Neruda,
Pablo
por
Alone
NERUDA
(Pablo). 1904. Era un muchacho de caralarga, muy larga y delgada,
y como además tenía el color pálido, un poco amarillento, evocaba
una vela de cera y se necesitaba odiar mucho las asociaciones
inevitables para no compararlo a una figura del Greco.
Desde
entonces, el adolescente las odió, cosa fácil; pero hacía algo
más y eso resulta ya menos fácil y aun tan difícil que sólo
poquísimos, a costa de esfuerzo, lectura y cultura lo obtienen:
las reemplazaba con otras, suyas, propias, inconfundibles.
Es
el primer milagro que se percibe en la poesía inicial de Neruda,
el don de hallar fácilmente imágenes difíciles, nuevas y, al
par, simples, bellas, espontáneas, sin rastro de violencia,
como otros, ni de acrobacia rebuscada como otros más.
¿Dónde
lo aprendió? ¿Cómo las descubría y colocaba? ¡A saberlo! Sin
duda le prepararon el camino, halló la senda despejada o a medio
despejar. El hecho es que su revolución no se siente.
Después
marchó a las regiones orientales Y, por allá, en fuentes también
misteriosas, halló unas aguas turbulentas, enormes. Es su segunda
etapa. A la época sentimental y melancólica, ¡de qué celeste
melancolía!, sucede la agitada y trascendente de una angustiosa
obscuridad, no sin tormentas. Toda clase de elementos se le
mezclan y enriquecen su vaivén apasionado, licores furiosos,
embriaguez política turbia, amenazante, aire puro, ráfagas
inferiores, que España y Europa fueron aclarando.
Hasta
que madura la tercera etapa, la del triunfo establecido, la
de la vasta y suculenta alimentación que hace olvidar al jovencito
escuálido y, con irónico paralelismo, al triste que se lamentaba
con vistas a la muerte. Ahora vive robustamente en lo físico
y en lo psíquico. Las protestas personales se aplacan y sólo
se extienden, un tanto convencionales y de obligación, al mundo
colectivo, contra los propietarios, por los proletarios, aunque
justamente va a dejar este gremio por el otro, y después de
haber carecido de tantas cosas indispensables, empieza a navegar
en las superfluas.
Y,
nuevo prodigio, se ha demostrado allí buen navegante. Son mares
difíciles, no sólo por el peligro del mareo, sino por los extravíos
del gusto; pero también esta vez le ha servido la brújula interior
y sus residencias son raras y suntuosas, sin extravagancia,
sus colecciones valiosas y exquisitas, su refinamiento de paladar
casi infalible. Lo dicen sus peores amigos.
La
abundancia, en cualquier sentido, suele perder a los escritores.
La de Neruda ha crecido, se ha esponjado y, en vez de dar en
lo plebeyo y derramado, se ha vuelto señorial y alegre. Nada
más eufórico que las "Odas Elementales" y el
mundo de sus viajes, de sus recuerdos. Mientras los demás siguieron
obstinados la misma danza o el mismo combate, él se renovó
sin esfuerzo, acumulando las floraciones sucesivas, yendo, como
quiso y no pudo Gabriela, del dolor a la alegría, sinfónicamente,
como Beethoven, como Schiller, con toda la orquesta a bordo.
La
visible transfiguración no le ha restado influjo sobre las
nuevas generaciones que siguen todavía fascinadas y no le hallan
reemplazo.
Esto
parece singular en toda órbita. En la nuestra de poetas premiosos,
generalmente pobres de registro, que disponen sólo de unas
cuantas notas, pronto repetidas o agotadas, nadie lo habría
podido presentir y tiene algo de sueño.
Imposible
negarse a la evidencia.
Sería
preciso remontarse a los siglos de oro para encontrarle semejanzas
y aun los que ayer maldecían su nombre, incluso los que todavía
continúan murmurando, están pública o secretamente orgullosos
de él y no le discuten el primer puesto en el habla castellana.
O más allá.
La
elevación de Pablo Neruda, en este siglo de grandes espectáculos,
resulta una de las más impresionantes y, para quienes "lo
conocieron naranjo es bastante aturdidor.
Obras:
"La Canción de la Fiesta", Santiago, 1921; "Crepusculario...",
Santiago, 1923; "Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada",
Santiago, 1924; "Tentativa del Hombre Infinito", Santiago,
1926; "Residencia en la Tierra", Madrid, 1935;
"Tercera Residencia", Buenos Aires, 1947; "Alturas
de Machu Picchu, Santiago, 1948; Canto General",
México, 1950; "Odas Elementales", Buenos Aires,
1954; "Las Uvas y el Viento", Santiago, 1954; "Viajes,
Santiago, 1955; "Nuevas Odas Elementales",
Buenos Aires, 1955; "Obras Completas", Buenos Aires,
1956; "Estravagario", Buenos Aires, 1957.
en:
Historia personal de la literatura chilena. (Desde don Alonso
de Ercilla hasta Pablo Neruda). Santiago:
Zig-Zag, 1962, pp. 297-300. Segunda edición.