de importantes episodios de nuestra vida espiritual (el fusilamiento de Beloyannis, la muerte de Eluard, la liberación de Nazim Hikmet). Tampoco será fácil olvidar, dentro de esta obra pletórica, las páginas del famoso homenaje a Fucik:

Por las calles de Praga en invierno cada día
pasé junto a los muros de la casa de piedra
en que fue torturado Julius Fucik...

Ni el célebre "Cuando de Chile", punzante evocación de la patria lejana, pero no perdida:

Oh Chile, largo pétalo
de mar y vino y nieve,
ay cuándo
ay cuándo y cuándo
ay cuándo
me encontraré contigo,
enrollarás tu cinta
de espuma blanca y negra en mi cintura,
desencadenaré mi poesía sobre tu territorio ...

Pero, pasando por alto el volumen de los "Viajes", colección de conferencias y de prosa autobiográfica (interesante por lo demás como documento de una vida y de una poesía: y recordemos en este sentido las páginas que refieren el encuentro ideal del poeta con Quevedo y los reales con Machado, García Lorca, Hernández, los mineros chilenos y los pueblos de América y Europa), veremos que la poesía de Neruda sufre un profundo vuelco con su libro de 1954, "Odas Elementales", y sobre todo con el reciente volumen de las "Nuevas Odas Elementales". Nos encontramos ante dos colecciones de odas -interpretadas en el sentido más tradicional de este género poético-, dedicadas a las cosas simples o a los sentimientos primordiales: al aire o a la soledad, al vino o a la esperanza, al mar o a la alegría, a la castaña o al amor, a la luna o a la solidaridad. La esencialidad del adjetivo y del sustantivo, el carácter lineal de las imágenes, la limpidez y la pureza del verso brevísimo y su ritmo contenido o interno, demuestran que Neruda ha tratado de ser fiel aquí, con la mayor consecuencia, a sus principios de simplicidad y claridad. ("He decidido -declaraba en 1953- ser cada vez más sencillo en mis nuevas poesías…"). Y, naturalmente, dado el carácter altamente emotivo de su canto y la bárbara violencia con que despliega su fértil fantasía, Neruda ha llevado a los mayores extremos esta simplicidad y claridad. Con el riesgo -como es fácil de comprender- de caer en la esquematízación (o pobreza) excesiva del verso, en el ritmo sincopado o balbuceante de la manera futurista, o en la ingenuidad y el arbitrio lírico de los impresionistas. Sin embargo, y a pesar de las limitaciones de preciosismo y de primitivismo que tienen algunas de estas odas, y precisamente porque Neruda finge ignorar ciertos riesgos o conscientemente los supera, una corriente de aire fresco, de vivaz afecto por las cosas y los hombres, de audaz descubrimiento de los hechos más genuinos de la naturaleza, recorre esta poesía.

Pan,
con harina
agua
y fuego
te levantas.
Espeso y leve,
recostado y redondo,
repites
el vientre
de la madre,
equinoccial
germinación
terrestre.
Pan
que fácil
y que profundo eres
en la bandeja blanca
de la panadería
se alargan tus hileras
como utensilios, platos
o papeles,
y de pronto,
la ola
de la vida,
la conjunción del germen
y del fuego,
creces, creces
de pronto
como
cintura, boca, ceños,
colinas de la tierra,
sube el calor, te inunda
la plenitud, el viento de
la fecundidad,
y entonces
se inmoviliza tu color de oro ...

Como un gran virtuoso de las imágenes, el poeta representa las cosas en toda su rica "humanidad": por lo tanto, la alcachofa aparece llena de ternura en su vanidad de falso guerrero:

La alcachofa
de tierno corazón
se vistió de guerrero,
erecta, construyó
una pequeña cúpula,
se mantuvo impermeable
bajo
sus escamas ...

y la castaña perfecta  en su calidad de objeto de pulida caoba:

del follaje erizado
caíste
completa,
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura.

La novedad, el secreto de estas odas no se encuentra tanto en el hecho de que con ellas el poeta logre dar imágenes inéditas de las cosas, sino especialmente en el hecho de que consigue descubrir los ligamentos que unen los objetos a las personas, de que consigue siempre pasar de lo particular material a lo universal humano. Así, luego de haber dado una imagen inquieta y áspera del mar:

No puede estarse quieto

me llamo mar repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre;

lo invoca a la clemencia y a la generosidad hacia los "pequeños pescadores":

Oh mar, así te llamas
oh camarada océano,
no pierdas tiempo y agua,
no te sacudas tanto,
ayúdanos,
somos los pequeñitos
pescadores,
los hombres de la orilla,
tenemos frío y hambre,
eres nuestro enemigo,
no golpees tan fuerte,
no grites de ese modo,
abre tu caja verde
y déjanos a todos
en las manos
tu regalo de plata:
el pez de cada día.

Si en las primeras "Odas Elementales" este andar de las cosas a los hombres aparece a menudo como un gesto retórico o moralístico, en las "Nuevas Odas" una mayor participación humana y una mayor claridad clásica hacen más verdadero y sustancioso el logro de Neruda, esto es, su actitud de vate, intérprete de todo y de todos ("Para que todos vivan -en ella- hago mi casa -con odas- transparentes"). Este más resuelto esfuerzo de humanización está, en otros términos, acompañado de una transfiguración más meditada (menos mecánica) y de una sintaxis más compleja y al mismo tiempo más libre. Basta leer algunas de las poesías más bellas de esta colección ("Oda a la arena", "Oda a la bella desnuda", "Oda al diccionario", "Oda a Jean Arthur Rimbaud", "Oda a Septiembre" y "Oda al trigo de los indios"), para advertir el salto de calidad que Neruda ha dado del primero al segundo libro de odas. Podemos extraer las características más sugestivas de estas nuevas odas en los dos poemas más intensos del libro: "Oda a la Luna" y "Oda a Paul Robeson". En esta última composición, Neruda alcanza un alto grado de emoción que se expresa ora en el grito desesperado de los negros, ora en la jubilosa esperanza de una felicidad para todos los hombres de todas las razas:

Es nuestro el sol. La tierra será nuestra.
Torre del mar, tú seguirás cantando.

En la "Oda a la Luna", el amor tradicional por "el reloj del cielo", un amor que está hecho de tantas antiguas sílabas poéticas, se convierte en argumentada y racional conciencia de una próxima conquista humana de los espacios:

... No será, no será
siempre,
prometo
en nombre
de todos
los poetas
que te amaron
inútilmente:
abriremos
tu paz de piedra pálida,
entraremos
en tu luz subterránea,
se encenderá
fuego
en tus ojos muertos,
fecundaremos
tu estatura helada...

Con este libro, no siempre sustancioso y vivo, pero no obstante densísimo de iluminaciones líricas, Neruda se confirma ciertamente como uno de los más importantes "inventores" de poesía de nuestro tiempo.


en: Revista Atenea, Concepción, año XXXIII, Tomo CXXVI, n° 373, noviembre-diciembre de 1956, pp. 448-455.


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