XII

MÉXICO
(1940)

    MÉXICO, de mar a mar te viví, traspasado
    por tu férreo color, trepando montes
    sobre los que aparecen monasterios
    llenos de espinas,
                               el ruido venenoso
    de la ciudad, los dientes solapados
    del pululante poetiso, y sobre
     las hojas de los muertos y las gradas
    que construyó el silencio irreductible,
    como muñones de un amor leproso,
    el esplendor mojado de las ruinas.

    Pero del acre campamento, huraño
    sudor, lanzas de granos amarillos,
    sube la agricultura colectiva
    repartiendo los panes de la patria.

Otras veces calcáreas cordilleras
interrumpieron mi camino,
                                       formas
de los ametrallados ventisqueros
que despedazan la corteza oscura
de la piel mexicana, y los caballos
que cruzan como el beso de la pólvora
bajo las patriarcales arboledas.

    Aquellos que borraron bravamente
    la frontera del predio y entregaron
    la tierra conquistada por la sangre
    entre los olvidados herederos,
    también aquellos dedos dolorosos
    anudados al sur de las raíces
    la minuciosa máscara tejieron,
    poblaron de floral juguetería
    y de fuego textil el territorio.

No supe qué amé más, si la excavada
antigüedad de rostros que guardaron
la intensidad de piedras implacables,
o la rosa creciente, construida
por una mano ayer ensangrentada.

    Y así de tierra a tierra fui tocando
    el barro americano, mi estatura,
    y subió por mis venas el olvido
    recostado en el tiempo, hasta que un día
    estremeció mi boca su lenguaje.

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