Los
Veinte Poemas de Pablo Neruda
Héctor
Eandi
[Artículo de Hector Eandi sobre Pablo Neruda]
No conozco
en su totalidad la obra poética de Pablo Neruda. Creo, sin embargo,
y así lo da a entender por ahí él mismo que su producción de
verso culmina en Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Lo anterior ha sido necesariamente tanteo orientador, ascensión
trabajosa; lo posterior, dispersión de lo logrado, tentativa
de hombre que se siente infinito porque no alcanzó aún a determinar
sus propios límites. Pero Veinte poemas es un mediodía cuya
plenitud no se queda en promesas.
En
este libro no se puede andar a corazón lento. Sus senderos imponen
un ritmo propio, que va de lo heroico a lo sumiso, en bruscos
saltos a veces. A través de la milenaria senda del patetismo
amoroso, Neruda ha encontrado un atajo suyo; y esa es la gloria
que le conquista este libro.
Reflejar
algo de lo simple y eternamente humano es hazaña que confiere
rango de artista. Dar sello propio y particular fisonomía a
aquello en que otros se irán encontrando luego es tarea de creadores.
Neruda realiza bien ambas cosas.
El
verso de este poeta es creador de amplitud. Nace con ímpetu,
y abre ante sí el ancho espacio indispensable para la vastedad
de su emoción. Su expresión elige el camino de las cosas; y,
apenas ha entrado en el verso, ya se aprietan en su derredor
las fuerzas y las manifestaciones del mundo:
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
................................
(Poema N° 1)
Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
lento juego de luces, campana solitaria,
crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
caracola terrestre, en ti la tierra canta!
..............................
(Poema N° 3 )
Innumerable corazón del viento
latiendo sobre nuestro silencio enamorado.
(Poema N° 4)
Todo
lo que para una inteligencia avizora tiene de emotivo la transitada
aventura de amar, pasa por estos versos gran disugerentes, agigantado
en la decoración que lo rodea y que lo magnifica en vastas proyecciones.
Versos
grandisugerentes, y no grandilocuentes, que es mérito muy encomiable
de este poeta chileno la justeza de la expresión, nunca degenerada
en bizarría: nada de adjetivos estrepitosos ni de metáforas
dislocadas. Vayamos un momento junto a él; oigamos lo que nos
dice con mesurada voz, y veremos cómo aquello es cierto:
La última
luz te envuelve
en su llama mortal.
Doliente. Seria. Absorta.
Detrás de ti da vueltas
el carroussel de las estrellas.
Doliente. Absorta. Muda,
estás diciendo una palabra inmensa.
Doliente. Absorta. Pálida.
Un racimo de sol
me dice adiós desde tu vestido oscuro.
Detrás de ti se aleja
la hélice infinita del crepúsculo.
La
vehemencia de Neruda excede a veces la celeridad de expresión
de las palabras. Así es como hay poemas en que las voces secundarias,
de simple ligazón, están suprimidas, y los versos son torrentes
de palabras medulares que se atropellan, se despeñan, se hieren
a veces:
Tú, mujer,
qué eras allí, qué raya, qué varilla
de ese abanico inmenso? Estabas lejos corno ahora.
Incendio en el bosque! Arde en cruces azules.
Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.
....................................
Quién llama? Qué silencio poblado de ecos?
Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad,
hora mía entre todas!
Bocina en que el viento pasa cantando.
Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.
Sacudida de todas las raíces,
asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.
....................................
(Poema N° 17)
Por
ese camino, y cediendo al reclamo de una novedad ya un poco
vieja, el poeta ha llegado a la Tentativa del hombre infinito,
poema muy alejado del libro que motiva este comentario.
Neruda
magnifica siempre el escenario de su lírica, pero nunca con
exceso para su pasión, que es grande, y que se diría arquetípica
del infatigable anhelar del hombre enamorado de algo que en
ninguna realidad cristalizará jamás. En eso está quizá la honda
emotividad de los versos de Neruda: rebasado el aspecto meramente
anecdótico, personal de la sentimental aventura, cobra en sus
versos una grandiosidad a veces sombría lo que hay de dramático
en esa angustiosa lucha por la superación de lo humano, que
es el amor. Leyendo sus poemas nos sentimos un poco dioses malogrados,
y entrevemos la posibilidad, ya ida, de lo que nunca hubimos.
Por
el amor el hombre entra en las cosas y vuelve a crear, a su
modo, el universo. Por el amor se exalta el espíritu, y se tienden
nuevas distancias, en la desesperación de no poder superar las
y a conocidas. Todo gran enamorado ensancha para el espíritu
los límites del mundo. Neruda es uno de ellos, y parece sentir
con amarga delectación el trágico destino del hombre, que crea
nuevos enigmas, para engañar su incapacidad de resolver los
antiguos. Entonces se exalta el poeta, y su verso es turbulento,
precipitado, como sí estuviera hecho con palabras afiebradas.
Dice,
de sus palabras:
.....................................
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
......................................
(Poema N° 5 )
Siente
su destino de esta manera:
Cuerpo
de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
(Poema N° 1)
Y
expresa así la suavidad íntima de un recuerdo:
....................................
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
(Poema N" 6)
Después
de agitar, en complicidad con grandes símbolos, la total tragedia
de su ambición de amor, el hombre y el poeta se aquietan en
dulzura de tristeza última, y es el vigésimo poema:
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada, y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mí voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro, será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
(Poema N° 20)
Un
análisis de los versos de Neruda no agregaría nada lo que ellos
dicen, ni cuadraría tampoco a su emocionada atmósfera. En este
libro Neruda es moderno, pero con recia personalidad: tiene
siempre un gesto de gran señor 'ara negarse a condescender con
la actitud y con el gesto ajenos. En la selva de todos, abre
con dignidad su propia picada, y por ella conduce los poemas
de su libro, libro n cuyo elogio puede aun decirse que a las
muchas lejanías de nuestra alma viene a agregar una nueva distancia.
HÉCTOR
I. EANDI
Margarita
Aguirre, Pablo Neruda-Héctor Eandi, Correspondencia Durante
Residencia En La Tierra. Editorial Sudamericana,
Buenos Aires Argentina, 1980.