Sobre
Unas Palabras de Neruda
Miguel
Arreche.
(Finis Terrae, Stgo. P. 56-61, 1.er trimestre 1955)
EL
PASO DE los años no sólo desvanece la presencia del hombre sobre
la tierra: carcome, implacablemente aunque, a veces, no pueda
hacerlo de una manera total, lo que él tiene de más puro y más
hondo: la palabra. El tiempo toca, pues, no sólo la obra física
del hombre (el muro se derrumba, el orgulloso edificio cae derribado,
el alcázar se hunde, las ciudades y las máquinas se destruyen);
también despoja al verbo de su circunstancia caediza.
La
poesía palabra en el tiempo pierde algo con el transcurso dé
los días. Lo que el hombre de hoy mira en algún verso escrito
hace trescientos años, es sólo aquello que, de una manera u
otra, se refleja en el mundo en que vive, es decir, aquello
que le permite borrar, rápidamente, el paso de los años, para
unir los dos extremos que el tiempo separara. El lector siente
que algo se le escapa: una referencia de época, un traje que
no reconoce, una palabra hundida, una mitología que ya no siente,
una idea que ha caducado. Sobre todo esto si todavía permanece
algo, si aún brilla algún pedazo verdecido, si sentimos el golpe
de la sangre en el cuerpo tenemos poesía fuera de los siglos:
así sucede en Job, en algunos sonetos de Quevedo, en John Donne,
en el Eclesiastés, en Lope, en Manrique, en el Cantar de Cantares,
en el anónimo español, en los Salmos. Pero lo que viene, nos
llega con algo de menos. Es una lección de fugacidad que el
poeta debe aprender antes de empezar a usar la palabra. De esta
enseñanza del tiempo no se escapan ni siquiera los grandes poetas:
lo que todavía escuchamos de sus latidos, nos llega suavemente
empañado.
Hay
poetas (tal es el casó de San Juan de la Cruz) que en forma
milagrosa (y ya sabemos que su don no le venía de un adorno
puramente humano) suben la pendiente' de los siglos sin perder
casi nada de lo que en un tiempo en su tiempo dejaran escrito;
atraviesan los años sin dejar nada atrás, agregando y agregando
luces a sus poesías. Detrás de ellos, la palabra de Dios (en
algunos casos, claro está) impide la fugacidad y dota al elegido
con el signo vencedor de la muerte. No sufren modas literarias.
No se desgastan con los ojos de los eruditos. Los otros (tal
es el ejemplo de Quevedo) luchan con la vida; se desgastan en
ella; incorporan a sus poesías todos los oficios, los materiales
humanos, las bajezas y las grandezas del hombre; protestan contra
las injusticias; se debaten. Otros (y creo que éstos no son
poetas) están en esa torre ¡horrible, por cierto! de marfil.
Son los que encienden una vela al demonio y otra a Dios. Pero
están muertos antes de nacer. ¿Qué importa, pues, que el tiempo
pase sobre la nada? Sólo de estos poetas salen "poemas
de papel, interminablemente enrollados y enrarecidos, de moda
oscura, poemas sin piel, sin manos, sin objeto".
Sobre
estas palabras de Pablo Neruda y sobre otras que completan el
prólogo que escribiera para La piedra del pueblo, libro del
joven poeta chileno Efraín Barquero conviene detenerse un momento.
Ellas revelan lo peligroso que es usar la palabra sin precisar
lo que ella significa, y lo más peligroso que es meter, dentro
de un molde ya conocido ("poesía social", "arte
para el pueblo", etc.), todo lo que se viene a la cabeza
en el momento de escribir. Pues en la poesía no importa decir
sí en el principio y no en el término. Pero en la prosa y creemos
que este prólogo es prosa y no "mala prosa poética"
las cosas se presentan de otra manera. "Prosa y poesía
dice Henri Brémond requieren distintos ritos".
En
esta presentación de la obra primera de Barquero poeta que se
ha iniciado con acierto, pero que debe superar debilidades de
oficio y despojarse de una retórica "social" a la
moda, lo que no significa olvidar el lugar de donde ha surgido,
sus injusticias, su desolación, su miseria y su hambre, que
él canta con un conocimiento mucho más sincero y directo que
el de Neruda, el autor de Odas elementales, después de explicar
el paso del tiempo sobre la palabra.
Las
palabras se gastan en el uso, el sentido se fuga de las formas,
la poesía demasiado usada se demuele a sí mismas...
achaca
así se deduce de la frase que continúa esta debilidad a la época:
El
poeta de época se enreda en las frases como el pez en la red,
agoniza fuera del agua, el aire lo aniquila. Así salen poemas
de papel, interminablemente enrollados y enrarecidos, de moda
oscura, poemas sin piel, sin manos, sin objeto.
Un
poeta de "época" sería, entonces, un poeta muerto,
o por lo menos, en trance de agonía. La época es lo que el poeta
conoció, vivió, amó y odió: es decir, "las leyes de la
vida" no le habrían enseñado nada; lo habrían dejado con
poemas muertos, retóricos, de papel, poemas incompletos, sin
manos; se habría enredado en las frases precisamente por ser
de "época" y nada, más que por ser de ella. Si es
otro el significado que da a esa palabra, ¿qué valor tiene para
Pablo Neruda, entonces, esta expresión? ¿No ha sido Neruda,
a partir de los dos tomos de Residencia, en la tierra, sin lugar
a dudas, un poeta que ha rendido tributo en su posición caótica,
primero, y luego, en su abanderado comunismo a lo más característico
de la civilización moderna, a lo más hondo de su "época",
es decir, a la desorientación y al materialismo? ¿Cómo entender
estas palabras sino como una estupenda contradicción en menos
de dos líneas? ¿Es que el "poeta de época" es para
Neruda sólo un muerto? Si "época" significara aquí
"moda", ya sería otra cosa. Pero con las palabras
no se puede jugar.
Cada
vez que Pablo Neruda ha intentado explicar, en prosa simple
y llana, su arte poética o, mejor, la manera cómo entiende la
poesía, su palabra ha caído en sinuosidades, vueltas, revueltas,
afirmaciones, contradicciones y vaguedades que muy poco dicen
de la disciplina de su posición de "abanderado". Un
poeta (diría Perogrullo, este buen amigo que conviene no olvidar)
debe escribir poesía: con las ideas que desee, con el pensamiento
que quiera. Pero si entra en el terreno de la prosa, lo menos
' que pueden exigirle sus lectores y con ellos sus fervorosos
enrolados es que mantenga una estrictez de acuerdo con lo que
pregona su doctrina. Cuando uno ha leído otro prólogo el que
aparece en las solapas de un libro de Nicanor Parra, no puede
hacerse muchas ilusiones respecto a la rigurosidad del pensamiento
nerudiano. En esa presentación, la poesía de Parra lo mismo
podría ser "una delicia de oro matutino" que "una
amargura de sabor nocturno", o cualquier cosa semejante.
El adjetivo pierde toda su significación. Pero en ese caso,
se trataba de un poeta "no enrolado". En el de Barquero,
el problema es diferente. Barquero es comunista y Neruda debió
haber mantenido aquí una disciplina de idea comunista. El marxismo
abomina de la imprecisión, de lo nebuloso y de la palabra caótica
(aunque no de los cambios de frente) : quiere orden su orden,
aunque este orden empiece con la palabra. Si poeta de "época"
es, pues, aquel sumergido hasta el cuello dentro de su tiempo,
y si "época" representa para Neruda lo transitorio
lo que se "demuele a sí mismo", Neruda poeta de "época"
por sus clarísimos ejemplos de Residencia en la tierra y de
Canto general resultaría, entonces, un poeta efímero, circunstancial,
pasajero; es decir, con sus propias palabras, "enredado
en las frases como el pez en la red". De otra manera, ¿qué
entiende Neruda, repetimos, por "poeta de época"?
¿Y por qué el poeta de "época" tendría, necesariamente,
que enredarse en las frases? ¿Se enredaba en ellas Francisco
de Quevedo? Según Neruda, pues, Quevedo sería un poeta de su
tiempo, de su "época", y, por lo tanto, un poeta de
breves años. Y ya sabemos cómo resuena aún en medio de nosotros.
Pero el autor de Veinte poemas de amor ha manifestado un decidido
amor por la terrible fugacidad que mostrara Quevedo. ¿Cómo entender
todas esas contradicciones?
Pablo
Neruda no ha escapado a la costumbre de la improvisación cuando
para definir, por medio de la prosa, lo que él entiende que
es su poesía cae en los conocidos clisés que tratan de explicar
la lírica por medio de una vaga prosa poética untada con viejas
frases de retórica "gastada por el uso". Si un poeta
va a entrar en la nada fácil tarea de definir su arte, lo honrado
es que mantenga su pensamiento ya que de prosa se trata, y la
prosa no puede prestarse a cielos nublados con un mínimo de
rigurosidad idiomática.
Hablar
de oscuridad y claridad, como Neruda lo hace, es entrar en un
infinito mar de afirmaciones y negaciones. Dice más adelante:
Este
poeta (Barquero) puede enseñar poesía pura a un regimiento de
oscuristas, pero prefirió la tramsparencia y con ella algo más:
la poesía.
No
sabemos qué entiende Neruda por poesía pura. Como el terreno
en que se encuentra es resbaladizo, creemos que entiende por
poesía pura aquella despojada de elementos exteriores, aquella
en que todo lo que no sirve queda a un lado, es decir, verbo
químicamente intacto. Este es, más o menos, el concepto tradicional.
Pero luego Neruda opone no sabemos por qué poesía pura a poesía
oscura, pues dice que Barquero puede enseñar poesía pura a los
"oscuristas", que deben ser, naturalmente, los que
practican la poesía tenebrosa. Neruda rechaza las dos, aunque
no sabemos qué entiende él por pureza y oscuridad poéticas,
y al rechazarlas puesto que la poesía (con mayúscula) es para
Neruda algo que no es ni puro ni oscuro, pero cuya escala es
la "transparencia" no comprendemos para qué Barquero
pudo haber enseñado poesía pura a los "oscuristas",
que, por lo demás, no creo que la hubieran necesitado. ¿Qué
es poesía pura aquí? ¿Qué es oscura? ¿Por qué se las rechaza
y se pone como primera condición, para llegar a la poesía (con
mayúscula), la "transparencia"? ¿Y qué significa "transparencia"?:
¿es lo que se "entiende", lo "claro"? ¿
Y por qué. lo claro debe ser necesariamente bueno? ¿Y cómo.
Neruda y aquí sí que debemos detenernos exige poesía "transparente"
a los jóvenes poetas, cómo pide que se escriba "claro",
si en las últimas páginas de su Canto general, al enumerar los
escritores que más ha amado, al dejarlos como testamento vivo
para las jóvenes generaciones,
Que amen,
como yo amé, mi Manrique, mi Góngora, mi
Garcilaso, mi Quevedo:
fueron.
titánicos guardianes, armaduras de platino
y nevada transparencia, que me enseñaron
el rigor, y busquen
en mi Lautréaumont viejos lamentos
entre pestilenciales agonía
Testamento (II).
nombra
al cordobés de las Soledades, que si no es exactamente oscuro
pues su oscuridad, como ha demostrado Dámaso Alonso, es de un
orden sintáctico nada tiene de fácil? ¿Cómo "entenderá"
el pueblo su pueblo a Góngora? ¿Cómo puede dejar a las jóvenes
generaciones poetas tan "tristes", tan "subjetivos",
tan "cristianos" como Jorge Manrique y Quevedo? ¿Qué
orden pueden dar a los jóvenes poetas comunistas las palabras
del conde de Lautréaumont? ¿Por qué pide ahora, en este prólogo,
claridad y "transparencia", y en otra parte quiere
que la poesía futura de América aprenda en los ríos de Góngora?
Y tal como dice en los versos citados, ¿es que a Neruda estos
poetas españoles sólo le enseñaron el rigor? Es decir, el testimonio
entero, terrible, dramático, desesperado de Quevedo sólo ha
enseñado a Neruda el rigor. Bien sabemos que no. Y bien sabemos
que no debe ser precisamente el rigor lo que estima más en el
solitario de Villanueva de los Infantes.
Pero
ya sabemos qué es aquí "transparencia" algo que entienda
todo el mundo; pero un mundo muy especial: el mundo del obrero,
del campesino, del albañil, del maquinista, etc. ¿Por qué Neruda
cree que el pueblo su pueblo es tan simple, tan bobo, que sólo
puede comer alimentos poéticos "clarificados", que
se "entiendan"? ¿Por qué cree que lo "popular"
es lo fácil, lo claro? ¿No ha comprendido todavía que el pueblo
que está formado por algo más que obreros y trabajadores de
oficios manuales tiene en su expresión, en su voz, un caudal
mucho más rico que todas las poesías de clisés que pudieran
proporcionársele, y que de apurar un poco las cosas por otros
medios, que no son los de la poesía: educación, justicia, etc.
puede "entender hasta Residencia en la tierra? ¿Y cómo
pretende arremeter contra lo oscuro, cuando sus dos tomos de
Residencia siguen apareciendo en ediciones argentinas, "infectando"
de "poesía burguesa" a su pueblo?
"Cuando
un hombre de una cierta cultura se esfuerza por ponerse popular
decía Miguel de Unamuno, lo que se pone es ramplón, trivial
y ridículo. Y en más de una ocasión he oído a obreros muy avisados,
que salían de oír a semejantes sujetos, exclamar: ¡Por quién
nos habrá tomado este tío...!"
¿Estaba
don Miguel equivocado?
MIGUEL
ARTECHE.