Ya que tenía que estudiar una profesión y quería que ella le sirviera en algo para trabar contactos con la poesía, se matriculó en la asignatura de Francés. En aquel tiempo, en América Latina el francés aún no había sido desplazado como idioma principal por el inglés. Además, tenía el prestigio de ser el idioma de la cultura. Poder leer en francés directamente a Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire... Los estudios le sirvieron para devorarlos con una voracidad loca. Cursó los cuatro años reglamentarios. Pero nunca recibió el título. Según él, lo acaparó la política universitaria, que, como hemos visto, era de una intensidad sin respiro. Y también la vida literaria. En las noches de loca bohemia se bebía, pero también se intercambiaban descubrimientos poéticos, se recitaba a los nuevos poetas. El mundo estaba comenzando. El muchacho tenía diecinueve años.

Los años universitarios fueron decisivos. Salvado de la quema de libros y de papeles peligrosos, guardo firmado por Pablo Neruda, un documento mecanografiado, donde traza recuerdos de su juventud estudiantil y política. Tal vez sea útil reproducir su texto, copiando aquella comunicación escrita en papel con el ex libris del pez nerudiano.


Isla Negra, abril 1973

En un día del año 1923 pasó por la puerta dcl viejo Pedagógico el Presidente de la República de entonces, don Arturo Alessandri Palma. Los corrillos de estudiantes allí detenidos no lo saludamos respetuosamente. Lo miramos simplemente con curiosidad, sin hablar. La verdad era que no lo considerábamos nuestro amigo.

El antiguo León de Tarapacá agitó su simbólica melena y su bastón y nos acusó de irrespetuosos e insolentes. Tampoco respondimos, y él pronto siguió andando entre su indignación y su bastón.

Medio siglo ha pasado, y ahora un compañero Presidente viene hacia ustedes a dictar una primera clase magistral, a mezclarse en el conocimiento, en la inteligencia y en la vida de estudiantes y maestros.

También nuestro Presidente, nuestros estudiantes, nuestra vida ha cambiado.

Sin embargo, mis recuerdos recorren tiernamente la vieja escuela universitaria en que conocí la amistad, el amor, el sentido de la lucha popular; es decir, el aprendizaje de la conciencia y de la vida.

De aquella escuela y de mis alojamientos sucesivos de estudiante pobre salieron a las imprentas mis primeros libros: Crepusculario , el año 1923; 20 Poemas, que cumplirá cincuenta años de vida el próximo año de 1974.

La poesía, la curiosidad delirante, la fermentacién de todos los libros, la embriaguez juvenil de hallar otros seres que sueñan los mismos sueños que nosotros, las calles Echaurren, República, Av. España, llenas de pensiones juveniles; los poetas Cifuentes, Sepúlveda, Romeo Murga, Eusebio Ibar, Víctor Barberis, desaparecidos de la existencia, pero no de la poesía; las calles inquietas en que lo impresionante al atardecer era una súbita ráfaga, fragancia de madreselvas o de lilas. Aquellos amores gozosos, lancinantes y efímeros, todo esto condicionó mi existencia.

Nuestros pasos más serios iban hacia la Federación de Estudiantes de la calle Agustinas. Al pasar, a pocas puertas de ahí, en el umbral de la Federación Obrera, vi muchas veces en chaleco y en mangas de camisa, al hombre más importante de la clase obrera de este siglo: don Luis Emilio Recabarren.

Vayan estos recuerdos como un saludo en el acto inaugural del académico de 1973, que ustedes celebran en esta mañana. Y, naturalmente, porque ha cambiado todo y porque la transformación revolucionaria que encabeza el Presidente Allende es también acción del pueblo y de la Universidad, pienso que aquellos años son necesario antecedente de lo que hemos alcanzado y de lo que alcanzaremos: ante todo, el sentido de responsabilidad, de lucha, de firmeza hacia nuestros deberes y hacia la generosidad de la cultura, que abre ahora sus más grandes perspectivas históricas en nuestro país. Un fraternal saludo para el vicerrector Ruiz y para el profesor magistral Allende, como para todos ustedes, que son, a la vez, mis antiguos y nuevos compañeros.

Pablo Neruda


El documento tiene su significación. Es un reencuentro, en el último año de su vida, con su juventud estudiantil. Todo está enmarcado dentro del panorama de aquel tiempo, en cuyos ángulos contrapuestos sobresalen Arturo Alessandri Palma, el caudillo burgués, y Luis Emilio Recabarren, el líder obrero. La actualidad esta representada política, socialmente, por un hombre que dejó de ser sólo un hombre de su tiempo para transformarse en figura permanente: Salvador Allende.

Pero también ese documento revive su vida estudiantil, las calles próximas al antiguo Pedagógico, la sombra de las pensiones humeantes, los nombres de los poetas de su generación. Evoca los amores y también la pasión civil. Unas pocas puertas más allá de la Federación de Estudiantes está el local de la Federación Obrera. En la historia de Chile de este siglo esa cercanía encierra un símbolo valedero.

Neruda iba casi todos los días, por las tardes, a esa Federación de Estudiantes de la calle Agustinas, de la cual la revista Claridad, donde trabaja naturalmente ad honores, era su órgano de expresión. Aquel fue el local asaltado. En Chile, las organizaciones populares han sido muchas veces objeto de agresiones, destrucciones, incendios, como aquel que arrasó en pocos minutos con el diario de su tío Orlando una noche en Temuco. Pero entre los asaltos más tristemente célebres de la historia, aparte de la matanza de la escuela Santa María de Iquique, en 1901 particularmente dos se mantienen persistentes en la memoria colectiva: el incendio de la Federación Obrera en Punta Arenas el 26 de julio de 1920, y el asalto a la Federación de Estudiantes de Chile, consumado cinco días antes en Santiago. Como se puede apreciar las fechas de ambos siniestros son próximas. Corresponden a una misma orden, a una marea regresiva. Y son pálidos anuncios del zafarrancho que sumergiría a Chile en un mar de sangre antes de que se cumpliera medio año del día en que el poeta escribió estas líneas.

Fuente: "Neruda", Volodia Teitelboim,
Ediciones BAT, páginas 60-63

 


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