El
Mejor Libro Sobre el Mejor Neruda
José Miguel Ibáñez Langlois
Al cabo
de los años, entre las monografías que dedican a Neruda efímeros
comentaristas, sigue destacando, casi solitaria en su altura,
la inteligentísima obra de Amado Alonso (Sudamericana). Este
libro, justamente célebre, no es nuevo: su primera edición es
anterior a la Tercera Residencia; y la segunda, puesta al día,
es anterior al Canto General. Con todo, hasta el día de hoy
es seguramente lo mejor que se haya escrito sobre la poesía
de Neruda. Por eso su tercera edición argentina, que hoy llega
a nosotros, merece alguna reflexión.
Si, por
el tiempo en que fue escrito, el estudio abarca sólo hasta las
Residencias, este límite tiene una cierta compensación, relativa
a la unidad y densidad del contenido. Sin juzgar desdeñable
la obra posterior de Neruda, creo -como tantos-, que la potencia
lírica de aquel período no ha sido superada por su autor, y
que aún hoy sigue estando allí lo esencial. Amado Alonso se
concentra sólo en las tres Residencias, atendiendo a la poesía
juvenil de Neruda nada más que como un medio auxiliar de interpretación.
¿No habría sido tratada de la misma manera, instrumental y secundaria,
también la obra posterior al Canto General, de haberla conocido
nuestro ensayista? En todo caso -y dado lo arbitrario de estas
cábalas-, es lo que uno juzgaría recomendable hacer hoy, si
se tratara de reducir la obra de Neruda a un núcleo central,
el más significativo. Este no sería otro que la poesía escrita
entre 1925 y 1950, aureolada por una iniciación juvenil de complaciente
melancolía, y por una prolongación final de depurado oficio,
una y otra adjetivas con relación a lo permanente de su obra.
Por aquel
entonces -1951, año de la segunda edición-, Amado Alonso despedía
la Tercera Residencia con augurios jubilosos, esperando de la
conversión de Neruda al comunismo la salvación que pareció traer
a su poesía, antes hermética y ciega y ensimismada hasta casi
el límite de la autodestrucción, y luego combatiente, clara
y comunicativa, solidaria con la humanidad y henchida de optimismo.
Sin embargo, el mismo Alonso observaba con lucidez: "Comunista
se declara esta nueva poesía, pero no busquéis en ella ni rastro
de doctrinas marxistas: lo que la anima es una fiera indignación
por lo que los ricos hacen con los pobres, una esperanza de
justicia y una sed de vengativo desquite". El tiempo ha
confirmado este matiz, el predominio de la sensibilidad herida
sobre el doctrinarismo literario. Pero no ha confirmado aquel
presagio de redención poética: Neruda no ha vuelto a superarse.
Entonces, sin embargo, todo hacía pensar lo contrario. La Tercera
Residencia y el Canto General -que Alonso llegó a conocer en
parte, admirándolo suministraban los primeros y eficaces ejemplos
de una poesía comprometida, social, de combate y con todo tan
hermosa como la anterior. Pero aunque la intención y la materia
fueran nuevas, hoy vemos cómo tomaron su fuerza poética del
mismo manantial de las primeras Residencias. La dimensión político-social
llegó a la poesía de Neruda recibiendo y no dando, o quizá dando
-dando alivio psicológico, apertura al prójimo y a la historia-
en la medida en que recibía -recibía un lenguaje heredado de
experiencias anteriores y distintas, como lo eran las angustias
solitarias de su obra primera-. Cuando la experiencia social
y política debiera crearse su propio lenguaje, Neruda conocería
los límites que desde entonces han moderado su vuelo.
Y es por
eso mismo que el lector insatisfecho de la creación posterior
de Neruda vuelve a admirarse una y otra vez de la calidad que
entonces alcanzó. Mi impresión ante este libro de Alonso, años
después de haber leído por primera vez las Residencias y estos
sus comentarios, es de admiración renovada por unas y otros.
Es gran poesía la que dejó escrita Neruda, invulnerable ya a
cualquier declinación ulterior; y es habilísimo el intérprete
que mereció en el autor de estos ensayos.
El maestro
de la crítica literaria que fuera Amado Alonso nos entrega,
en estas páginas, una de las contadas obras de análisis poético
realizadas con seriedad científica en lengua castellana. Aunque
no tratara de un poeta tan cercano a nuestro interés como Neruda,
seguiría vivo este ensayo como una obra de excepción dentro
de un género -la crítica, y más aún la de poesía- que en el
ámbito hispanoamericano rara vez alcanza una calidad profesional.
Entre los extremos del lirismo crítico -poesía sobre la poesía-
y de la pedantería estilística -el poema en el laboratorio-,
tenemos aquí un modelo casi único de sobriedad analítica. Ni
el vago y caprichoso impresionismo, ni la vaciedad formal de
la estilística, al uso en este tipo de obras, se encontrarán
aquí, sino más bien esa privilegiada comprensión del sentimiento
originario de una obra poética, y de los recursos artísticos
que ese sentir engendra, uno y otro alumbrados con una sutileza
crítica que hace saborear el placer de la lectura.
Se sabe
qué fácil es descender al contenido de las grandes vivencias
de un poeta como Neruda, y perderse en digresiones sobre la
vida y la muerte, la condición humana, el tiempo y la angustia,
etc. Aunque requiera más talento, tampoco es una gran proeza
desmenuzar la cáscara formal de las estructuras lingüísticas,
el esqueleto de los procedimientos en abstracto. Lo verdaderamente
arduo a la vez que útil -lo que Alonso ha hecho aquí con Neruda-
es asomarse a la oscura intersección de la experiencia y el
lenguaje, y explicar por qué tales maneras de sentir el mundo
y la vida debían engendrar tales formas de expresión, y viceversa.
El maestro de Harvard exhibe sus mejores facultades en la captación
de estos encuentros del sentido y el sonido, de la emoción y
el verbo. Encuentros que no son siempre equilibrios, que a veces
son precisamente rupturas; divorcios tan significativos en Neruda
-tan llenos de sentido poético- como en otros pueda serlo la
armonía entre intuición formal y sentimiento.
Para Amado
Alonso, en efecto, se trata de "una poesía escapada tumultuosamente
de su corazón, romántica por la exacerbación del sentimiento,
expresionista por el modo eruptivo de salir, personalísima por
la carrera desbocada de la fantasía y por la visión de apocalipsis
perpetuo que la informa". Frente a la perfección serena
de otros -un Valéry, un Juan Ramón-, se pregunta Alonso a propósito
de Neruda: "¿por qué no también una poesía tan urgente
que esculpa a toscos hachazos, en cuyo canto se reconozca aun
el grito, donde la materia no esté del todo señoreada y reducida
a forma intencional, una poesía, en fin, de impetuoso barranco
de lluvias, no de regato de plata, impura, imperfecta y a tumbos
con materiales no asimilados?"
Esta es
la tesis central del autor. No es que quiera dar por mejor ese
programa poético, pues sabe que la poesía integral -esa idea
platónica- debe transfigurar sin residuo todo su material de
sentimientos mediante la intuición formal. Pero cuando un poeta
indudable y poderoso encuentra en este modo imperfecto de poetización
la mejor forma -quizás la única posible- de realizar su destino
artístico, debemos aceptarlo y honrar estos
sueños
que salen de mi corazón a borbotones,
polvorientos sueños que corren como jinetes negros,
sueños llenos de velocidades y desgracias.
El desequilibrio
entre el sentimiento y la intuición, en favor del primero, es
para Alonso el carácter esencial de Neruda. El máximo esfuerzo
del poeta estriba en ser fiel al sentir oscuro y poderoso que
preside sus poemas, aunque para mantener esta fidelidad deba
dejar las intuiciones objetivadoras no más que esbozadas. Y
ese sentimiento profundo de "Residencia en la tierra",
al que todos los recursos formales deben ser fieles, es el sentido
atroz de la descomposición de todo lo existente, la pérdida
de identidad de las cosas, el desgaste, la corrosión, la caída
en lo confuso; en una palabra, la visión aterradora de lo que
se deshace, visceralmente padecida, y genialmente expresada
en las propias imperfecciones y caos de su poesía.
De cuantos
recursos exegéticos pone en juego Amado Alonso, hay uno que
me parece a la vez particularmente instructivo y peligroso.
Se trata de las confidencias que le hiciera el propio Neruda
sobre ciertos símbolos, imágenes y versos oscuros, y que el
autor cita y utiliza como elemento de interpretación. Así, por
ejemplo, le confesó el poeta: "La paloma me parece la expresión
más acabada de la vida, por su perfección formal". He aquí
un verso que la contiene: "Ya sus ojos han muerto de agua
muerta y palomas..." Neruda se lo interpretó así: "¿De
qué otra cosa podía morir el tiempo, sino de lo ya muerto? Muere
de muerte. Palomas es la cadena de los seres que se suceden
sin fin".
Este procedimiento
se usa varias veces en el libro. Debo consignar la impresión
que deja. Por una parte, resulta del mayor interés para comprender
el arte de Neruda, y atisbar entre bastidores el secreto lugar
donde la vida se hace palabra, y las formas que adopta este
tránsito. Pero en otro sentido, nos puede des ilusionar, como
toda explicación de este género. Hay un misterio esencial en
la creación poética, por el cual un verso o una imagen dicen
más, siempre más, de lo que el autor quiere decir o sabe que
ha dicho. He aquí, por ejemplo, otro verso: "Yo destruyo
la rosa que silba y la ansiedad raptora... " Y su desarrollo
a la luz de la confidencia del poeta: "Anulo mis disidencias,
rarezas, estridencias (por precioso que sea lo anulado, rosa);
freno y atajo la insinuante ansiedad de hacer valer lo diferencialmente
mío... "Yo creo que está mejor sin explicación. En la oscuridad
del verso hay algo enigmático que resulta superior a todo esclarecimiento.
Por lo demás, todo poema verdadero se interpreta a la luz de
sí mismo, es una evidencia cerrada. Pero debe añadirse que Alonso
nunca apura este procedimiento, ni pretende extraer de él conclusiones
privilegiadas. Sólo la justa claridad para poner al lector en
la perspectiva correcta. Y para que, una vez dentro de ella,
el lector aprecie la oscura belleza de la obra de Neruda en
el punto más alto de su trayectoria.
José Miguel
Ibáñez Langlois, Poesía chilena e hispanoamericana actual.
Santiago: Nascimento, 1975. 399 p