El nuevo arte poético y Pablo Neruda

por Arturo Aldunate Phillips

Apuntes de una charla en la Universidad de Chile y en la Sociedad Amigos del Arte.

Amigo, bebe mi vino en mi propio vaso, que, echado en el de otro, pierde su flor y espuma
Rabindranath Tagore

EXPLICACIÓN

¿Por qué yo, ingeniero, ligado a actividades claramente objetivas y precisas, escribo sobre el nuevo arte poético y Pablo Neruda? ¿Cómo se acomoda el subjetivismo sutil del tema con mis diarias actividades?

Tengo la enfermedad de nuestra hora: la inquietud del espíritu. La curiosidad mental y la imaginación vibrante, me llevan a todos los campos en busca de algo de esa verdad multiforme que vemos pasar tantas veces cerca de nosotros y que nunca podemos asir. Y en este rebuscar, y en este atisbar en todos los horizontes, la emoción artística me halaga sobre manera y me compensa de tanto esfuerzo baldío.

Y precisamente, por mi educación matemática y por mi confraternidad con esta ciencia entre las ciencias, creación pura del espíritu, he vibrado más hondamente con el arte cerebral de nuestros días; y Neruda tuvo que seducirme.

Ferviente admirador del poeta, me sentí reciamente impresionado ante “Residencia en la Tierra”, su última publicación. Penetré en sus poemas, y al contacto de su contenido lleno de sugerencias, vibré de emoción profunda y comprendí que había captado su mensaje.

Este estado de ánimo trascendió a mi alrededor y provocó, en uno de mis amigos, el deseo de conocer más en detalle mi reacción ante este nuevo género poético. Al enfrentarlo con la obra de Neruda y al desarrollarle mi justificación de esta nueva modalidad expresiva, puse ante sus ojos, sin pensarlo, un nuevo horizonte de deleite espiritual que le era hasta entonces desconocido.

Cediendo a su sugestión he escrito mis observaciones y he tratado de precisar mi modo de comprender y de sentir este nuevo arte poético. ¡Ojalá logre ayudar a algunos en la búsqueda del camino!


I. POESÍA NUEVA

Son muchos los que no creen en la poesía nueva; son muchos los que abominan de esta extraña modalidad de los poetas de nuestra hora. Y otros que no niegan ni afirman nada, se sienten, por lo menos, desconcertados.

No pretendemos explicar la belleza de las nuevas formas ni justificar las orientaciones estéticas que, cada día en forma más completa, invaden la literatura contemporánea. Creemos, sin embargo, contribuir a que los desconcertados o incrédulos de buena fe, se enfrenten a las nuevas creaciones y descubran la belleza que ellas encierran.

La forma de expresión de cada época, corresponde siempre a las características distintivas de ella. Nuestro siglo lleva en todas sus manifestaciones el sello de la velocidad, de la observación de conjunto. El hombre, esclavo del tiempo y de las normas de standarización del sistema industrial que nos domina, se revela, cuando tiene espíritu, contra esa exigencia de lo establecido; hay un ansia de renovación y originalidad, un rechazo interno hacia lo igual y cotidiano.

Las formas grises y metálicas de las máquinas intervienen en todos los actos de la vida; aparece el arte de la creación en sí misma y con ella se altera totalmente el concepto de la belleza, a expensas de lo establecido por la naturaleza, y en beneficio del producto puramente cerebral.

Desde que la historia recuerda, el hombre ha reproducido a la naturaleza en sus artes y en todas sus actividades constructivas; son escasísimas las creaciones realmente humanas que se apartan de la influencia del medio y que obedecen a un concepto original.

Sólo a la llegada de nuestra época, el hombre crea efectivamente y hace intervenir en su vida a la máquina, elemento nuevo, producto legítimo de su inteligencia.

Ante la obra creada, que cobra vida propia, presiente, tal vez, que puede abastecerse a sí mismo, crece su orgullo, y se siente por primera vez un poco Dios.

Y esta actitud, germen de rebelión, trasciende al arte, busca en él satisfacción y lo marca con su huella.

También la noción sintética del cinematógrafo, que encierra el espacio, el tiempo y la distancia en unos pocos metros cuadrados y en unos pocos minutos, se infiltra en nuestra generación con fuerza y profundidad; vemos los conjuntos, sintetizamos los grandes fenómenos en unas pocas manifestaciones que nos dan, sin reproducirlo, la sensación del todo. Con unos cuantos toques precisos y vigorosos, se sugiere el fenómeno total: precisando las imágenes más representativas, haciendo abstracción del tiempo y la distancia, o cambiando artificialmente las perspectivas, se pone a nuestro alcance, no sólo lo que el contacto de la realidad inmediata nos habría mostrado, sino que, detalles, puntos de vista, aspectos y correlaciones que, por el conocimiento directo, nos habrían pasado desapercibidas.

En general, hoy día, ha variado fundamentalmente la forma como conocemos y percibimos la mayoría de los fenómenos que se desarrollan a nuestro alrededor.

Hace 30 años, para oír a un gran cantante o para escuchar un conjunto orquestal, se requería una preparación previa; el hecho material de salir a la calle e ir al teatro, obligaba a recorrer una serie de etapas que predisponían el sistema receptivo y que influían extraordinariamente en la impresión y en el conocimiento.

Hoy el fenómeno ha cambiado. Gracias a la ciencia, el hombre puede, en un momento dado, como quien se echa al agua vestido, zambullirse en una sinfonía de Beethoven y, naturalmente, su impresión resulta influenciada en forma decisiva por esta falta de adaptación previa.

De esta manera, la noción y el conocimiento que tenemos de las cosas, son diferentes, y nuestras reacciones tienen características que no pueden conformarse con las de las generaciones que nos precedieron.

Hoy día somos menos profundos y menos trascendentes, pero, en cambio, tenemos una mayor capacidad de asimilación y una mayor rapidez para percibir los fenómenos en su totalidad.

Esto, por lo demás, es una simple constatación de que no hay valores estacionarios y que todas nuestras nociones cambian y seguirán cambiando, a despecho de nosotros mismos. Cada generación trae su mensaje al cual no podrá oponerse la generación precedente.

Como dice Jalil Gibran: somos el arco y nuestros hijos, las flechas; solo podemos intervenir en el impulso inicial e insensato seria tratar, después, de desviar su trayectoria.

Y todo movimiento humano tiene su verdad en sí mismo y es respetable y verdadero desde que existe. No podemos aferrarnos ciegamente al pasado, cuando no está en nuestra mano detener el tiempo.

Por otra parte, para analizar nuestra posición dentro de la poesía, como dentro de cualquiera otra manifestación artística nueva; para juzgar honradamente y comprender, debemos empezar por aceptar que todas las renovaciones de la cultura han tenido, de parte de la masa contemporánea, una desaprobación e incomprensión que no han impedido, sin embargo, el reconocimiento, más tarde, de sus calidades.

La poesía nueva, como la música, aparece para quienes no están en su ambiente, desconcertante. Especialmente si se la juzga con el criterio y desde los puntos de vista de principios del siglo, resulta incomprensible y abstrusa.

Debemos, en primer lugar, ponernos en situación de receptividad. No empecemos por hacer una definición de lo qué es la poesía, o de lo que deseamos encontrar en ella, para en seguida aplicarla a las composiciones que leemos. Comprendamos que las descripciones de lo que es la poesía, han sido hechas a posteriori, tomando de las composiciones consideradas como poéticas, sus condiciones comunes, para en seguida concluir su definición.

El procedimiento referido podrá estar bien, mientras no aparezca una nueva obra de arte, que tenga otras características que la saquen del molde primitivo. En éste caso, lo lógico es ampliar el molde y no negar la calidad de obra de arte a la nueva creación.

Para “sentir”, -no digo entender,- la poesía nueva y apreciar su belleza, necesitamos en primer lugar él “deseo de sentir”, y el abandono de los juicios preconcebidos que deformarían nuestra percepción. Debemos, además, tratar de sincronizarnos con el ambiente, ponernos a tono con el e interesarnos en su contenido. Si al oír una sinfonía no nos ponemos en ambiente, si mientras ella se desarrolla conversamos con nuestro vecino o miramos los gestos que hace él que toca el clarinete, no lograremos captar su mensaje. Debemos ponernos en condiciones de que la música penetre en nosotros, nos haga vibrar y produzca la emoción artística.

Igual cosa sucede con la poesía nueva, que en muchos aspectos tiene las características de la obra de arte musical.

A primera vista, parece extraño el que estas manifestaciones necesiten una explicación y requieran aptitudes especiales para ser comprendidas. Sin embargo, resulta natural si se considera, como dijimos al principio, que la obra de arte, que es una cristalización del momento que vive su creador, se ha hecho cada vez más cerebral y que sus modalidades, procedimientos y peculiaridades han cambiado casi bruscamente, junto con los criterios, puntos de vista y doctrinas que informan el contenido espiritual de nuestra época. Es que el cambio de las nociones de tiempo y distancia han permitido que una evolución que, dentro de los cánones de nuestros abuelos requería un siglo o más, se haya producido en 20 o 25 años. De aquí gran parte del desconcierto y de la dificultad de acomodación.

Por otra parte, esta cosa nueva y aparentemente tan extraña, es tan antigua como la humanidad; es simple emoción artística profunda y expresada en forma, tal vez incomprensible para algunos, pero verdadera.

Comprendemos, sin embargo, que para quienes han conocido el movimiento, más que todo pictórico y literario, nacido en Europa y especialmente en Francia después de la Gran Guerra, resulta más difícil enfrentarse confiadamente a los nuevos valores artísticos a que me estoy refiriendo. La tragedia macabra empezada en 1914 produjo un desorbitamiento indudable en la juventud de esa época, que, en un ambiente de locura y delirio revolucionario y destructor, vio nacer una serie de ensayos y tentativas, negadas a todo esfuerzo y tendientes a desconocer los valores establecidos y la necesidad del trabajo creador y laborioso.

El dadaísmo, neo-impresionismo, surrealismo y otras orientaciones fugaces, nacidas sobre los nervios y las carnes maceradas de la juventud europea, crearon manifestaciones de tendencias artísticas que, en muchos casos extremos, como los de Max Ernst, Hans Arp, Joan Miró en la pintura; Francis Picabia y Tristán Tzara en la literatura, desconciertan, porque indudablemente lindan con lo patológico. Pero transcurrido ese período, humana consecuencia de la guerra, y sobre la tierra ferozmente removida, han nacido los valores artísticos definitivos de la época, que han captado lo real que existía en esas inquietudes y angustias y han creado obras de arte verdaderas.

Debemos pensar que, por muy extraviados que nos parezcan los movimientos artísticos de la post-guerra, ellos eran producto de un estado de alma humano y colectivo y, por consiguiente, debían influir, con la verdad de su existencia, en la evolución mental y emotiva del hombre.

Para asimilar estas nuevas tendencias, tenemos en Chile una dificultad que tal vez no existe en otras partes: aquí pretendemos de listos y de que, por consiguiente, nadie nos engaña. Esta característica se transforma, frente a las cosas nuevas, en una defensa inmediata; si no entendemos, si nos sorprende algo desacostumbrado, aparece nuestra reacción: ante el peligro de ser engañados preferimos negar y, con criterio burgués, no pecar de incautos.

Bien es cierto también que dentro de toda evolución se albergan elementos audaces que tratan, a río revuelto, de hacerse reconocer talentos que no tienen; pero el tiempo y la falta misma de calidades artísticas se encargan de destacar, tarde o tempranos los verdaderos valores.

Pero, desde luego, el que desconfíe y tema por su prestigio de hombre equilibrado, es mejor que renuncie a tiempo y no se interne por los nuevos caminos.

La emoción artística, tan traída y llevada, es un estado de alma difícil de describir y explicar; más que todo la comprendemos como una reacción de nuestro espíritu en la que, además del sentimiento, intervienen e influyen también, poderosamente, nuestra imaginación y nuestra inteligencia.

Puestos en actitud receptiva, la obra de arte nos invade y despierta en nosotros vibraciones desconocidas, levanta ecos de inquietudes o de imaginaciones que nos proporcionan agrados espirituales, en muchos casos casi físicos. Por caminos insospechados, el artista nos transporta y nos produce emociones presentidas, pero que habíamos sido incapaces de precisar.

Cada una de las artes, tiene su modo peculiar de producir ese ardimiento interior, esa emoción vaga y muchas veces imprecisa, pero reciamente verdadera. Para nosotros la creación humana que produce esta vibración es, por sobre todo los cánones, obra de arte.

En el caso de la poesía nueva, este estado emotivo y espiritual es más difícil de producir. En primer lugar, porque el sentimiento poético no es una característica muy común en el hombre y la poesía misma no puede generarlo si no existe, previamente, latente en el fondo del que lee o escucha. La composición poética da el diapasón, pone en vibración nuestra propia emoción; especialmente la poesía nueva no lleva, en su parte mecánica, todo el mensaje, y mal puede interpretarse, por consiguiente, literalmente.

En este caso, podríamos decir con Amado Nervo: “Dentro de ti está el secreto, si no lo llevas, inútil será que lo busques en los otros”.

Oímos decir: ¿Qué absurdo, qué significa la frase?

“¡Hago girar mis brazos como dos aspas locas!
¡En la noche toda ella de metales azules!” [1]

Esto no tiene significado; ¡que no hay, aspas locas, ni la noche puede ser de metal!

Nuestra primera impresión, es decir, también con Amado Nervo: “No eches margaritas a los cerdos”, pero tengamos paciencia.

Tal como una frase aislada de una composición musical puede no decir nada, también en la poesía, dos versos desgajados de su ambiente pueden perder su valor y su significación; además, al desglosar una parte del todo, dejamos de mirar hacia adentro de nosotros mismos y perdemos, tal vez, la impresión que el conjunto nos produce. La frase es el instrumento, la herramienta de que se vale el poeta para llegar hasta nuestras fibras emotivas, hasta nuestra conciencia y también, muchas veces, hasta nuestra subconciencia guardadora de nuestras mejores y más puras impresiones. El verso, por otra parte, puede actuar por su sentido literal, por su valor de sugerencia, por su simple condición eufónica o por varias de estas cualidades a la vez. [2]

Muchas obras de arte, especialmente musicales y literarias, nos sugieren situaciones sentimentales o físicas que producen agrado o emoción artística y, sin embargo, rara vez esa sugerencia es el tema de la obra o de la situación inicial del autor, quien, partiendo de su propio estado espiritual, logra a través de su creación, develar nuestros sentimientos de belleza.

En la poesía de nuestros días sucede algo semejante: es posible que dos personas tengan sugerencias diversas, sientan o comprendan un mismo poema en forma distinta, pero esto no desmedra, sino al contrario, universaliza el valor artístico y humano de la obra.

Podríamos decir que el poeta lanza al espacio la vibración de su canto y cada uno lo repite hacia adentro como un eco. Según sea nuestro material, cobre, plata, metal vibrador o sorda madera, será la armonía que percibimos en nuestro interior.


II. PABLO NERUDA

Tal vez algunos casos concretos nos permitan aclarar más los conceptos expuestos en la primera parte de este estudio. Examinemos algunas producciones de uno de nuestros valores literarios más discutidos: Pablo Neruda. En general, en este caso, hay pocos términos medios: o partidarios ardientes o detractores sin contemplación.

Neruda es, sin duda, uno de los representantes más destacados de la actual generación de poetas nuevos. Para adentrarnos en su producción literaria, para mejor orientarnos y situarnos dentro de ella, trataremos de seguir al poeta en su evolución que, un síntoma curioso de anotar, es la misma experimentada por la mayoría de los valores poéticos de nuestros días. Aun aquellos que comenzaron a desarrollarse estéticamente a principios de este siglo, han sufrido una metamorfosis y una adaptación al medio, semejante.

Federico García Lorca, Rafael Alberti, César Vallejo,  Carlos Pellicer y tantos otros han debido evolucionar, impulsados por el medio, hacia las formas nuevas, siguiendo trayectorias más o menos acentuadas, más o menos originales y valientes, pero evidentemente paralelas.

Y esta curiosa transformación de la poesía hispanoamericana tiene una importancia indiscutible en la literatura universal, pues ella esa manifestación artística mas vigorosa, la más nueva y más verdadera del momento. [3]

Y ya que vamos a entrar en Neruda, no estará de más indicar que en el mismo estudio mencionado en la nota anterior se le considera uno de los poetas más profundos, potentes y verdaderos de nuestros días. [4]

Para poder seguir a Neruda en su trayectoria, y sobre todo, para dar oportunidad a los menos familiarizados con estas nuevas modalidades, para que se adapten al temperamento y mentalidad del poeta, empezaremos por considera su manifestación artística mas juvenil y, por ende, mas fácilmente comprensible.

El año 1923, Neruda se puso al frente de la generación inquieta y altanera de esos días con “Crepusculario”. Publicado por la Editorial Claridad, de la Federación de Estudiantes, que diera vida a tantas páginas nuevas y valientes, y que alentara el nacimiento de la verdadera vida intelectual de nuestra juventud, produjo una sensación d asombro.

Había nacido a la vida artística sudamericana, un valor poético indudable. El molde conocido, pero el contenido rico, sincero y vigoroso.

Este primer libro, resulta hoy día fácilmente comprensible para cualquiera, pero entonces, hace 13 años se destacó como atrevido y rebelde.

Farewell y Los Sollozos, Peleas y Melisande, poema sencillos y profundamente poéticos, esparcieron el nombre de Neruda entre la juventud.

Aún cuando para la mayoría de quienes se hayan interesado por el desarrollo de nuestra literatura, estos poemas serán sobradamente conocidos, queremos insertar algunos trozos de ellos para que hablen por sí mismos y den la imagen del poeta de entonces.

Dice Farewell. [5]

Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en tus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, bijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.
Para que nada nos amarre
que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Ya aquí podemos columbrar algo de lo que será el de mañana; se advierte ya su orientación hacia la sugerencia.

 En seguida, entre paréntesis, como una reflexión baja dice:

(Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera,
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar).

Y continúa más adelante:

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a mí tu dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo. Fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste; pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia donde voy.
... Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

Estos poemas juveniles muestran el fondo poético y la riqueza imaginativa que, soleada por los años, debía dar el fruto sazonado y diferente.

Pero, a pesar de ser ésta su primera creación, podemos descubrir claramente en “Crepusculario”, algunas de las características originales de nuestro poeta.

En la primera estrofa de “El Castillo Maldito” ya la palabra golpeada y viril, que ha de ser más arma predilecta:

Mientras camino, la acera va golpeándome los pies,
el fulgor de las estrellas me va rompiendo los ojos.
Se me cae un pensamiento como se cae una mies
del carro que tambaleando raya los pardos rastrojos.

Y en “Aromos rubios en los campos de Loncoche” tenemos otro ejemplo:

La pata gris del Malo pisó estas pardas tierras,
hirió estos dulces surcos, movió estos curvos montes,
rasguñó las llanuras guardadas por la hilera
rural de las derechas alamedas bifrontes.
…………………………………………………………

el agua entró en la tierra mientras la tierra huía
abiertas las entrañas y anegada la frente;
hacia los cuatro vientos en las tardes malditas,
rodaban -ululando como tigres- los trenes.
Yo soy una palabra de este paisaje muerto,
yo soy el corazón de este cielo vacío;
cuando voy por los campos, con el alma en el viento,
mis venas continúan el rumor de los ríos.

Aún el ritmo y la rima son precisos y se ajustan a los cánones; pero el temperamento levanta su espalda para desasirse... no ha llegado aún el momento de la plenitud, en que la emoción artística plasmará sus propias formas.

Juntémonos en seguida a Neruda en “El Hondero Entusiasta”, una de sus publicaciones más conocidas, y que contiene poemas escritos hace 10 o 12 años, cuando las nuevas tendencias andaban todavía en busca de orientaciones.

Ya en la primera página nos enfrentamos con la originalidad y el profundo sentido estético del poeta. Sin embargo, estamos todavía en un terreno relativamente conocido, a una distancia que aún puede medirse de los moldes llamados clásicos; pero se han reemplazado los motivos gastados y las formas representativas de una época pasada, por otros más en ambiente con nuestra hora.

“Los cisnes en la laguna”, “el rielar de la luna sobre el agua”, “las flores mustias de los prados”, han dado paso al “hondero que triza la frente de la noche” o a “la voz que arde en los vientos”, o al “cimbrar de las hondas que van volteando estrellas”.

Hay más virilidad, más concepción humana en estos poemas fuertes como gritos y tremolantes como imprecaciones. La mentalidad del poeta es la de nuestro momento; el romanticismo dulce y tranquilo ha dejado su lugar a este otro, romanticismo también, pero amargo y áspero, intranquilo y rebelde.

Esta fase de la obra de Neruda tiene especial interés, pues nos muestra el momento en que la inquietud del poeta salta a la superficie de la tierra y trata de comprender el misterio de nuestra existencia.

Lanza al espacio “sus piedras”, y experimenta la extraña sensación, de ver que ellas rebotan en la bóveda del más allá y vuelven a herirlo en la frente.

Es la primera incursión del hombre en la vida; es la primera vez que la amargura del desengaño golpea a los ojos del iluminado.

Dice:

Hago girar mis brazos como dos aspas locas…
en la noche, toda ella de metales azules.

Hacia donde las piedras no alcanzan y retornan,
Hacia donde los fuegos obscuros se confunden.
Al pie de las murallas que el viento inmenso abraza
Corriendo hacia la muerte como un grito hacia el eco.

El lejano, hacia donde no hay más que la noche
y la ola del designio y la cruz del anhelo.
Dan ganas de gemir el más largo sollozo.
de bruces frente al muro que azota el viento inmenso.
………………………………………………………..

Gira mi brazo entonces y centellea mi alma.
Se trepan los temblores a la cruz de mis cejas.
He aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas!
He aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea!
He aquí los astros pálidos todos llenos de enigmas!
He aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta!
He aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas!
Las voces infinitas que preparan mi fuerza!
Y doblado en un nudo de anhelos infinitos,
en la infinita noche, suelto y suben mis piedras.
…………………………………………………………

He aquí mi voz extinta. He aquí mi alma caída.
Los esfuerzos baldíos. La sed herida y rota.
He aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren.
Las altas luces blancas que bailan y se extinguen.
Las húmedas estrellas absolutas y absortas.
He aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate
He aquí la misma noche desde donde retornan.

Y en estos poemas lo vemos también, por primera vez, frente a la mujer; y su encuentro tiene el mismo gesto encendido y fuerte:

Sumérgeme en tu nido de vértigo y caricia.
Anhélame, retiéneme.
La embriaguez a la sombra florida de tus ojos,
las caídas, los triunfos, los saltos de la fiebre.
Ámame, ámame, ámame.
De pie te grito. Quiéreme.
Rompo mi voz gritándote y hago horarios de fuego
en la noche preñada de estrellas y lebreles.
Rompo mi voz y grito: Mujer, ámame, anhélame
Mi voz arde en los vientos, mi voz que cae y muere.

Y al cambiar la mentalidad, y al cambiar el ambiente en que el poeta, proletario de este siglo, vive, se trastornan también las formas de expresión, y el modo de reaccionar ante los hechos.

Hace pocos días leíamos en un diario de Santiago a un señor que, opinando sobre poesía, decía: “No podemos aceptar píe a la luna se la llame enemiga, o dura o amarga... la luna como la han cantado todos los verdaderos poetas (entre los que citaba al venerable don Gaspar Núñez de Arce (?), es dulce, suave”. Naturalmente que para quienes discurren en esta forma, resulta del todo imposible apreciar las creaciones poéticas de hoy y sería trabajo perdido el intentar convencerlos... pero sigamos, para los otros.

La luna, como cualquiera otra realidad, física o espiritual, no “es”, en si misma, de una u otra manera, sino que “es” como el poeta la ve y la siente. El bohemio y romántico del siglo XIX, que recitaba sus madrigales en los salones galantes, o discurría sobre metafísica en los cafés iluminados a gas, hablaba de la “pálida amiga”; pero el hombre que se debate en un ambiente de lucha social, esclavo de un sistema miserable e injusto, que siente la cadena de galeote que lo ata al trabajo duro e inevitable, que respira en una atmósfera metálica, fría y cruel y que ve su personalidad sumergirse en lo vulgar y semejante, en el gris acero de los días iguales y monótonos, se revela, y, seguramente, la luna le resulta amarga y odiosa.

Se comprende entonces que ese poeta diga como Neruda:

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
Y mi pelo y mi sombra

…y agregue más adelante:

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

Este poema encierra, como en un símbolo, el grito de nuestra hora.

Vivimos un momento de incertidumbre en el que se respira odio y desconfianza, en el que los hombres crispan sus manos y piensan sólo en satisfacer sus apetitos con olvido de toda justicia y solidaridad humanas.

Y en este ambiente de lucha permanente, la vida nos resulta muchas veces amarga y sentimos el cansancio de ser hombres.

Millares de miserables desheredados arrastran sus existencias, atados a la cadena del trabajo doloroso, sin ilusiones y sin esperanzas para el mañana.

El trabajo puede ser ensalzado cuando se ejercita conscientemente, para propio beneficio y por propia voluntad, cuando proporciona lo necesario para mantener el rango y la dignidad del hombre. Pero el trabajo que sufren los esclavos de hoy, ensalzado y proclamado como suprema razón de vida por los poderosos, constituye un oprobio y una ignominia: es el trabajo de la masa que sólo permite al individuo subsistir, apenas físicamente, para permanecer atado a él y dar vueltas sin cesar, sin aspiración de mejoramiento, sin futuro de perfección, alrededor de la boca negra de la noria.

Neruda ha oído este reclamo de rebeldía y con ello justifica su condición de poeta universal, de poeta nuestra hora.

Pero hay algo más. La poesía y la inspiración no han sido halladas en el campo alegre y soleado en que cosecharon los literatos del siglo pasado. El artista de hoy, ha bajado a la miseria humana, ha rebuscado entre su material sucio y áspero y ha sabido recoger la vibración que había en él. Aspiraciones, anhelos de elevación, rebeldía del espíritu, vibraciones profundas de la masa, aparentemente descolorida y sorda, han sido hechas canto y emoción.

Todo lleva el reflejo de esta hora trágica; de esta etapa de la vida del hombre en que, después de muchos siglos, la masa entra en acción por sí misma, en justicia, pero grosera y brutalmente. Y el poeta verdadero es una cristalización de los mejores valores espirituales de su tiempo; él capta el ambiente y lo interpreta y lo comprende.

Cosa curiosa, sin embargo, esta cualidad del artista, que debiera hacer que sus contemporáneos lo comprendieran mejor, es precisamente la que lo hace incomprensible para muchos; nunca una hora de la humanidad puede ser juzgada por los hombres que la viven; falta perspectiva y tiempo para que los acontecimientos tomen sus verdaderas proporciones y adquieran sus valores. El artista, al captar, inconscientemente casi, el espíritu de su época, es como un atalaya que emerge de la vida y se adelanta a marcar sus caracteres, ante la incomprensión, casi siempre, de sus contemporáneos.

Resulta cansado, por lo mucho que se ha repetido, decir que los grandes artistas fueron incomprendidos por la masa que vivió yunto a ellos; y esta afirmación se acentúa cuando se trata de innovadores que representan modificaciones profundas en los estratos de la vida humana. Pensemos entonces en lo que debe suceder hoy que contamos con los cambios hondos y violentos de los últimos años. El arte ha tenido aún que anticiparse a este vendaval de velocidades.

Basta que miremos 30 años atrás: 1905. José Asunción Silva con su “Nocturno”, era entonces, 10 años después de su muerte, un innovador. Todavía en 1915 la generación anterior a la nuestra se horrorizaba ante las libertades de este poeta sin respeto por los cánones. Hoy, en que el “Nocturno” se ha confundido con todas las demás composiciones románticas, son “Solo la Muerte” o “Rojas Jiménez viene volando”, los poemas que arrancan dicterios de indignación a los que miran hacia atrás. Es cuestión de tiempo para que la historia se repita habiendo recorrido un jalón más.

Pero el hombre joven, física o mentalmente, puede y debe adelantarse a ese ciclo y vibrar contemporáneamente con los artistas que encarnan su época.

Volvamos a Neruda. A lo largo de su evolución, se va haciendo más universal; va identificándose más con las características de nuestra civilización: impresión de conjunto, abstracción del tiempo, creaciones atrevidas del cerebro humano... y los poemas se van haciendo cada vez más sinfónicos.

Saltemos rápidamente a los “Veinte Poemas”, publicados en plena eclosión de las tendencias nuevas. Todavía, dentro de una novedad atrevida de la forma, está la poesía y el sentimiento tan a flor de piel, que cualquiera podrá apreciar la extraordinaria belleza y emotividad de los poemas. El vigor artístico formidable de Neruda y la concepción cerebral impetuosa, aparecen tras cada composición.

Hay una inefable originalidad en la forma de sugerir, pues Neruda no describe, sugiere; entre sus versos quedan prendidas las entre líneas que despiertan la intimidad de nuestra emoción poética.

Tomemos al azar cualquiera de sus composiciones.

Refiriéndose a las imágenes y a la emoción que la noche proyecta ante nuestros sentidos, y evocando cómo, en sí mismo, el espacio está vacío de realidad y lo que en él vemos es sólo el producto de nuestro propio yo que se refleja en la naturaleza, dice en el poema 2:

Del sol cae un racimo en tu vestido obscuro.
De la noche las grandes raíces
crecen de súbito desde tu alma,
y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
de modo que un pueblo pálido y azul
de ti recién nacido se alimenta.

El pensamiento es tan viejo como la poesía, pero la forma de decirlo es diáfana y nueva.

Más adelante deja brotar su caudal puro y transparente y, en un poema que es agua cristalina, nos da algo del secreto de su forma poética: el lenguaje no es capaz de traducir la inspiración, y las palabras dan sólo una imagen borrosa de su riqueza.

Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube basta mi ávida boca.
Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío mi
corazón se cierra como una flor nocturna.

Con una diafanidad maravillosa, dejándola casi intocada, aparece la idea poética y queda prendida entre las líneas del verso.

En seguida, en el poema 11, hay una mezcla curiosa de imaginación, de sentimiento y poesía que da la sensación de una sinfonía orquestal.

Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
la mitad de la luna
Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.
Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.
Fragua de metales azules, noche de las calladas luchas,
mi corazón da vueltas como un volante loco
………………………………………………………….
Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa, tu raíz soñolienta
Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.
Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.

Finalmente, algunos trozos que nos muestran la fibra virilmente amorosa y ese aspecto del amor, fuerte y sin falso, matices de gazmoñería, tal como lo sentimos en nuestra hora en que el límite que une el espíritu a la materia se ha hecho más vasto. Amor que es vibración de la naturaleza limpio de prejuicios y en libertad.

Se ha tildado a Neruda de materialista, porque hace intervenir a la materia en todos sus poemas.

Yo diría, sin embargo, que Neruda es esencialmente espiritual y que ha logrado percibir la vibración íntima que se esconde dentro de la materia; ha descubierto esa lucha interior de vida que palpita dentro de ella y la ha ennoblecido. Así, lejos de empequeñecer y desmedrar su obra poética, le ha dado grandeza al ensanchar los límites de lo espiritual. Espíritu y materia avanzan uno en sentido del otro y se confunden, dentro de su canto, en un todo armónico.

Poema 14.

………….…………………………………………….
Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas obscuras y cestas silvestres de besos.
Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.

En seguida en el poema 15, siempre en ese tono diáfano y lejano.

Me gustas cuando callas, porque estás como ausente
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado,
y parece que un beso te cerrara la boca.
……………………………………………………….

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

No hay, en la simplicidad transparente de estas estrofas una sola palabra perdida y quedan vibrando entre los versos las frases no pronunciadas...

En el poema 20 aparece el hombre y las frases se hacen más cálidas y más precisas. Dice en la primera línea:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir por ejemplo: “La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

Y, después de predisponernos, dice más adelante su grito dolorido.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
……………………………………………………

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca y ella no está conmigo.
……………………………………………………

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

|Finalmente, en la “Canción Desesperada”, quita la sordina para gritar su canto:

Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fué naufragio¡

Hice retroceder la muralla de sombra,
Anduve más allá del deseo y del acto.

Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
A ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
……………………………………………………

Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo, las ruinas, y tú fuiste el milagro.

Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma y en la cruz de tus brazos!
……………………………………………………

Mi deseo de ti fue el más terrible y corto
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
……………………………………………………

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

Y como en estas composiciones, en todas las de este pequeño volumen, la poesía de Neruda alcanza una transparencia vigorosa y un sentimiento hondo en un estilo nuevo, original, bordado de figuras y evocaciones que, a su belleza, agregan el mérito de su inteligencia y de su imaginación fresca y ágil.

Ya en estos poemas se divisa la nueva personalidad que la vida va plasmando en Neruda. Su inteligencia, su imaginación y su talento artístico, lo llevan valerosamente al camino intransitado. Finalmente, ha aparecido el hombre que ha cruzado todos los mares bajo todos los vientos, y que se ha impregnado de la modalidad del siglo. Entra en la literatura pisando reciamente, consciente de la personalidad que se ha cristalizado en él como un valor definitivo. Todo lo leído, que hasta ayer le sonaba como cosa propia, ha desaparecido ante la presencia de sus propios medios y de su propio camino.

A esta altura, y para juzgar de la originalidad y firmeza del poeta, para comprender la honradez de su masculinidad poética y de su modalidad expresiva, queremos referirnos a un poema inédito titulado “Aquí estoy”.

Desgraciadamente, se trata de una composición que, por su índole personal, no puede ser dada a conocer totalmente y que, por el lenguaje crudo que en ella se emplea, debe quedar al margen de lo que puede publicarse. Sin embargo recurrimos a este poema, porque es de un interés extraordinario para valorizar a Neruda. El poeta, puesto frente frente de algunos de sus detractores, quienes, según él, han usado malas armas, deja brotar el caudal de su indignación y de su orgullo.

Resulta extraño ver a Pablo Neruda, el hombre tranquilo por excelencia, levantarse ardiente de ira y de desprecio. Como un torrente que se despeña desde lo alto, rueda su imprecación.

Y lo vemos cara al sol en la cima de la montaña.

Aquí estoy con mis labios de hierro
y un ojo en cada mano,
y con mi corazón completamente,
y viene el alba y viene
el alba, y viene el alba
y estoy aquí a pesar
de perros, a pesar
de lobos a pesar
de pesadillas,
a pesar de pesares
estoy lleno de lágrimas y amapolas cortadas
y pálidas palomas de energías,
y con todos los dientes y los dedos escribo
y con todas las materias del mar,
con todas las materias del corazón escribo.
……………………………………………………

tengo lleno de pájaros el pelo,
tengo poesía y vapores,
cementerios y casas
gente que se ahoga,
incendios,
en mis veinte poemas.
……………………………………………………

a mí no me alcanzáis ni con anónimos
ni con saliva,
existo, entre los metales y la harina y las olas,
entre el mundo y el cielo, con un corazón lleno de sangre y de rocío.

No villanos,
a mí no me engañáis,
si el mundo se transforma,
caed a la ciénaga, al luto y a la lepra,
al francés y a la megalomanía,
vargas vilas con cabezas de zorras,
d'annunzios de a cuarenta,
a mí no me asustáis,
con pequeños insultos, que podéis repetir llenos
de gozo a vuestras enfermeras,
aquí estoy
echando hasta morirme poemas por los dientes,
hasta que me matéis,
a veneno y a sombra.
……………………………………………………

Yo he conocido rebeldes. Artesanos,
poetas de frente limpia y de manos limpias,
seres humanos,
pero no peste y lepra y pus y callos
como vosotros.
Conocedme:
Soy el que sabe y el que canta, y no podréis matarme
aun cuando os partáis las venas
y volváis a nacer otra vez entre orines.
……………………………………………………

Adiós a muerte,
adiós a vida,
fracasados,
Aquí estoy con harinas y cimientos,
aquí estoy haciendo pájaros,
aquí estoy solo.
Venid horribles seres muertos
a clavar cadáveres en mi alma,
para que en vuestra muerte,
en el horrible olor a muerte de vuestras muertes,
os ayude a salir de las tumbas amargas,
en que estaréis llenos de baba pútrida, con el olvido a cuatro labios,
y una víbora negra en la garganta. [6]

El lenguaje brutal del poema, y el estar dirigido contra personas a quienes no tenemos por qué lastimar, nos priva de dar a la publicidad el total.

Sin embargo, de los fragmentos transcritos, fluye toda la fuerza, la rebeldía y la musicalidad natural e inconsciente de la poesía de Neruda. En este momento en que, fuera de sí, deja abiertas las compuertas de su indignación, nos da una obra que nos permite escudriñar y analizar en toda su plenitud la modalidad propia de su verso y la sinceridad de su forma expresiva.


_________________

Estamos ya en la época de “Residencia en la tierra”; al llegar a esta fase de su trayectoria, el artista ha franqueado la cumbre de su ascensión y ha entrado al otro lado de la montaña, plenamente en el siglo amargo y desorientado en que vivimos, en este siglo lleno de anhelos imprecisos y enfermo de la lucha de clases.

Y de entre todo ese conglomerado vulgar, vasto y sin rumbo, ha captado el despertar del espíritu, el ansia de liberación y ha comprendido la búsqueda de la vibración interior de la materia. Un camino nuevo se ha abierto ante el artista: una poesía más verdadera, que no excluye ni acepta nada deliberadamente, pero que se asimila a la vida y en la que las miserias del ser, y los detalles aparentemente innobles del diario devenir, van dejando su huella.

Entra a tientas, tratando de explicarse sus propias sensaciones. Dice en el primer poema:

Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanas en cruz,
……………………………………………………

Aquello todo rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en si misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
……………………………………………………

Y más adelante en este poema:

El día de los desventurados, el día pálido se asoma con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris, sin cascabeles, goteando el alba por todas partes: es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.

|  Ya está solo, abiertos los brazos, mirando a lo lejos y lanzando su canto que es orquestación y sugerencia enorme.

Y nos da todo ese conjunto maravilloso, un poco opaco y áspero, a primera vista, algo desconcertante por lo nuevo y lo atrevido, y que se adentra en nuestros problemas que creíamos tan ocultos a las miradas curiosas y que, sin embargo, resultan ahora universales.

Sería reproducir todo el libro, o alargarnos demasiado, hacer su comentario completo. Sin embargo, para dar una primera impresión de la labor definitiva de Neruda, queremos referirnos a tres poemas especialmente representativos y, al mismo tiempo, sencillos y fáciles de asimilar desde el primer momento.

Primero es “El fantasma del buque de carga”, poesía pura, sugerente a lo Edgar Poe, un poco trágica, de emotividad fascinante.

……………………………………………………
Y un olor y rumor de buque viejo,
de podridas maderas y hierros averiados,
y fatigadas máquinas que aúllan y lloran
empujando la proa, pateando los costados,
mascando lamentos, tragando y tragando distancias,
haciendo un ruido de agrias aguas sobre agrias aguas,
moviendo el viejo buque sobre las viejas aguas.

Bodegas interiores, túneles crepusculares
que el día intermitente de los puertos visita:
sacos, sacos, que un Dios sombrío ha acumulado
como animales grises, redondos y sin ojos,
con dulces orejas grises…

En esta forma maravillosamente musical y poética nos predispone… el ambiente se hace denso y más adelante llega:

Olor de cuero y tela densamente gastados
y cebollas, y aceite, y aun más,
olor de alguien flotando en los rincones del buque
olor de alguien sin nombre,
que baja como una ola de aire las escalas,
y cruza corredores con su cuerpo ausente,
y observa con sus ojos que la muerte preserva.

Habría que reproducir el poema todo, su conjunto admirable de descripción sugerida, de emoción que se nos mete entre cuero y carne... hay que leerlo lentamente y en voz baja, que las palabras se hacen pesadas y se arrastran.

Más adelante...

Sin gastarse las aguas, sin costumbre ni tiempo,
verdes de cantidad, eficaces y frías,
tocan el negro estómago del buque y su materia
lavan, sus costras rotas, sus arrugas de hierro,
……………………………………………………

¡Qué poder de evocación, qué maestría y qué discreción en el uso del epíteto y de la idea nueva!

Logra Neruda en esta composición hacer intervenir la emoción espiritual, a aquellos aspectos materiales de vida, aparentemente insignificantes y mezquinos. Toda descripción sugerida está formada por esos pequeños detalles, cuyas existencias propias marcan el fenómeno total un carácter determinado, e influyen, sin que nos apercibamos, en la vibración emocional del conjunto.

Neruda huye de la frase total y presuntuosa y, entrando a la constitución íntima del fenómeno y de la emoción los reproduce, de lo simple a lo compuesto.

Sin gastarse las aguas, sin costumbre ni tiempo,
verdes de cantidad, eficaces y frías…

Por un procedimiento nuevo y diferente nos da, en forma precisa, la sensación de inmensidad y de angustiosa grandeza del mar.

Y dejamos al lector con el deseo de conocer el poema completo, una de las composiciones más profundamente poéticas de la literatura hispanoamericana.

Iniciando casi el segundo tomo encontramos uno de sus poemas más fuertes y representativos, más impregnados de la cerebralidad de nuestro momento y de más valentía en el concepto.

“Sólo la Muerte”, se llama.

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

En este tono gris y frío, que emociona y se adentra en el espíritu, sigue y dice más adelante:

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, con un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Hay un modo nuevo de decir todo lo viejo que llevamos dentro de nosotros:

la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo,
……………………………………………………

La muerte está en los catres,
en los colchones lentos, en las frazadas negras,
vive tendida,

También aquí Neruda usa su nuevo procedimiento. La muerte y las pequeñas miserias que la rodean, cobran ambiente sordo, de grieta por la cual se escapa la vida. Todas esas sensaciones inconfesadas y que tal vez no recordamos haber experimentado, vibran sutil y calladamente dentro de nosotros, al influjo de su verso.

No es la frase ampulosa y generalizadora. Nuevamente el crecer de adentro a afuera, el componer de lo pequeño a lo macizo.

Hay tragedia y dolor y sentimiento profundo en sus versos. Usa recursos valiosísimos para despertar en nosotros visiones o estados de alma imposibles de describir directamente.

Llegamos finalmente a uno de sus poemas más discutidos:

“Rojas Jiménez, viene volando”

Por sobre todo, y sin tratar de entrar a sus detalles, este poema es eminentemente sinfónico y orquestal; el ritmo y la armonía brotan inconscientemente y hacen de él un conjunto grandioso. El poeta amigo ha muerto y su recuerdo y su espíritu y todo él se encuentran ligados al camino de la vida.

Bajo las tumbas, bajo las cenizas,
bajo los caracoles congelados,
bajo las últimas aguas terrestres,
vienes volando.
……………………………………………………

Más allá de de la sangre y de los huesos,
más allá del pan, más allá del vino,
más allá del fuego,
vienes volando.
……………………………………………………

Junto a bodegas donde el vino crece
con tibias manos turbias, en silencio,
con lentas manos de madera roja,
vienes volando.
……………………………………………………

Sobre dentistas y congregaciones,
sobre cines, y túneles, y orejas,
con traje nuevo y ojos extinguidos,
vienes volando.
……………………………………………………

No estás allí, rodeado de cemento,
y negros corazones de notarios,
y enfurecidos huesos de jinetes:
vienes volando.
……………………………………………………

Oh amapola marina, oh deudo mío,
oh guitarrero vestido de abejas,
no es verdad tanta sombra en tus cabellos:
vienes volando.
……………………………………………………

No es verdad tanta sombra persiguiéndote,
no es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta región oscura con lamentos:
vienes volando.
……………………………………………………

Hay vapores y un frío de mar muerto
y silbato y meses y un olor
de mañana lloviendo y peces sucios:
vienes volando.
……………………………………………………

Oigo tus alas y tu lento vuelo
y el agua de los muertos me golpea
como palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.
……………………………………………………

Ya no es el dolor romántico y ponderado tan cantado por los poetas del siglo pasado; ahora es el dolor brutal y mantenido; el recuerdo engarzado a todos los detalles de la existencia; el vacío que golpea al corazón al choque de cada una de las realidades físicas y espirituales de la vida, cuyas etapas el poeta se había acostumbrado a recorrer al lado del ser desaparecido.

Y como las cosas hondas y como la música verdadera, hay dentro de este poema tanta sugerencia escondida, tanta emoción almacenada, que, lentamente, cada vez con más fuerza nos subyuga y nos atrae. Cada estrofa; algunas aparentemente vulgares o frívolas, ayuda a dar la impresión de conjunto, a sentir ese dolor y esa tristeza del hombre de la calle, trivial y gris, de nuestros días.

Este poema constituye el homenaje más hondamente humano que el poeta pudo hacer al amigo desaparecido, caído en el camino.

Pero, para comprender y ahondar en la obra de Neruda no bastan estos comentarios casi descriptivos de su obra; en un estudio más serio deberíamos entrar a analizar su ideología, las características de los distintos temas, su curiosa concepción de la materia y el papel que ella juega junto al espíritu. Recordemos sólo sus tres cantos materiales al apio, a la madera y al vino. Estos poemas son, indiscutiblemente, más originales, más nuevos, más artísticamente verdaderos. Pero en cambio se necesita para comprenderlos y gustar su sutil y casi subterráneo sentido, una acomodación y acostumbramiento mayor. Referirnos a esto significaría alargarnos demasiado y salirnos del sencillo propósito que tuvimos en vista al iniciar este estudio. Será para otra oportunidad.


* * *

Comprendo que la labor que me propuse al iniciar este ensayo, ha resultado mucho más ardua de lo que pensé en el primer momento; y no tengo la pretensión de haber conseguido mi intento.

Me daría por satisfecho si, alguien que leyera este estudio, un tanto deshilvanado, sintiera nacer dentro de si curiosidad por conocer este nuevo arte poético, y al internarse en el bosque, aparentemente impenetrable, que lo oculta, descubriera alguno de los senderos que llevan a la emoción artística recia y hondamente humana creada por los poetas de nuestra generación.

Santiago, Nascimento, 1936


[1] Pablo Neruda,”El Hondero Entusiasta”.

[2] No resisto a referirme a la exigencia de muchos de rima y ritmo para las composiciones poéticas.

  Hay quienes parecen creer que la poesía está en la forma exterior del verso y que la musicalidad y armonía sólo pueden obtenerse dentro de determinadas reglas. La poesía nueva, por lo mismo que es inquieta y multiforme, rompe todos los moldes y no se acomoda dentro de un marco tan artificial como la rima y el ritmo clásicos, las nuevas creaciones tienen un ritmo, pero cambiante, identificado con la emoción y la idea del verso, un ritmo que forma parte integrante de la composición misma, y que el poeta no ha fijado de antemano.

[3] En un resumen de un estudio de la poesía, publicado en el volumen del mes de noviembre de 1935 de la revista francesa «Les Mois», encontramos el siguiente párrafo que confirma nuestra impresión:

“Puede asegurarse que en ningún país de Europa la poesía está tan próspera hoy en día como en España y América Latina. La joven pléyade de poetas castellanos que se han agrupado alrededor del maestro Juan Ramón Jiménez, es más verdadera en talentos de primer orden que ninguna otra....».

[4] Dice «Les Mois» de noviembre de 1935:

“Sin embargo, la publicación poética más importante del año, es incontestablemente el conjunto de dos volúmenes del chileno Pablo Neruda, «Residencia en la tierra», libro admirable, obra de “un grande y verdadero poeta, de un poeta de poderoso aliento, de visión amplia y profunda, soberano maestro de un verso libre cuya técnica recuerda a Whitman, pero cuya música orquestal, está mucho más cerca de aquella del verso claudeliano. Limitémonos, por el momento, a saludar a Pablo Neruda; nos guardamos para hablar más largamente de su obra más adelante».

[5] Fue mi primera inclinación, complementar esta charla con un recitado hecho por una persona calificada, de las poesías de Neruda que me servirían para mis comentarios.

Pensándolo más sosegadamente, desistí de este propósito y preferí presentarlas sencillamente leídas por mí.

Es que la poesía de Neruda se resiste a ser recitada, y así como se ha librado del preciosismo de las formas y de las normas académicas del ritmo preestablecido y de la rima, así también necesita alejarse de esa influencia artificial que la persona que recita ejerce la que escucha.
La presencia material del recitador, que trata de interpreta, resulta siempre en los versos de Neruda en desmedro de su valor artístico.

Con este convencimiento, trataré sencillamente de leerlos, quitando, hasta donde sea posible, todo intento de interpretación: En otras palabras, leeré monótonamente.

[6] Para dar una idea aproximada de este poema, hemos debido recortar gran parte, y ajustar diversos trozos, unos a continuación de otros, suprimiendo algunos versos y tratando de mantener cierta continuidad en las ideas.

  Pedimos excusas a su autor por esta mutilación irrespetuosa y por este trabajo de acomodación artificial.

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