
Por
Federico García Lorca y Pablo Neruda
Neruda:
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Señoras...
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Lorca:
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y
señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada
"toreo al alimón" en que dos toreros hurtan su
cuerpo al toro cogidos de la misma capa.
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N.:
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Federico
y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear
y a responder esta recepción muy decisiva.
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L.:
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Es
costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su
palabra viva, plata o madera, y saluden con su voz propia
a sus compañeros y amigos.
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N.:
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Pero
nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, un
comensal viudo, oscuro en las tinieblas de una muerte más
grande que otras muertes, viudo de la vida, de quien fuera
en su hora marido deslumbrante. Nos vamos a esconder bajo
su sombra ardiendo, vamos a repetir su
nombre hasta que su poder salte del olvido.
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L.:
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Nosotros
vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino
al delicado poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran hombre
sobre el mantel, en la seguridad de que se han de romper
las copas, han de saltar los tenedores, buscando el ojo
que ellos ansían y un golpe de mar ha de manchar los manteles.
Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España:
Rubén...
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N.:
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Darío.Porque,
señoras...
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L.:
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y
señores...
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N.:
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Dónde
está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén, Daríó?
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L.:
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Dónde
está la estatua de Rubén Darío?
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N.:
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El
amaba los parques. Dónde está el parque Rubén Darío?
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L.:
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Dónde
está la tienda de rosas de Rubén Darío?
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N.:
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Dónde
esta el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
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L.:
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Dónde
está la mano cortada de Rubén Darío?
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N.:
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Dónde
está el acento la resina, el cisne de Rubén Darío?
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L.:
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Rubén
Darío duerme en su "Nicaragua natal" bajo su espantoso
león de marmolina, como esos leones que los ricos
ponen en los portales de sus casas.
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N.:
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Un
león de botica, a él, fundador de leones, un león sin estrellas
a quien dedicaba estrellas.
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L.:
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Dio
el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray Luis de
Granada, jefe de idioma, hizo signos estelares con el limón,
y la pata de ciervo, y los moluscos llenos de terror e infinito:
nos puso al mar con fragatas y sombras en las niñas de nuestros
ojos y construyó un enorme paseo de Gin sobre la tarde más
gris que ha tenido el cielo, y saludó de tú a tú el ábrego
oscuro, todo pecho, como un poeta romántico, y puso la mano
sobre el capitel corintio con una duda irónica y triste,
de todas las épocas.
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N.:
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Merece
su nombre rojo recordarlo en sus direcciones esenciales
con sus terribles dolores del corazón, su incertidumbre
incandescente, su descenso a los hospitales del infierno,
su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta
grande, desde entonces y para siempre e imprescindible.
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L.:
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Como
poeta español enseñó en España a los viejos maestros y a
los niños, con un sentido de universalidad y de generosidad
que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a Valle Inclán
y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz
fue agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde
Rodrigo Caro a los Argensolas o don Juan Arguijo no había
tenido el español fiestas de palabras, choques de consonantes,
luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de Velázquez
y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al
culto color manzana de las payesas mallorquinas, Daríó paseó
la tierra de España como su propia tierra.
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N.:
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Lo
trajo a Chile una marea, el mar caliente del Norte, y lo
dejó allí el mar, abandonado en costa dura y dentada, y
el océano lo golpeaba con espumas y campanas, y el viento
negro de Valparaíso lo llenaba de sal sonora. Hagamos esta
noche su estatua con el aire, atravesada por el humo y la
voz y por las circunstancias, y por la vida, como ésta su
poética magnífica, atravesada por sueños y sonidos.
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L.:
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Pero
sobre esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como
un ramo de coral, agitado por la marea, sus nervios idénticos
a la fotografía de un grupo de rayos, su cabeza de minotauro,
donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de colibrís,
sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, y también
sus defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos,
donde suenan vacíos de flauta, las botellas de coñac de
su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador, y sus
ripios descarados que llenan de humanidad la muchedumbre
de sus versos. Fuera de normas, formas y escuelas queda
en pie la fecunda substancia de su gran poesía.
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N.:
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Federico
García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad
de esta noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó
más altamente que nosotros, y saludó con voz inusitada a
la tierra argentina que pisamos.
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L.:
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Pablo
Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma
y en el gran poeta, nicaragüense, argentino, chileno y español,
Rubén Darío.
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N.:
y L.:
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Por
cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
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(Publicado
en El Sol, Madrid, 1934)
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