Para
Leer a Neruda
por
Hugo Montes
Introducción
Para
leer a Neruda basta abrir con buena voluntad los ojos y la sensibilidad
ante sus libros; no se requiere una obra especial, que hasta
podrá parecer a algunos osbtáculo empañador de la poesía. ¿Por
qué, sin embargo, tanto curso, tanto artículo, tanto libro acerca,
ya no sólo de Pablo Neruda, sino de muchos otros poetas contemporáneos
o de tiempos viejos, herméticos o sencillos? Es que, como diría
Santa Teresa, va mucho de leer a leer.
Sí,
hay diversos grados y diversas maneras de acercarse a la obra
literaria. Quien pretende un acercamiento sencillo y de pasatiempo
y no se inquieta por relacionar cronologías ni por averiguar
la razón de reales o aparentes contradicciones o por penetrar
en la médula más honda del verso o del poema, bien se puede
dar por satisfecho con su lectura volandera. Es una posición
perfectamente legítima. Mas legítima también es la postura antagónica,
aquella indagadora de relaciones entre la obra y el autor, la
sociedad y el quehacer de otros artistas de la palabra; de los
recursos de estilo o estructura de que se valió el poeta para
su creación; de los efectos que esta poesía que gusta o repele,
que altera en todo caso, provoca en lectores de igual o diverso
bagaje cultural.
La
obra literaria, como un hecho más de la inmensa realidad que
somos y en la que somos y estamos, permite ambas actitudes,
y sería presuntuoso en nombre de una excluir la otra. Lo importante
es que las dos respeten la naturaleza misma de la literatura
de la poesía en este caso, de modo que el, lector fugaz
y el lector curioso vayan al texto con la antena de su captación
interior bien echada al aire, dispuestos a un encuentro nuevo
con una palabra eficaz y singular.
Cabalmente
convencido de ello, el autor del presente libro no pretende
ponerse entre Neruda y sus lectores, sino facilitar a quienes
pudieran necesitarlo el encuentro aludido. Se trata sólo de
una mano atenta que sugiere, que indica posibles caminos, que
alguna vez se detiene sencillamente por admiración y para admirar
más a sus anchas. Es no más que un instrumento de orientación
en la tarea insustituible de lectura personal. El Neruda polifacético
y caudaloso reclama esta guía, destinada no sólo al especialista,
sino también y sobre todo al deseoso de leer mejor y penetrar
más una obra incuestionablemente importante. Cualquiera cosa,
pues, menos eso de obstáculo empañador. Antes que muro que se
interpone, andamio, haz de luces, cristal de la mayor transparencia
posible. Esta es, en todo caso, la intención.
Un
libro así procede necesariamente de muchos otros libros. De
los de Amado Alonso, Emir Rodríguez Monegal, Raúl Silva Castro,
Hernán Loyola, Jaime Concha, Margarita Aguirre, desde luego.
Y de muchos homenajes, artículos sueltos, cursos y conferencias,
que serán citados cuando proceda. Valga esta aclaración para
excusar involuntarias omisiones y para agradecer impagables
servicios.
Gratitud
también muy particular para la Universidad de Costa Rica, donde
toda comodidad tiene su asiento, a cuya sombra fue concluido
este trabajo.
I.-DINAMISMO CREADOR
1.
- LOS PRIMEROS LIBROS
Crepusculario,
el primer libro publicado por Pablo Neruda, apareció en
1923, cuando el autor tenía diecinueve años de edad. La obra
contiene poemas escritos a partir de mayo de 1920; la precocidad
del autor está a la vista. Crepusculario quedó un tanto
opacado por el segundo libro del poeta, Veinte poemas de
amor y una canción desesperada, de 1924. Hasta hoy tal opacidad
se mantiene, a pesar de que el libro de inicio comprende poemas
tan justamente célebres como "Farewell". Muchos críticos
se han referido a él con ligereza, como de pasada y afanosos
de llegar pronto a los poemas de amor. ¿Es justa esta actitud?
¿Es Crepusculario un libro menor, indigno de la gran
poesía del chileno? O, por el contrario, ¿es obra que merece
un sitio destacado dentro de su creación? Para dar una respuesta
adecuada acerquémonos a ella con atención no menos que con una
actitud comprensiva, recordando que encierra el mundo poético
de un adolescente de provincia que con dificultad se abría camino
en la gran ciudad, en el estudio, en el amor, en la literatura.
Crepusculario
contiene cuarenta y ocho poemas distribuidos en cinco partes,
tituladas Helios, Farewell y los sollozos, Los crepúsculos de
Maruri, Ventana al camino, Pelleas y Melisanda. Diversas ediciones
muestran alguna vacilación en la organización del libro. Así
en la de 1926se suprimió el título de la primera parte y el
poema inicial mismo; sólo en 1967 se discute la situación y
se busca el texto prístino, aunque ya en 1964 Raúl Silva Castro
hizo algunos alcances sobre estos problemas de texto
[1] .
El
libro muestra una clara tendencia a la métrica tradicional:
dísticos pareados ("Melisanda", "El estribillo
del turco"), dísticos blancos ("Farewell", "La
muerte de Melisanda") , cuartetas asonantes ("Dame
la maga fiesta", "Aromas rubios en los campos de Loncoche",
"Aquí estoy con mi pobre cuerpo", "Hoy, que es
el cumpleaños de mi hermana") y consonantes ("Tengo
miedo", "El pueblo"), tercetos endecasílabos
no concatenados por la rima ("El padre"), romances
en terminación aguda ("Me peina el viento los cabellos")
y cuatro sonetos de versos alejandrinos, conforme a las tendencias
modernistas del filo del siglo ("Esta iglesia no tiene',
"Pantheos", "Viejo ciego, llorabas", "El
nuevo soneto a Helena"). El verso libre aparece con timidez
y en composiciones poco relevantes ("Puentes", "Los
jugadores"), siempre en arte menor. Mas dentro de este
marco tradicional sobresalen dos notas precisas, a saber, la
acusada variedad métrica y una gran independencia frente a exigencias
retóricas absolutas. En los sonetos, por ejemplo, riman era-esperas,
naciera-ciega, dijo-hijos, etc. A menudo varían las estrofas
dentro de un mismo poema. Hay composiciones, como "Barrio
sin luz", en que los versos asonantes van de dos en dos
en el cuarteto inicial y pasan a la fórmula ABAB en el segundo,
con la variante de una consonancia rica:
¿Se va
la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer -mirando el último crepúsculo-
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.
Las ciudades -hollines y venganzas-,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas, el jefe de ojos turbios.
Los
serventesios regulares del poema "Saudade" se interrumpen
bruscamente al final; en vez de las catorce sílabas aparecen
las tres de la palabra del título. Algo similar al añadido "Pero
ella vive aquí" de "El pueblo". Hay poemas -"Agua
dormida"- que constan sólo de un verso y los hay relativamente
extensos.
Esta
libre regularidad métrica, si se permite la paradoja, va a ocurrir,
aunque en menor grado, en los Veinte poemas, para desaparecer
en los libros siguientes. Sólo por excepción Neruda escribirá
sonetos regulares; no más que uno -"Salitre", no incluido
en el libro tiene importancia poética. Sus Cien sonetos de
amor (1959) retoman y acentúan la libertad inicial.
Este
recuento tan externo tiene una significación señalada: el alejamiento
decidido de Neruda de lo moldes modernistas externos, que lo
atrapan apenas en su primer libro. En él se da la misma evolución
que en Gabriela Mistral, cuyo Desolación (1922) está
encuadrado en la retórica de Rubén y cuyos poemarios de madurez
(Tala y Lagar) ocurren a través de formas depuradas,
desnudas, muchísimo más personales, menos de escuela [2] . Si se compara la métrica recién
presentada de Crepusculario con la agilidad y la exigüidad
de las Odas elementales se tendrá a la vista igual aunque
más acentuado proceso de un verso y unas estrofas propios.
Abundan
en el libro los títulos extranjeros, griegos sobre todo: Helios,
Pantheos, Helena, Pelleas y Melisanda. Aparecen también en citas
expresas Ronsard y Eça de Queiroz. Paolo y Francesca, evocados
en otro poema, intensifican esta serie de nombres forasteros
y literarios que delatan al novel estudiante universitario que
había en el autor no menos que su vecindad a los gustos del
modernismo; la cultura libresca se une a la espontaneidad del
poeta virgen, sureño, del. Neruda que aún no entra en la juventud
plena. El poema "Final" alude a esta situación: "Se
mezclaron voces ajenas a las mías... así vinieron estas palabras
extranjeras / a desatar la oscura ebriedad de mi alma".
En años posteriores, Neruda continuará esta línea de escribir
nombres propios. España en el corazón contiene algún
poema que no es sino la suma, tediosa por cierto, de toponímicos
peninsulares, según el modelo rescatado años antes por Unamuno.
"La tierra se llama Juan" es la expresión cimera de
tal afán onomástico; se llegó en este poema a la sencillez creadora
a través del nombre corriente, llano. También en Crepusculario
había afán de nombrar más naturalmente, al margen de lo
literario; así se encuentran voces como Loncoche (pueblo del
sur de Chile, vecino de Temuco) y Maruri (barrio santiaguino
en que vivía el poeta recién llegado a la capital).
La
temática del libro es muy variada. Contrasta del todo con la
unidad de la obra siguiente, centrada en el amor del hombre
a la mujer. Aún más, se puede decir que en Crepusculario,
está el germen de todos o de casi todos los temas que el
autor desarrollará en el curso de su vasta creación. Desde tal
punto de vista, el libro tiene un interesante carácter proteico.
Claro está que a menudo hay sólo muñones de lo que luego alcanzaría
plenitud y precisión. La antología Poesía política, por
ejemplo, que con la obra cívica nerudiana preparó en 1953 Margarita
Aguirre, incluye con razón "Maestranzas de noche y
"Barrio sin luz" del libro comentado. Todo el amor
(1953), otra antología temática del autor, incluye ocho
poemas de Crepusculario. La poesía de la naturaleza,
tan desarrollada en Canto General, se da ya en "Aromos
rubios en los campos de Loncoche" y el paisaje urbano ocurre
en "Barrio sin luz;. Hay además poesía familiar y
de amigos, poesía social, poesía religiosa. Esto último es curioso,
porque no reaparecerá en la obra del poeta, que instaló definitivamente
su residencia en la tierra. La iglesia de lampadarios votivos,
la petición por los amantes muertos, una oración en favor de
quienes "no tienen madres ni poetas / para la pena",
el final de "Morena la besadora", Dios que encendió
un maravilloso crepúsculo de cobre, son realidades frecuentes
en el libro, reveladoras de una no pequeña inmersión cultural
en lo religioso. Esto se perderá absolutamente en el futuro.
El
politemismo de Crepusculario se ve compensado por la
definida unidad de tono, bien caracterizada ya en el título.
Un tono vesperal impregna todos estos poemas. No se trata tanto
de preferir la penumbra y la suavidad de colores, sino más bien
de una actitud de tristeza y depresión. Ante el templo provinciano,
la muchacha amada, el pueblo remoto, el padre o el amigo, la
mirada del poeta es la misma: de contemplación melancólica.
Se ama el desdibujo, la confusión de planos, la interrelación
cromática y musical, de nuevo a la manera modernista. "Yo
era un manchón de musgo entre unas ruinas", dice el poeta,
en expresión que habría gustado a cualquier pintor del impresionismo.
Hojas muertas, heredad vacía, amor perdido, ojos doloridos,
tierra triste, puentes enfermos, pandereta pobre, carne doliente,
desgranado viento, pueblo gris, son parejas de palabras que
ocurren con mucha frecuencia y que dan la tónica del libro.
Los verbos preferidos son los denotadores de caída y de partida
(Yo me voy, yo voy pasando, besan y se van, se va la poesía,
la mariposa volotea, revolotea y desaparece). El poema "La
tarde sobre los tejados" está construido fundamentalmente
con el verbo caer:
La tarde
sobre los tejados
cae
y cae...
¿Quién
le dio para que viniera
alas de ave?
Y este silencio que lo llena
todo,
¿desde qué país de astros
se vino solo?
¿Y por
qué esta bruma
-plúmula trémula-
beso. de lluvia
-sensitiva-
cayó en silencio -y para siempre-
sobre mi vida?
Los
tipos humanos evocados son negativos, desde el viejo de la pandereta
hasta los jugadores arrugados y decrépitos. El yo lírico aparece
fatigado, triste, enfermo, lejano, pobre, temeroso:
Tengo
miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella) .
Hemos
contado un total de veinticinco expresiones denotadoras de horas
crepusculares y nocturnas, no contrapesadas ciertamente por
las escasas dos referentes a el alba o el día pleno. Todo ello
conforma el tono depresivo de este primer libro. Muchos años
después diría el poeta refiriéndose a la etapa inicial de su
creación: Fui un joven taciturno... Te desprecié, alegría, fui
mal aconsejado.
En
Crepusculario aparece también una extraordinaria capacidad
de síntesis. Estados de ánimo complejos y contradictorios se
expresan en frases breves, que agotan la realidad manifestada.
Lo que en plumas vulgares no habría ido más allá de un subjetivismo
elemental de interés sicológico antes que estético, plasma gracias
al genio de Neruda en versos inolvidables. Hay en ellos algo
como una sabiduría honda que -con todas las diferencias que
se quiera- recuerda la capacidad bíblica de decir lo esencial
y más profundo, en términos sencillísimos: "Estoy triste,
pero siempre estoy triste... Como si el llanto fuera una semilla
/ y yo el único surco de la tierra... Si tienes hambre come
de mi pan ... Cuando yo muerda un fruto tú sabrás su delicia.
.. ". No es éste el menor acierto del comienzo de Neruda.
Conviene incluso recordar que esta capacidad aparece algo disminuida
en obras de madurez.
Neruda,
en fin, inicia en Crepusculario diversas actitudes poéticas
que no iba a abandonar jamás, como su acusada tendencia a identificarse
con la tierra y a solidarizar, también hasta la identidad, con
las personas amadas. Lo telúrico y el abrazo humano están a
la vista, por ejemplo, en las dos citas siguientes:
Cuando
voy por los campos, con el alma en el viento,
mis venas continúan el rumor de los ríos.
Cuando
cierres los ojos me quedaré dormido.
En
resumen, un libro que anuncia claramente al poeta universal,
con dominio expresivo, con libertad para innovar en la tradición
formal, con capacidad de ver en palabras síntesis una rica subjetividad
dolorida, con temática variada y cabal unidad de tono, con una
visión totalizadora proclive al panteísmo. No se trata de magnificar
un libro necesariamente limitado ni, menos, de pensar que ya
el autor había dado de sí cuanto podía dar en el campo estético.
Ciertamente en las Residencias y en Canto General
Neruda alcanza cimas incomparablemente más elevadas que
en Crepusculario; pero ciertamente también es posible
gustar y admirar la extraordinaria labor de un gran poeta precoz
en este su primer libro.
Los
mejores poemas de Crepusculario resisten el más riguroso
análisis. Se dice los mejores porque en verdad el libro presenta
diferencias notables, propias de la juventud del autor. Poemas,
por ejemplo, como "El nuevo soneto a Helena", inevitable
de comparar con su alto modelo francés, muestra caídas evidentes,
como el remate reiterativo de un hablante lírico que se aleja
vagamente, y las misma estructuración del poema, que a partir
del verso quinto se desplaza del tú al yo, con distorsión
lamentable de la idea tópica central, maravillosamente manejada
por Ronsard [3] . Pero es injusto insistir en tal paralelo. Las cualidades de
Neruda sobresalen de preferencia en los poemas que llamaríamos
directos, los vinculados de modo inmediato con sus experiencias
vitales, no intelectuales, en especial las vividas en el sur
lluvioso en que pasó la niñez y parte de su adolescencia. De
esta línea, reproducimos y comentamos sumariamente el poema
"Aromos rubios en los campos de Loncoche":
La pata
gris del Malo pisó estas pardas tierras,
hirió estos dulces surcos, movió estos curvos montes,
rasguñó las llanuras guardadas por la hilera
rural de las derechas alamedas bifrontes.
El terraplén yacente removió su cansancio,
se abrió como una desesperada mano el cerro,
en cabalgatas ebrias galopaban las nubes
arrancando de Dios, de la tierra y del cielo.
El agua entró en la tierra mientras la tierra huía
abiertas las entrañas y anegada la frente:
hacia los cuatro vientos, en las tardes malditas,
rodaban -ululando como tigres- los trenes.
Yo soy
una palabra de este paisaje muerto,
yo soy el corazón de este cielo vacío:
cuando voy por los campos, con el alma en el viento,
mis venas continúan el rumor de los ríos.
¿A dónde vas ahora? -Sobre el cielo la greda
del crepúsculo, para los dedos de la noche.
No alumbrarán las estrellas... A mis ojos se enredan
aromos rubios en los campos de Loncoche.
El
titulo, alegre y positivo, contrasta con la acción destructora
del Malo, cuya pata gris pisó, hirió, movió y rasguñó toda la
naturaleza. Esta expresión "Malo" denota en jerga
del pueblo al demonio generador de todos los males del mundo,
también entonces de los terremotos tan frecuentes en Chile.
A través de su pata oscura, el padre de la mentira y del daño
destruye las pardas tierras, los dulces surcos, los curvos montes,
las llanuras guardadas por los álamos enhiestos. La brevedad
del sujeto contrasta con la extensión del predicado -objeto
del daño-, en un eficaz juego demostrador del poderío sin límites
del Malo. La triple adjetivación en epítetos contrasta asimismo
con el adjetivo pospuesto de "pata'; el ritmo acelerado
de los dos primeros versos cede, por otra parte, ante la serenidad
de la segunda parte de la estrofa, que remata en la adjetivación
dual de alamedas derechas y bifrontes, es decir, inútilmente
poderosas y ordenadas.
La
segunda estrofa se construye sobre tres prosopopeyas presentadas
en una clara gradación intensificadora: cansancio, desesperación,
ebriedad. El cuarto verso recoge toda la situación, ahora en
una triple huida: de Dios, de la tierra y del cielo. Es, así,
una estrofa cabalmente jerarquizada, construida con un sentido
clásico de equilibrio y de dinamismo, de equilibrado dinamismo,
mejor.
La
naturaleza aparece en total caos al comienzo de la estrofa tercera,
clímax del poema. El agua entra en la tierra y ésta huye "abiertas
las entrañas y anegada la frente", nuevo antropomorfismo.
Los elementos distintos se confunden y entremezclan, el sólido
escapa transformado en líquido. Los trenes -primer elemento
artificial- ruedan hacia los cuatro vientos ululando como tigres.
O sea, se les inserta en la naturaleza -viento, verde, tigres-,
sin sentido. El verbo "ulular" con sus alteraciones
intensas subraya la enajenación de las cosas y los elementos;
la relación con la ebriedad precedente queda a la vista.
Conseguida
ya plenamente la visión destructora, entra a escena el yo poético,
pero no para remediar o enmendar, sino en una enervante pasividad
e identificación con lo muerto y lo vacío. El yo se une a la
naturaleza y pasa a ser una palabra del paisaje, el corazón
de su cielo, el rumor de los ríos. Formulación triple que corresponde
a las dos trinidades de la estrofa segunda. El doble soy
se complementa con su casi homónimo voy, para indicar
que la identificación con las cosas ocurre esencial y existencialmente.
Las anáforas subrayan la situación.
En
un acertado desdoblamiento sicológico, el poeta pregunta luego
al yo por su actual destino. En la falta de respuesta se adivina
la carencia de norte, de meta, de sentido. Es la tarde, pronto
vendrá la noche. No habrá estrellas siquiera. Los ojos, sin
embargo, perciben una luz inesperada, suave y fragante: aromos
rubios en los campos de Loncoche. La flor y la primavera vencen
la oscuridad y la destrucción. La belleza puede más que el Malo.
Hay una salvación por el arte, que en su misma fragilidad tiene
poder para triunfar. El nihilismo general es superado por el
ser estético, en una actitud que recuerda esa salvación por
la forma preconizada por tantos poetas modernos, desde Baudelaire
hasta Jorge Guillén 4.
¡Curioso desenlace de uno de los primeros poemas grandes
de Neruda! El poeta buscaría más adelante otro tipo de salvaciones,
en la lucha, en la fraternidad, en la participación. Pero el
comienzo muestra sólo una esperanza en la Belleza. ¿No es del
caso hablar una vez más de las vinculaciones del autor de Crepusculario
con el modernismo?
Veinte
Poemas de amor y una canción desesperada es, según recién
se dijo, libro monotemático. Está centrado en el amor a la mujer.
El yo poético busca un tú preciso, de carne y hueso, delimitado
física y espiritualmente. No es la amada ideal de Petrarca o
Garcilaso, sino la hembra fuerte, la estudiante de boina gris
y corazón en calma, la niña morena y ágil. No corresponde a
un tipo idealizado; hay concreción de diversas mujeres entrevistas
en realidad. El cuerpo, descrito con insistencia -blancas colinas,
muslos blancos, cintura de niebla, manos suaves llega a constituir
un universo; se habla explícitamente del atlas blanco de su
cuerpo, en el Poema 13. Pies, sexo, vientre, labios, ojos oceánicos
son reclamados de manera sensual por quien también aparece en
su materialidad de boca y brazos. Blancor y claridad caracterizan
el cuerpo desnudo de ella, mientras el del varón se da de preferencia
en términos de labios ávidos, humedad elemental, corazón.
Ya
en el Poema 1 el encuentro ocurre a través del abrazo físico.
Tres veces se reitera una apelación anatómica, con escasas variantes:
Cuerpo de mujer, cuerpo de piel, cuerpo de mujer mía. En los
dos primeros casos la llamada se amplía en términos físicos:
pechos y muslos, piel, leche. El color blanco persiste y llega
a ser obsesivo. En varios contextos es de mero alcance sensorial:
leche, pañuelos, caracoles, lirio, alba; en otros sirve para
una contrastación elemental ("montañas nocturnas, blancos
lirios", Poema 11). Mas hay también ciertamente una significación
espiritual, un simbolismo que tiene que ver con lo prístino
y lo puro, lo virginal, los orígenes incontaminados. Los Veinte
Poemas se dan en una curiosa y atrayente mezcla de sensualidad
y pureza. Es el libro juvenil del despertar amoroso que implica
asombro y temblor, deseo de posesión y de dominio, ternura,
sexualidad, desenfreno y angustiosa soledad.
La
mujer presentada físicamente ofrece toda su realidad a quién
la busca con ansias. Su entrega ocurre en una actitud similar
a la del mundo. Esta similitud es más que una figura literaria,
porque el darse de ella es proyectado de inmediato a un plano
mayor, de dimensiones cósmicas. Es una situación que corresponde
a la déscripción ya vista del atlas corpóreo. La amplitud del
físico y de su natural dación se prolonga en el quehacer permanente:
"Juegas todos los días con la luz del universo", dice
el primer verso del Poema 14. Es una manera de contrarrestar
la posible trivialidad de la mujer de carne y hueso que el poeta
canta. La no idealidad ha de ser entendida a esta luz matizadora
que implica sacar a la amada del quehacer diario, doméstico,
pequeño.
A
través de tal tipo femenino complejo y contradictorio, de estas
mujeres, mejor, que son corrientes a la vez que extraordinarias,
comunes y únicas, se va conformando la visión nerudiana del
amor. Este sobrepasa la mera relación individual del yo y del
tú, en la misma medida que tú y yo son más que seres humanos
aislados del contexto natural en que viven y del cual proceden
y al cual están destinados. Los amantes son vistos en su armonía
con el mundo en,, que están insertos, en su unidad con ese mundo.
Desde el primer momento la naturaleza integra al hombre y la
mujer. Visión cuasipanteísta que se desarrollará con, caracteres
muy definidos a lo largo del poetizar nerudiano. Léase la primera
estrofa del
Poema
1:
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
La
acción del varón se expresa mediante el verbo "socavar",
propio del quehacer del minero, del labrador, del trabajador
manual. La autocalificación es de labriego salvaje, o sea, de
cultivador fuerte y primitivo de la tierra. Es lo que corresponde
a la semejanza de la mujer con el mundo. Producida la unión,
el hijo es el fruto -frase hecha que recobra su alcance primigenio
de producto vegetal- que surge del fondo de la tierra. Es decir,
el fondo femenino es intercambiable con el fondo de la tierra.
Con ello el tópico "madre tierra" cobra asimismo una
resonancia plena de expresión prístina y nada convencional.
Y queda bien a la vista que el "te pareces" del verso
segundo es mucho más que el encabezamiento de una comparación
literaria; implica, una realidad significativa y
denotadora de una concepción del mundo que cada día se ampliará
y precisará más en la poesía de Neruda. Si en "Farewell"
el hijo potencial estaba en el fondo de la amada ("Desde
el fondo de ti, y arrodillado, / un niño triste, como yo, nos
mira"), ahora surge de un identificado fondo de mujer y
tierra. Después, en Los versos del capitán, por ejemplo,
se le verá venir "del agua y de la tierra, / del fuego
y de la nieve", o sea de la pluralidad de elementos opuestos
a la vez que complementarios de la naturaleza. El ciclo de reproducción
humana se confunde con el de las cosas, porque hombres y tierra
son una misma realidad, diferenciada apenas en un instante por
conciencia y destino, por conciencia de destino. Pero aun esta
diferencia suele desaparecer o ceder ante la naturaleza, que
en ocasiones tiene mayor conocimiento de cuanto sucede, según
se dice en "Epitalamio", poema del libro recién citado:
porque
en la tierra nos sembraron juntos,
sin que sólo nosotros lo supiéramos...
hemos crecido juntos, pero no lo sabíamos.
Concluido
el abrazo fecundo, el poema se prolonga en una confesión lírica
patética, la de la absoluta soledad del yo. Soledad como de
túnel, nocturna, sin pájaros siquiera:
Fui solo
como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Del
yo se alejan lo alado, lo grácil y lo sonoro; su vecindad obligada,
en cambio, es la de la poderosa invasión nocturna. La insólita
función transitiva dada al verbo "entrar" hace más
estrecha y total la unión de noche y poeta. La situación retrospectiva
de aislamiento confiere pleno sentido a la cópula fecunda presentada
en la estrofa inicial. El encuentro fue preparado con ahínco
y esfuerzo físico -"te forjé"- y cuenta como única
salvación:
Para sobrevivirme
te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda...
La
triple comparación evoca una realidad de lucha primitiva: flecha
piedra. El poeta se mueve en toda su poesía de inicio sólo dentro
de lo natural. Residencia en la tierra mostrará su explícito
rechazo al artefacto, al objeto manufacturado. En el poema "Walking
around", de dicho libro, el olor de las peluquerías lo
hará llorar a gritos y el único deseo consistirá en un descanso
de piedras o de lanas, en no ver "establecimientos ni jardines,
/ ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores". Esta actitud
de anticivilización contribuye a formar la visión de la realidad
ya señalada: lo que cuenta es la naturaleza -hombre, tierra-
y cuanto a ella directa o inmediatamente pertenece. Tal visión
será corregida -no abandonada- luego de la conversión política
del autor.
El
Poema 1 vuelve al encuentro del hombre con la mujer. "Te
amo", se lee en la estrofa tercera. Y luego en cuádruple
exclamación se evocan pecho y ojos, pubis y voz:
Pero cae
la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho¡ ¡Ah los ojos de ausencia¡
¡Ah las rosas del pubis¡ ¡Ah tu voz lenta y triste!
El
poema remata en un retorno al "cuerpo de mujer" que
aparecía en la estrofa primera; se añade "mía" y la
decisión de permanencia en la unidad. Sin embargo, no hay final
feliz. Por el contrario, tres veces el posesivo mi, recién
referido al cuerpo de ella, acompaña a sed, ansia y camino indeciso:
Cuerpo
de mujer mía, persistiré en tu gracia.
¡Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso¡
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Es
decir, la posesión no satisface, sino por el contrario intensifica
la soledad. La sed se hace eterna, el dolor se hace infinito,
sigue la fatiga. La ecuación por lo tanto no es Encuentro-Felicidad.
¿Qué ha pasado? Léase todo el poema teniendo en cuenta el conjunto
de observaciones recién formuladas y quizás surja una respuesta
en el haberse hecho de la mujer sólo la hembra identificada
con un cosmos inabordable. De una parte, parcelación de lo humano;
de otra, extensión sin límites en intuición desmesurada y cósmica.
La hembra es menos que la mujer, pero la tierra es más, mucho,
excesivamente más que ella. En este doble juego de diferencias
el yo lírico no logra su satisfacción de hombre, aun cuando
tenga el poder superior de hacer surgir el fruto del fondo mismo
del mundo. Transcribimos el poema:
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo
como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae
la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho¡ ¡Ah los ojos de ausencia¡
¡Ah las rosas del pubis! ¡Ah tu voz lenta y triste¡
Cuerpo
de mujer mía, persistiré en tu gracia.
¡Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso¡
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Al
remate angustiado del primer poema corresponde el del libro
mismo. "La canción desesperada" está constituida por
veintiún dísticos que tienen por leit motiv el verso
"Es la hora de partir, oh abandonado". Expresión tan
deprimente ocurre en los versos 4 y 58, es decir, al comienzo
y al final del poema. El grueso del escrito evoca sin embargo
las horas del encuentro: "Oh carne, carne mía... me acogieron
tus brazos... -oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados... oh la
cópula loca". Es la misma estructura lírica del Poema 1,
a saber, encuentro apasionado y sensual seguido de insatisfacción
de carácter trascendente que obliga a salir, a irse, a partir.
Si antes se concluyó en la sed eterna, ahora el verso penúltimo
reitera en forma balbuciente "Ah más allá de todo",
en que predominan los monosílabos y la serie vocálica a o,
propia de la expresión clamorosa del yo en zozobra desmesurada.
Un tono acezante preside esta canción desesperada, que linda
por sus excesos exclamativos con poemas representativos de El
hondero entusiasta. Es que igual que antes, se acudió a
ella sólo en el deseo terrible y corto, satisfecho el cual la
ansiedad crece. Es tierra el alma de la amada, tierra y alma
en las que todo cae: Oh sentina de escombros, pozo abierto
y amargo. Y es agua en la cual todo naufraga. El yo postrero,
menos poderoso que aquel labriego salvaje, queda en un desamparo,
si cabe, mayor; es el desamparo del abandono, que obliga a partir
no se sabe adónde.
No
siempre la angustia llega a tales extremos. Los conocidos y
hermosos Poemas 15 y 20 se desarrollan en un tono de tristeza,
de melancolía, de ternura suavemente dolorosa. La desesperación
no cabe en ellos. En el "Me gustas cuando callas porque
estás como ausente" y en el "Puedo escribir los versos
más tristes esta noche" hay incluso cierta complacencia
más o menos morbosa ante el dolor visto a la distancia. Son
amores de adolescencia los ahí retratados, con un desdoblamiento
síquico elemental en que de una parte aparece la pasión misma
y, de otra, una cierta reflexión que gusta a la vez que duele.
Reflexión que es también recuerdo, de modo que no hay intelectualidad
sino vivencia repetida a través de la memoria. Entre pasión
y reflexión hay una distancia -tiempo o espacio- que impide
la expresión en angustia suma. La realidad misma de la pasión
queda cuestionada -"Y estoy alegre, alegre de que no sea
cierto... Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero"-.
El desdoblamiento permite hacer literatura acerca del
pasado que es precisamente eso, un pasado. De allí el escrito
ejemplar del Poema 20: "La noche está estrellada, / y tiritan,
azules, los astros, a lo lejos". La frase es la que el
poeta puede escribir, con lo que aparece en un doble
distanciamiento del yo. Es un caso curioso de poema dentro del
poema, que juega armoniosamente con el alejamiento indicado.
El poeta está re-presentando su dolor, aludiendo a él, narrándolo
a través de su personal recuerdo. Esta actitud simbólica prevalece
sobre la puramente expresiva que, en cambio, presidía "La
canción desesperada". De ahí el cierto carácter narrativo
de este lirismo suave, menos comprometido con el yo que el de
los poemas de inicio y remate.
El
contexto temporal en que se da el amor en este libro acentúa
su tono de tristeza. Por un verano y una primavera, aparecen
tres otoños y un invierno. Veinticuatro veces aparece el término
"noche / noches" y no más que una vez su antónimo
"mañana". Se habla del "día destruido",
y se menciona el alba para destacar el abandono: "abandonado
como los muelles en el alba". Prevalecen los adjetivos
"nocturno" y "sombrío" sobre "estival"
o alguno equivalente. "Crepúsculo" ocurre once veces
y siete veces "tarde / atardecer". Abundan alusiones
al viento y a las lluvias. In "La canción desesperada"
"surgen frías estrellas" y "emigran negros pájaros".
La
determinación espacial es algo más imprecisa. Hay abundancia,
sin embargo, de referencias marinas, casi siempre vistas negativamente:
olas quebrándose, naufragio, náufrago, costa del espanto, viento
del mar, agua devorante, entre el mar y la tristeza, el río
anuda al mar su lamento obstinado, negra soledad de las islas,
abandonado como los muelles. En una ocasión el mar aparece en
la misma línea que lejanía y tiempo. La asociación alcanzará
mayor desarrollo en Residencia en la tierra, donde el océano
pasa a ser símbolo de tiempo detenido, de muerte.
Hay
así una triple constante que deprime. En primer lugar, la relación
humana insatisfecha, agravada por la angustia del abrazo que
en su misma plenitud deja vacío y con ansias ilimitadas. Luego
las coordenadas espacial y temporal, mayoritariamente negativas.
Se ha conformado la tónica de tristeza y desesperanza que caracteriza
los Veinte poemas de amor; el tono positivo de algunos poemas,
del 19 por ejemplo, no alcanza a contrarrestar la depresión
general. La obra juvenil de Pablo Neruda es ciertamente melancólica
y vesperal. De Crepusculario a "La canción desesperada"
esta melancolía se acentuó llegando a una angustia extrema.
El
yo en ambos libros tiene clara correspondencia con el autor
mismo. No se trata de señalar rasgos autobiográficos sino sólo
de apuntar a una relación confirmada por el cotejo de textos
y de biografía. Historia y poesía se dan aquí la mano para ofrecernos
la presencia de un adolescente pobre adherido a la naturaleza
fuerte, al estudiante provinciano soñador y apasionado que sale
de la lluvia y llega al barrio sórdido de la capital. La subjetividad
prevalece. Valores objetivos de cualquier tipo -religiosos,
políticos, éticos- quedan postergados. No hay intentos de establecer
nada "externo": ni casa, ni hogar, ni secta, ni partido.
Tampoco de criticar o elogiar a personas o instituciones. Lo
que se instala es la palabra poética fundadora de una inquietud
sin límites, de unos amores avasalladores que no satisfacen,
de unas ansias cada vez más cósmicas y universales. Es un lirismo
pleno en que el hablante se manifiesta en toda su complejidad
anímica. Palabra sencilla, métrica no rebuscada, imágenes tomadas
de preferencia de la gran naturaleza -cielo, estrellas, río,
mar- y, sobre todo, intuiciones expresadas en síntesis admirables:
"Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido";
poesía grande y humana que gusta a muchos y que ya cuenta como
clásica en el idioma.
Hugo
Montes, Para leer a Neruda. Santiago: Francisco de Aguirre,
1974, 165 p.
[1] Raúl Silva Castro, Pablo Neruda, Santiago
de Chile, 1964. Hoy se puede leer el texto definitivo en las
ediciones preparadas para la Colección Contemporánea de Losada
y para la Colección popular de Nascimento, por Hernán Loyola.
[2] Cf. nuestra Poesía actual de Chile y España,
Barcelona, 1965, 2 ed., Santiago, 1970
[3] Dicen los tercetos del poema de Neruda:
Yo estaré
tan lejano que el amor y la pena
que antes vacié en tu vida como un ánfora plena
estarán condenados a morir en mis manos...
Y será tarde porque se fue mi adolescencia,
tarde porque las flores una vez dan esencia
y porque aunque me llames yo estaré tan lejano,
4
Hugo Friedrich, Estructura de la lírica moderna, 56 y ss.,
Barcelona, 1959.
5Con
ligeras variantes, estas páginas aparecieron bajo el título
"El primer libro de Neruda" en "Sin nombre",
vol. III, NI? 1, 72 a 79, San Juan, Puerto Rico, julio-septiembre
1972.