Poesía
y Estilo de Pablo Neruda
CAPITULO
I
ANGUSTIA
Y DESINTEGRACIÓN
DE LA MELANCOLÍA A LA ANGUSTIA
Al
leer, en orden de producción, Crepusculario (1919), El hondero
entusiasta (1923-1924), Veinte poemas de amor y una canción
desesperada (1924) y Residencia en la tierra (I, 19251931; II,
1931-1935), descubrimos que la evolución poética de Pablo Neruda
consiste en una progresiva condensación sentimental por ensimismamiento,
un cada vez más obstinado anclaje en el sentimiento, en lo hondo
de sí mismo, desentendiéndose cada vez más de las estructuras
objetivas. El extremado ensimismamiento del poeta ha exigido
un nuevo modo de relación entre el sentir y su expresión adecuada,
y la técnica de representación ha ido extremando los procedimientos
oscuros. Concordemente con la progresión del ensimismamiento,
de la condensación sentimental y de la oscuridad de la técnica,
el sentimiento poético de Pablo Neruda sufre una agravación
progresiva en su misma índole, desde la melancolía hasta la
angustia.
Antes
de Residencia en la tierra hay en toda la poesía de Neruda una
bella tristeza que se complace en sí misma. Esta melancolía
habla mucho del dolor infinito, pero sólo en Residencia se nos
pondrá delante, y sin nombrarlo, el dolor realmente infinito.
En
la poesía juvenil, es una melancolía que se viste de nostalgia:
la tristeza del bien perdido, que se remansa en el recuerdo.
Allí las aguas de] sentimiento cabecean con embestidas amenazadoras
de angustia, pero todavía se resuelven en melancolía, un modo
de felicidad, en resumidas cuentas, porque el sufrimiento se
contempla a sí mismo envuelto en belleza y hecho canción:
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar
que no la tengo. Sentir que la he perdido.
(Veinte
poemas. Poema XX.)
Dice
en Veinte poemas. La melancolía del perpetuo adiós a las cosas
que se han ido es todavía un modo de retenerlas, es el pago
en tristeza en gracia del cual revivimos en nuestra alma momentos
de felicidad ya idos. En la obra poética de Neruda, encontramos
primero temas biográficos de melancolía que atraviesan el alma
como nubes; luego va no es un modo de estar el alma, es su modo
de ser: la bruma ha llenado todo el ámbito y ya hasta la luz
solar del amor actual alumbra ensordinada con halos de melancolía;
la alegría lleva en sí la tristeza:
Mientras
el viento triste galopa matando mariposas
yo
té amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.
(Poema
XIV.)
Como todas las cosas están llenas de mi alma,
emerges
de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa
de sueño, te pareces a mi alma,
y
te pareces a la palabra melancolía.
(Poema
XV.)
Es
un sentimiento que a veces pierde su blandura, abandono y resignación,
agrietados por relámpagos de angustia (Poema XI):
Quejumbrosa
tempestad, remolino de furia,
cruza
encima de mi corazón, sin detenerte.
En
Residencia en la Tierra el remolino de furia va no pasará sin
detenerse, porque está identificado con su corazón. Todavía
en los Veinte poemas de autor intenta refugiarse en la melancolía
huyendo de la angustia ( Poema XI) :
Ay, seguir
el camino que se aleja de todo.
donde
no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno,
con
sus ojos abiertos entre el rocío.
En
Residencia en la Tierra ya no encuentra dónde refugiarse de
la angustia, porque la angustia lo llena todo. En el pozo del
corazón los dolores caídos van amargando las aguas, pero
Aún floreciste
en cantos, aún rompiste en corrientes,
oh
sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
(Una
canción desesperada.)
En
Residencia los cantos se habrán hecho roncos lamentos y las
aguas espesas estarán desbordadas y estancadas. En la poesía
primera de Neruda, cuando apunta la angustia aquí o allá es
todavía episódica, por algo ocurrido, una angustia aguda y ocasional
que se va aflojando:
el
viento de la angustia aún las sude arrastrar,
dice
Neruda de sus palabras (Poema V), con, un aún que delata el
decrecimiento y el origen episódico.
Para
mejor ver en qué sentido ha cambiado el clima sentimental de
nuestro poeta, comparemos cómo se representa en imágenes un
mismo material objetivo en las dos épocas. Sea el sonido del
viento entubado. Dice en el Poema XVII:
llora
de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad,
hora
mía entre todas!
Bocina
en que el viento pasa cantando.
Tanta
pasión de llanto anudada a mí cuerpo.
La
pasión de llanto es un modo de buscar la felicidad en la perfección
v belleza del dolor o, si se quiere, en la trasposición del
sufrimiento a un plano de perfección estética. El sufrimiento
tiene su encanto. Soledad, nostalgia v alegría, juntas en esta
hora única y convertidas en estela de belleza, corno el cantar
del viento que pasa por una bocina. La voz del viento es un
triste y hermoso cantar. Veamos ahora en la Barcarola de Residencia
en la Tierra:
Si existieras
de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada
por el día muerto,
frente
a una nueva noche.
llena
de olas,
y
soplaras en mi corazón de miedo frío,
soplaras
en la sangre sola de mi corazón,
soplaras
en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían
sus negras sílabas de sangre,
crecerían
sus incesantes aguas rojas,
y
sonaría, sonaría a sombras,
sonaría
como la muerte,
llamaría
corno un tubo lleno de viento o llanto,
o
una botella echando espanto a borbotones.
También
aquí van asociados el viento y el llanto, pero ahora en dolorosa
equivalencia. Ya no domina el designio de embellecer los símbolos
de manera cine los elementos significantes formen un material
placentero. Ahora utiliza el feísmo: el viento va no pasa por
una bocina, sino por un tubo. Y ya no pasa cantando, sino llamando
con llanto; ya no es seguro que lo que pasa sea ese movimiento
sin sujeto que llamamos viento: quizá sea un llanto, también
sin sujeto carnal; ya no es un sonar remontado en canción y
en secreta alegría de vivir: ahora es un llamar despenado, como
el sonar de un desangrarse vaciándose espantosamente. Allí,
la nostalgia y la melancolía, con su ancla en los recuerdos
y su tristeza de ausencia (un modo de encontrarse uno en lo
perdido y de apetecerlo en busca de sí mismo, un modo de amar
v de poseer): aquí, la soledad, el ansia en la desesperación,
la angustiosa congoja del naufragio total. Si antes su sentimiento
manaba con la doliente canción de la melancolía, ya atragantado
con anunciadores sobresaltos, ahora suena como un agua feroz
mordiéndose v sonando.
EL DESHIELO DEL MUNDO
Ahora
bien, lo que sobrecoge en esta poesía es la certidumbre de que
su atroz sentimiento no es una postura adoptada como buena para
la construcción de hermosas poesías, sino que es íntegramente
valedero, porque responde a una peculiarisima visión, nítida
y desolada, del mundo y la vida . Los ojos del poeta, incesantemente
abiertos, cono si carecieran del descanso de los párpados ("Como
un párpado atrozmente levantado a la fuerza"), ven la lenta
descomposición de todo lo existente en la rapidez de un gesto
instantáneo, como las máquinas cinematográficas que nos exhiben
en pocos segundos el lento desarrollo de las plantas. Ven en
una luz fría de relámpago paralizado el incesante trabajo de
zapa de la muerte, el suicida esfuerzo de todas las cosas por
perder su identidad, el derrumbe de lo erguido, el desvencijamiento
de las formas, la ceniza del fuego. La anarquía vital y mortal,
con su secreto y terrible gobierno. El deshielo del mundo. La
angustia de ver a lo vivo muriéndose incesantemente: los hombres
y sus afanes. las estrellas, las olas, las plantas en su movimiento
orgánico, las nubes en su volteo, el amor, las máquinas, el
desgaste de los inmuebles, y la corrosión de lo químico, el
desmigamiento de lo físico, todo, todo lo que se mueve como
expresión de vida, es ya un estar muriendo:
Nadie
circule! Nadie abra los brazos
dentro
del agua ciega!
Oh
movimiento, oh nombre malherido,
oh
cucharada de viejito confuso
y
color azotado! oh herida en donde caen
hasta
morir las guitarras azules!
(La calle
destruida.)
Lo
vivo es vivo por su comezón de vivir, de moverse huyendo de
la muerte: pero cada movimiento de lo vivo es un paso de muerte,
no sólo un pasó hacia la muerte cierta con el tiempo, sino ya
un acto de muerte, un morir, una presa que la muerte hace y
que ya no suelta, pues cada movimiento, cada acto de vida engendra
un cambió en el ser vivo matando en él algo que había y, por
lo tanto, matando en él su identidad. (Oh movimiento, oh nombre
malherido!... ¡oh herida en dónde caen hasta morir las guitarras
azules!) Pablo Neruda ve cada cosa del mundo en una disgregación
incontenible. Ya su primera poesía está asaltada de esta hermosa
visión. En Crepusculario habla
De los
que van hacia la muerte
como
la sangre por las venas.
En
el XX de los Veinte poemas de amor, en medio de la nostalgia
de un amor perdido, se le escapa esta queja radical:
Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos.
Abrimos
el tomo I de Residencia en la Tierra, y desde la página inicial
ya tiene que expresarnos insistentemente su visión hablándonos
de cenizas, de lo informe, de campanadas oídas en cruz, del
sonido que se va haciendo polvo "en el mismo molino de
las formas demasiado lejos", del perfume de las ciruelas
caídas a tierra y que se pudren en el tiempo. Y en los sucesivos
poemas nos va hablando obsesionado,
De
miradas polvorientas caídas al suelo
De
podridas maderas y hierros averiados
[allí]
están golpeando las olas, destruyéndose de muerte...
Olas
del mar, derrumbes,
arrolladas corrientes de animales deshechos...
...estoy
solo entre materias desvencijadas......
caballeros
deshechos por las lentas medusas...
el
día se cae con las plumas deshechas
.
triste
voz podrida por el tiempo...
ola
de olores muriendo
envueltos en otoño
Paredes
mordidas por los días de invierno
El
aire muerde rostros
y se caen sus plumas de amaranto.
No
hay página de Residencia en la tierra en la que falte esta terrible
visión de lo que se deshace. Es lo invenciblemente intuido por
el poeta, visto contemplado. No es sabérselo, comprenderlo con
la razón es sentirlo vivirlo sufrirlo con la sangre. Los ojos
de Pablo Neruda son los únicos en el mundo constituidos para
percibir con tanta concreción la invisible e incesante labor
de auto-desintegración a que se entregan todos los seres vivos
y todas las cosas inertes por debajo y por dentro de su movimiento
o de su quietud. Son los únicos condenados a ver el drama
del río
que durando se destruye,
verso
espléndido donde se encierra la imagen definitiva de esta dolorosa
visión de la realidad. Todos sus versos están llenos de imágenes
de deformación, desposesión y destrucción, con gran frecuencia
de estructura onírica, imágenes en las que unos objetos se deforman
y desintegran con procesos sólo existentes en otros, y donde
los objetos y sus representaciones parecen empujarse, penetrarse,
comprimirse y deformarse con caótico influjo recíproco, como
en los sueños, en los que no rige el principio de contradicción:
conversaciones gastadas, sustancia estrellada, espanto derretido,
olas desvencijadas y, escamas de acero despedido, locomotoras
de vapor moribundo, elefantes derrumbados, habitaciones extinguidas,
horno convertido en vinagre, el día con las plumas deshechas,
cielo deshojado, pianos derretidos, triste voz podrida por el
tiempo; pálidas espadas muertas, olores nutriendo, espadas de
salmuera, cáscaras de cadáveres, bocas derramadas, tristes vegetales
fallecidos, días disueltos, flores calcinadas, exterminadas
fotografías, estrellas de cristal desquiciado... Es la visión
alucinada de la destrucción, de la desintegración y de la forma
perdida, la visión omnilateral que se expresa como en amontonado
relampagueo recosiendo sobre cada cosa que se deforma y desintegra
otras deformaciones y desintegraciones. Esta aparente extravagancia
de las olas desvencijadas, de las habitaciones extinguidas del
cielo deshojado, de la voz podrida por el tiempo, es expresión
de una visión de la realidad concretamente intuida y de su sentimiento
correspondiente. Rey Midas al revés, a Pablo Neruda cada cosa
que toca se le descascarilla, se le deshace en polvo, porque
la toca en su incesante raíz de destrucción. Cenizas y polvo,
polvoriento y ceniciento son palabras de insistencia en esta
poesía: "y respiro en el aire la ceniza ti lo destruido".
Hay miradas polvorientas, corazones polvorientos, sueños polvorientos,
sombras polvorientas, hay polvo podrido v muros y copas de ceniza,
Polvo
de dulce pulpa consumida,
ceniza
llena de apagadas almas
y
a cada paso ceniza y ceniza, y cenicientos caballos, cenicientos
ríos, cenicientos destinos, cenicientos danzarines,
en un
país de goma cenicienta y ceniza.
Nuestro
poeta presencia la labor del incesante molino donde se muden
las formas y las entidades, y su vocabulario está lleno de palabras
que indican estados de pérdida, desposesión o descomposición:
lo desvanecido, desteñido, carcomido, consumido, podrido, gastado,
deshecho, destrozado, trizado, decaído, desquiciado, caído,
derrumbado, viejo, corroído, corrompido, envenenado, derretido,
degradado, muerto. Y tantas cosas rotas: seres rotos, barco
roto, agua rota, rosas rotas, alcuzas rotas, río roto, vidrio
roto, pasos rotos, candelabro roto, labios rotos, pesca dos
rotos, abanico roto, cosas rotas, armadura rota, rincón roto,
objeciones rotas, y luego los peldaños quebrados y flechas quebrantadas
y trajes mordidos y paredes mordidas, y copa trizada, y pies
cortados, y lo desplomado, lo derribado, lo derramado, lo derrumbado.
La insistente imagen de la tarea desintegradora y autodestructora
de las sales es de las más características: las espadas de salmuera,
"el tacto de los muertos entre sales perdido", y la
sal que se triza, la sal golpea, la sal arruinada, sal destituida,
sal consumida, y la multitud de sal, "y hay en la boca
el sabor, la sal del dormido", su gota de sal trémula,
secas sales aéreas, su salitre seguro, sal desamparada, sales
quebradizas, y los ácidos y los golpes de azufre, y los azufres
caídos.
VISIÓN DESINTEGRADA Y REALIDAD DESINTEGRADA
Nuestra
época, en sus más altos círculos de cultura, tiene un ahínco
de desintegración. La ciencia ha hecho progresos fabulosos gracias
a la limitación de los temas y a la angostura de la mirada.
Hasta la filosofía, ese saber de la totalidad, quiere hacerse
ciencia con los procedimientos de la fenomenología, quiere dejar
de ser una concepción entrañable de la vida y del desarrollada
en pensamiento, para tratar su repertorio de asuntos como temas
académicos, parcelándolos, y colocándolos aislados bajo la lente
de sus inquisiciones y reduciendo así el filosofar a un deporte
del intelecto. Desintegración del filósofo y desintegración
de lo filosofado. La pintura impresionista, al reproducir masas
y colores sólo las sensaciones cromáticas del mundo, las que
vienen de la superficie de las cosas, desentendiéndose de las
cosas mismas y evitando que su representación nos provoque sensaciones
táctiles de objetos reales, desintegra. Y desintegra cuando,
tan sugestiva y artísticamente reduce la representación de un
rostro a tres rasgos impresionantemente expresivos. Y la pintura
cubista que nos da el esquema geométrico de las cosas escamoteando
las cosas malsanas, desintegra. Y desintegra también el expresionismo
con sus membra disjecta, y el nuevo realismo o post expresionismo
al enfatizar las sensaciones táctiles y espaciales, de modo
que no se contenta con representar el espacio en profundidad,
sino que va lo proyecta hacía afuera, y hay cabezas que se asoman
entre los listones del marco como por una ventana, y hay miembros
agrandados obsesamente, ojos donde se acumula todo el espíritu,
enormes manos cuadradas y duras como bloques de piedra. Cuando
James Joyce yuxtapone los más nimios sucesos internos y externos
de un día, pero con la terrible indiferencia de una máquina
registradora, evitando una selección e hilvanamiento valorativos
o por lo menos lógicos, desintegra. Y Marcel Proust deteniendo
su ojo analizador sobre los más fugitivos momentos de la vida
psíquica, achicando el campo visual para escrutar mejor, desintegra.
Y desintegra Ramón Gómez de la Serna para quien el mundo es
un inacabable baúl de cosas heterogéneas de las que, una a una,
va extrayendo su ingeniosidad como un devorador de caracoles.
Este
modo de desintegración es un rasgo fisonómico de nuestra época.
Un cajón de sastre, una acumulación de objetos aislados y desintegrados
de su todo, como símbolo de un estado sentimental: por ejemplo,
del estado crepuscular, o del miedo, o del ansía erótica.
También
en la poesía de Pablo Neruda existe tal modo de desintegración,
y éste es uno de los trazos más significativos con que se inscribe
en el cuadro de nuestro tiempo. En sus poemas hay manos y, pies
cortados, trenzas, pelos, uñas, máquinas y partes de máquinas,
utensilios sueltos, despojos, tantas y tantas cosas arrancadas
de sin sitio y navegando a tumbos por este tumultuoso río de
versos.
Éste
es un desintegrar por despedazamiento y violencia que se hace
la realidad. Con ello se contempla desintegradamente lo real.
Pablo Neruda además, contempla la desintegración de lo real.
La desintegración en el arte de nuestra época consiste sobre
todo en un tratamiento de la realidad; en Pablo Neruda, es un
modo de ser la realidad. En muchos modernos es una parcelación;
en Pablo Neruda, un proceso de la totalidad. La vida de todo
lo vivo es un estarse corriendo, la, existencia de lo consistente
es un estarse deshaciendo. Ni la experiencia psíquica escapa
a este destino:
Como un
naufragio hacia adentro nos morimos,
como
ahogarnos en el corazón,
como
irnos cayendo desde la piel al alma.
(Sólo
la muerte.)
Así
es corno ve Pablo Neruda el existir; no un episodio de la existencia,
sirio el existir mismo. Sus ojos contemplan con inequívoca concreción
la ruina incesante de todo lo que es,
y lo que
se desploma de las hojas:
la
oscuridad de un día transcurrido.
de
un día alimentado con nuestra triste sangre.
(No
hay olvido, Sonata.)
He
aquí la espoleta de la angustia de Pablo Neruda. ¡Si consistiera
solamente esta desintegración en un modo heraclíteo de conocimiento
de la realidad! ¡Si fuera tan sólo la oscuridad de un día transcurrido!
Pero es sobre todo un modo de afectarse por la realidad, es
que ese día ya ido ha sido alimentado con nuestra triste sangre.
Un día muerto no es menos que la muerte de lo que nosotros hemos
vivido v sido en ese día. El morir de las cosas se identifica
con nuestro nutrir. Y el poeta se angustia.
LAS DOS ÉPOCAS de Residencia En La Tierra
Es
de mucha importancia para llegar a comprender este grave modo
de poesía, para conocer su evolución hacia el logro de sí misma,
comparar esta concepción de la realidad y el sentimiento básico
correspondiente en las dos épocas en que se dividen los dos
tomos de Residencia en la tierra. El tomo I contiene poesías
de 1925 a 1931: el II de 1931 a 1935.
En
la primera época todavía hay un buen número de poemas de tema
amoroso, donde la visión del mundo no es de desintegración ni
la disposición psíquica es propiamente de angustia, y si hay
desintegración, esta es el escenario, el aire y el campo por
entre cuyos lentos escombros renace a cada instante el espíritu
indestructible. Si contempla Neruda el sonido
Confuso
pesando, haciéndose polvo
en
el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o bien
y
el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se
pudren en el tiempo...
esto es para preguntarse en seguida (Galope Muerto)
Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que
hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
En
muchos poemas, el oscuro instinto amoroso es todavía el espinazo
que mantiene desde dentro a un mundo que se quiere deshacer.
Como lo central de esta poesía no es aún la visión de desintegración
radical, tampoco es la angustia el sentimiento presentado. Hay,
si, melancolía sombría rayada de negros relámpagos amenazadores
que se acumulan especialmente en algunos poemas, como Diurno
doliente o Monzón de Mayo; ya acidez, si todavía no acritud;
la amargura se presagia, pero ni la acritud ni la amargura se
concretan en angustia y congoja, porque el instinto amoroso
es un ímpetu hacia arriba y perpetuamente salvador: El poeta
puede dejarse asaltar de imágenes que le hacen ver a la mujer
hecha
de miradas
polvorientas caídas al suelo
o
de hojas sin sonido y .sepultándose.
Puede
hacerlo sin daño definitivo, porque junto y sobre eso hay
En lo
alto de las manos el deslumbrar de mariposas,
el
arrancar de mariposas cuya luz no tiene término.
(Alianza,
Sonata.)
Es
el instinto amoroso, sin duda, este deslumbrar de mariposas
gracias al cual el alma del poeta escapa de ser devorada por
visiones de destrucción:
detrás
de la pelea de los días blancos de espacio
y
fríos de muertes lentas y estímulos marchitos,
siento
arder tu regazo y transitar tus besos
haciendo
golondrinas frescas en mi sueño.
El
instinto amoroso, sin duda, y también el gozo de poetizar, el
galope de la fantasía y las cosechas de la inspiración: cuando
logra vencer al ángel del sueño, y a "su multitud de sal,
su ejército entreabierto "sus piezas corroídas por el
aire",
Mi pardo
corcel de sombra se agiganta,
y
sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas,
sobre
lechos de niñas desnudas, entre jugadores de football,
del
viento ceñidos pasamos:
y
entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
los
pájaros, las campanas conventuales, los Cometas
(Colección
Nocturna)
El
instinto amoroso y el poetizar son dos formas de manifestarse
el ansia de perpetuidad entre lo caduco. El poeta anda buscando
un presagio puro, un beso definitivo, "suave y seguro sobre
las aguas eternamente turbadas", anda buscando un ángel
de sueños para seguridad perpetua
de tal
manera que el camino entre las estrellas de la muerte
sea
un violento vuelo comenzado desde hace muchos días y meses
y siglos...
Ay,
que lo que yo soy siga existiendo y cesando de existir,
y
que mi obediencia se ordene con tales condiciones de hierro
que
el temblor de las muertes y de los nacimientos no conmueva
el
profundo sitio que quiero reservar para mí eternamente.
(Significa
sombras.)
La
desintegración radical y la angustia se van espesando a medida
que este anhelo de perpetuidad siente flaquear y ceder todos
sus agarraderos, sin ceder él, en cambio, en su tenacidad:
Un tiempo
total como un océano,
una
herida confusa como un nuevo ser,
abarcan
la tenaz raíz de una alma
mordiendo
el centro de mi seguridad.
Qué
espeso latido se cimbra en mi corazón
como
una ola hecha de todas las olas,
y
mi desesperada cabeza se levanta
en
un esfuerzo de salto y de muerte.
Hay
algo enemigo temblando en mi certidumbre,
creciendo
en el mismo origen de las lágrimas,
como
una planta desgarradora y dura
hecha
de encadenadas hojas amargas.
(Tiranía.)
Anhelo
sin fe. Anhelo de perpetuidad y de construcción, de eternidad
y de poesía; sin fe en los valores del mundo y de la vida, que
no sean ese mismo anhelo. Estaría bien quizá decir paradójicamente:
ardiente fe, pero en disponibilidad. Esta es la demoníaca tragedia
de un poeta. Toda la poesía de Pablo Neruda se reduce a esta
cifra. Sólo que en sus obras juveniles se entrega tan gustosamente
al ímpetu de anhelo cristalizado preferentemente en el impulso
erótico, que su desatendida ausencia de fe sólo se manifiesta
turbiamente en una densa melancolía, operando sentimentalmente
desde la subconciencia. En Residencia en la. Tierra, la ausencia
de fe sale al primer plano de la conciencia, y la visión de
naufragio universal, de la muerte de todo movimiento, de la
desintegración de todo ser, ya no es tan sólo la atmósfera venenosa
en donde suceden los sueños poéticos de .Neruda, sino que forma
parte de lo que ocurre. Lo que ocurre en esta angustiada poesía
es la lucha imperecedera entre el anhelo y la destrucción. Y
la destrucción se instala en el anhelo mismo, en lo indestructible
que muere y renace como un latido:
Un esfuerzo
que salta, una flecha de trigo
tengo,
y un arco en mi pecho manifiestamente espera,
y
un latido delgado, de agua y tenacidad,
como
algo que se quiebra perpetuamente,
atraviesa
hasta el fondo mis separaciones,
apaga
mi poder y propaga mi duelo.
(Diurno
doliente.)
AUTOEXÉGESIS
En
cada tomo de Residencia en la Tierra hay un poema en que Pablo
Neruda habla de su propio arte. El del primero se titula explícitamente
Arte Poética:
Entre
sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas...
ay,
para cada agua invisible que bebo soñolientamente,
y
de todo sonido que acojo temblando,
tengo
la misma sed ausente y la misma fiebre fría,
un
oído que nace, una angustia indirecta,
como
si llegaran ladrones o fantasmas...
Hay
en este poema unos bastidores de sombra y espacio, de sueños
funestos, frente pálida y marchita, campana ronca, espejo viejo,
olor de casa sola; y en este escenario, la sed de agua invisible.
El anhelo, que lleva en sí esperanza y promesa de logro: goce
de amar y goce de poetizar:
...de
pronto el viento que azota mi pecho...
...las
noches...
me
piden lo profético que hay en mi, con melancolía,
y
un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay,
y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.
La
angustia le asalta, pero es una angustia indirecta, como si
se sintiera temeroso de ladrones o fantasmas. Su poesía es el
viento repentino que le azota el pecho y le pide lo profético
que hay en él. El acento se pone en esta afirmación y exaltación
de sí mismo y de su chispa sagrada. Por eso la atmósfera es
de melancolía, no de congoja, en ese golpe de objetos que llaman
sin respuesta.
Así
habla Neruda de su arte en el tomo I. Y en el II, donde su personalidad
poética se ostenta madurada y sus tendencias se precisan hay
otro poema, No hay olvido (Sonata), que es también autoexégesis
y que dice así:
Si me
preguntáis en dónde he estado
debo
decir "Sucede".
Debo
de hablar del suelo que oscurecen las piedras,
del
río que durando se destruye
no
sé sino la cosas que los pájaros pierden,
el
mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por
qué tantas regiones, por qué un día
se
junta con un día? Por qué una negra noche
se
acumula en la boca? Por qué muertos?
Si me preguntáis de donde vengo, tengo que conversar con cosas
rotas
con
utensilios demasiado amargos,
con
grandes bestias a menudo podridas
y
con mi acongojado corazón.
No
son recuerdos los que se han cruzado
ni
es la paloma amarillenta que duerme en el olvido,
sino
caras con lágrimas,
dedos
en la garganta,
y
lo que se desploma de las hojas:
la
oscuridad de un día transcurrido,
de
un día alimentado con nuestra triste sangre.
He aquí violetas, golondrinas,
todo
cuanto nos gusta y aparece
en
las dulces tarjetas de larga cola
por
donde se pasean el tiempo y la dulzura.
Pero
no penetremos más allá de esos dientes,
no
mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque
no sé qué contestar:
hay
tantos muertos,
y
tantos malecones que el sol rojo partía,
y
tantas cabezas que golpean los buques,
y
tantas manos que han encerrado besos,
y
tantas cosas que quiero olvidar.
De
atmósfera, la desintegración y su dolor se han convertido en
tema central: tiene que hablar del río que durando se destruye,
de lo perdido, de lo abandonado, del llanto, de cosas rotas,
de bestias podridas, de lo que se desploma de las hojas; tiene
que hablar de todas esas muertes, y, sobre todo, de su acongojado
corazón. Amargo y acre es ya el sabor de boca, dolor que ya
no se resuelve en melancolía con complacencia estética, sino
en angustia; caras con lágrimas y dedos en la garganta. Angustia
de contemplar concretísimamente la perpetua desintegración de
todo ser, del propio ser, éste es ahora el tema medular de la
poesía de Pablo Neruda. Si su anhelo de vida le impulsa hacia
valores apetecidos: "violetas, golondrinas, todo cuanto
nos gusta", no se atreve a llegar hasta su raíz, porque
sus ojos poéticos sólo ven la muerte, el morirse y la muerte
acumulada, despojos y testimonios de muerte, el morirse rodeado
del haber muerto:
hay tantos
muertos,
y
tantos malecones que el sol rojo partía,
y
tantas cabezas que golpean los buques,
y
tantas manos que han encerrado besos,
y
tantas cosas que quiero olvidar.
ANGUSTIA, ANHELO EN LA DESTRUCCIÓN
Ya
en la madurez, unas poesías destacan el sentimiento de angustia
y de ansia, como esa maravillosa Barcarola, donde la angustia
se yergue como una víbora sobre su cola, otras insisten en el
espectáculo de desintegración universal, como La calle destruida,
Oda con un lamento, Melancolía en las familias, pero en el fondo
de todas está el mismo encuentro del anhelo en la destrucción.
El sentimiento se hace angustioso porque en medio de la general
desintegración no hay abandono sino ansia y lucha: agonía. El
poema donde se enfrentan con consciente insistencia el anhelo
y la destrucción, el espíritu y la muerte, es Alberto Rojas
Jiménez viene volando:
Sobre
tu cementerio sin paredes
donde
los marineros se extravían,
mientras
la lluvia de tu muerte cae,
vienes
volando.
Mientras
la lluvia de tus dedos cae,
mientras
la lluvia de tus huesos cae,
mientras
tu médula y tu risa caen.
vienes
volando.
La
desintegración poetizada es una peculiar visión del mundo, y
la angustia que la acompaña tiene carácter metafísico. Pero
la relación que guardan no es de causa a efecto, por el camino
de la razón. Si Pablo Neruda ve como un incesante morir lo que
Heráclito vio como el incesante cambiar de todas las cosas,
es porque la desintegración de cada ser expresa la contextura
emocional del contacto del poeta con el mundo y la vida. El
poeta se angustia por el sentido de su vivir. Es la falta de
ese necesario sentido lo que le hace ver la vida como un naufragio
hacia adentro. Y el náufrago manotea procurando hallar un asidero
fuera de sí. Pero el único sentido que entregan las cosas es
el no tener sentido: el misterio de no tener sentido, de dejar
al hombre sufriente totalmente desamparado en su angustia, sin
prestarle el agarradero de un sentido. En su naufragio metafísico,
el poeta se agarra de cada cosa, pero cada cosa se hunde con
él, porque no le da el sentido necesario para su vida. Es esa
falta de sentido para sí mismo lo que se traduce en la visión
desintegradora. Su ansia insatisfecha de sentido es el mar de
aguas amargas y espesas donde se cumple el propio naufragio.
Aguas que salen de la intimidad del poeta, y crecen y se desbordan
queriendo juntarse con las cosas del mundo: y el mundo se inunda
perdiendo su forma, y las cosas son arrastradas en informe bamboleo
y mezcla.
RELACIÓN ENTRE SENTIMIENTO E INTUICIÓN
El
poeta sufre un apocalipsis sin Dios. Un apocalipsis perpetuo
que está en la raíz de la vida, pues toda vida es movimiento,
y todo movimiento es cambio, y todo cambio es pérdida de la
entidad cambiada. ¡Sí lo presidiera siquiera un Dios terrible
y justiciero, cuando no un Dios compasivo! Pero es un morirse
hacia adentro, naufragando en el corazón y cayendo desde la
piel al alma. La muerte a solas con el morirse, sin la esperanza
y el temor de otra vida, sin la visión tampoco de la muerte
como un descanso de la vida, o como una aliviadora anulación
de la vida, antes bien aquí es donde de nodo tan paradójico
se afirma la vida, como indomable rebeldía y angustia de morir.
Ni rastro de religiones positivas, ni rastro tampoco de una
fuerza divina de mero sentido metafísico, únicamente el título,
Residencia en la Tierra, parecería aludir a creencias de las
religiones orientales; pero si es así Pablo Neruda ha vivido
unos años en Oriente en los poemas no interviene esta concepción
ni como secretamente viva ni declarada en ninguna parte.
Por
eso, la angustia de esta poesía, como que encuentra cerradas
todas las salidas, se encrespa mordiéndose a sí misma
como una
agua feroz mordiéndose y sonando.
Amado
Alonso: Poesía Y Estilo De Pablo Neruda. Bs. Aires, Editorial
Sudamericana, Segunda edición, 365 Págs.