El
nuevo arte poético y Pablo Neruda
por
Arturo Aldunate Phillips
Apuntes
de una charla en la Universidad de Chile y en la Sociedad
Amigos del Arte.
Amigo,
bebe mi vino en mi propio vaso, que, echado en el de otro,
pierde su flor y espuma
Rabindranath Tagore
EXPLICACIÓN
¿Por
qué yo, ingeniero, ligado a actividades claramente objetivas
y precisas, escribo sobre el nuevo arte poético y Pablo Neruda?
¿Cómo se acomoda el subjetivismo sutil del tema con mis diarias
actividades?
Tengo
la enfermedad de nuestra hora: la inquietud del espíritu. La
curiosidad mental y la imaginación vibrante, me llevan a todos
los campos en busca de algo de esa verdad multiforme que vemos
pasar tantas veces cerca de nosotros y que nunca podemos asir.
Y en este rebuscar, y en este atisbar en todos los horizontes,
la emoción artística me halaga sobre manera y me compensa de
tanto esfuerzo baldío.
Y
precisamente, por mi educación matemática y por mi confraternidad
con esta ciencia entre las ciencias, creación pura del espíritu,
he vibrado más hondamente con el arte cerebral de nuestros días;
y Neruda tuvo que seducirme.
Ferviente
admirador del poeta, me sentí reciamente impresionado ante Residencia
en la Tierra, su última publicación. Penetré en sus poemas,
y al contacto de su contenido lleno de sugerencias, vibré de
emoción profunda y comprendí que había captado su mensaje.
Este
estado de ánimo trascendió a mi alrededor y provocó, en uno
de mis amigos, el deseo de conocer más en detalle mi reacción
ante este nuevo género poético. Al enfrentarlo con la obra de
Neruda y al desarrollarle mi justificación de esta nueva modalidad
expresiva, puse ante sus ojos, sin pensarlo, un nuevo horizonte
de deleite espiritual que le era hasta entonces desconocido.
Cediendo
a su sugestión he escrito mis observaciones y he tratado de
precisar mi modo de comprender y de sentir este nuevo arte poético.
¡Ojalá logre ayudar a algunos en la búsqueda del camino!
I. POESÍA NUEVA
Son
muchos los que no creen en la poesía nueva; son muchos los que
abominan de esta extraña modalidad de los poetas de nuestra
hora. Y otros que no niegan ni afirman nada, se sienten, por
lo menos, desconcertados.
No
pretendemos explicar la belleza de las nuevas formas ni justificar
las orientaciones estéticas que, cada día en forma más completa,
invaden la literatura contemporánea. Creemos, sin embargo, contribuir
a que los desconcertados o incrédulos de buena fe, se enfrenten
a las nuevas creaciones y descubran la belleza que ellas encierran.
La
forma de expresión de cada época, corresponde siempre a las
características distintivas de ella. Nuestro siglo lleva en
todas sus manifestaciones el sello de la velocidad, de la observación
de conjunto. El hombre, esclavo del tiempo y de las normas de
standarización del sistema industrial que nos domina, se revela,
cuando tiene espíritu, contra esa exigencia de lo establecido;
hay un ansia de renovación y originalidad, un rechazo interno
hacia lo igual y cotidiano.
Las
formas grises y metálicas de las máquinas intervienen en todos
los actos de la vida; aparece el arte de la creación en sí misma
y con ella se altera totalmente el concepto de la belleza, a
expensas de lo establecido por la naturaleza, y en beneficio
del producto puramente cerebral.
Desde
que la historia recuerda, el hombre ha reproducido a la naturaleza
en sus artes y en todas sus actividades constructivas; son escasísimas
las creaciones realmente humanas que se apartan de la influencia
del medio y que obedecen a un concepto original.
Sólo
a la llegada de nuestra época, el hombre crea efectivamente
y hace intervenir en su vida a la máquina, elemento nuevo, producto
legítimo de su inteligencia.
Ante
la obra creada, que cobra vida propia, presiente, tal vez, que
puede abastecerse a sí mismo, crece su orgullo, y se siente
por primera vez un poco Dios.
Y
esta actitud, germen de rebelión, trasciende al arte, busca
en él satisfacción y lo marca con su huella.
También
la noción sintética del cinematógrafo, que encierra el espacio,
el tiempo y la distancia en unos pocos metros cuadrados y en
unos pocos minutos, se infiltra en nuestra generación con fuerza
y profundidad; vemos los conjuntos, sintetizamos los grandes
fenómenos en unas pocas manifestaciones que nos dan, sin reproducirlo,
la sensación del todo. Con unos cuantos toques precisos y vigorosos,
se sugiere el fenómeno total: precisando las imágenes más representativas,
haciendo abstracción del tiempo y la distancia, o cambiando
artificialmente las perspectivas, se pone a nuestro alcance,
no sólo lo que el contacto de la realidad inmediata nos habría
mostrado, sino que, detalles, puntos de vista, aspectos y correlaciones
que, por el conocimiento directo, nos habrían pasado desapercibidas.
En
general, hoy día, ha variado fundamentalmente la forma como
conocemos y percibimos la mayoría de los fenómenos que se desarrollan
a nuestro alrededor.
Hace
30 años, para oír a un gran cantante o para escuchar un conjunto
orquestal, se requería una preparación previa; el hecho material
de salir a la calle e ir al teatro, obligaba a recorrer una
serie de etapas que predisponían el sistema receptivo y que
influían extraordinariamente en la impresión y en el conocimiento.
Hoy
el fenómeno ha cambiado. Gracias a la ciencia, el hombre puede,
en un momento dado, como quien se echa al agua vestido, zambullirse
en una sinfonía de Beethoven y, naturalmente, su impresión resulta
influenciada en forma decisiva por esta falta de adaptación
previa.
De
esta manera, la noción y el conocimiento que tenemos de las
cosas, son diferentes, y nuestras reacciones tienen características
que no pueden conformarse con las de las generaciones que nos
precedieron.
Hoy
día somos menos profundos y menos trascendentes, pero, en cambio,
tenemos una mayor capacidad de asimilación y una mayor rapidez
para percibir los fenómenos en su totalidad.
Esto,
por lo demás, es una simple constatación de que no hay valores
estacionarios y que todas nuestras nociones cambian y seguirán
cambiando, a despecho de nosotros mismos. Cada generación trae
su mensaje al cual no podrá oponerse la generación precedente.
Como
dice Jalil Gibran: somos el arco y nuestros hijos, las flechas;
solo podemos intervenir en el impulso inicial e insensato seria
tratar, después, de desviar su trayectoria.
Y
todo movimiento humano tiene su verdad en sí mismo y es respetable
y verdadero desde que existe. No podemos aferrarnos ciegamente
al pasado, cuando no está en nuestra mano detener el tiempo.
Por
otra parte, para analizar nuestra posición dentro de la poesía,
como dentro de cualquiera otra manifestación artística nueva;
para juzgar honradamente y comprender, debemos empezar por aceptar
que todas las renovaciones de la cultura han tenido, de parte
de la masa contemporánea, una desaprobación e incomprensión
que no han impedido, sin embargo, el reconocimiento, más tarde,
de sus calidades.
La
poesía nueva, como la música, aparece para quienes no están
en su ambiente, desconcertante. Especialmente si se la juzga
con el criterio y desde los puntos de vista de principios del
siglo, resulta incomprensible y abstrusa.
Debemos,
en primer lugar, ponernos en situación de receptividad. No empecemos
por hacer una definición de lo qué es la poesía, o de lo que
deseamos encontrar en ella, para en seguida aplicarla a las
composiciones que leemos. Comprendamos que las descripciones
de lo que es la poesía, han sido hechas a posteriori, tomando
de las composiciones consideradas como poéticas, sus condiciones
comunes, para en seguida concluir su definición.
El
procedimiento referido podrá estar bien, mientras no aparezca
una nueva obra de arte, que tenga otras características que
la saquen del molde primitivo. En éste caso, lo lógico es ampliar
el molde y no negar la calidad de obra de arte a la nueva creación.
Para
sentir, -no digo entender,- la poesía nueva y apreciar
su belleza, necesitamos en primer lugar él deseo de sentir,
y el abandono de los juicios preconcebidos que deformarían nuestra
percepción. Debemos, además, tratar de sincronizarnos con el
ambiente, ponernos a tono con el e interesarnos en su contenido.
Si al oír una sinfonía no nos ponemos en ambiente, si mientras
ella se desarrolla conversamos con nuestro vecino o miramos
los gestos que hace él que toca el clarinete, no lograremos
captar su mensaje. Debemos ponernos en condiciones de que la
música penetre en nosotros, nos haga vibrar y produzca la emoción
artística.
Igual
cosa sucede con la poesía nueva, que en muchos aspectos tiene
las características de la obra de arte musical.
A
primera vista, parece extraño el que estas manifestaciones necesiten
una explicación y requieran aptitudes especiales para ser comprendidas.
Sin embargo, resulta natural si se considera, como dijimos al
principio, que la obra de arte, que es una cristalización del
momento que vive su creador, se ha hecho cada vez más cerebral
y que sus modalidades, procedimientos y peculiaridades han cambiado
casi bruscamente, junto con los criterios, puntos de vista y
doctrinas que informan el contenido espiritual de nuestra época.
Es que el cambio de las nociones de tiempo y distancia han permitido
que una evolución que, dentro de los cánones de nuestros abuelos
requería un siglo o más, se haya producido en 20 o 25 años.
De aquí gran parte del desconcierto y de la dificultad de acomodación.
Por
otra parte, esta cosa nueva y aparentemente tan extraña, es
tan antigua como la humanidad; es simple emoción artística profunda
y expresada en forma, tal vez incomprensible para algunos, pero
verdadera.
Comprendemos,
sin embargo, que para quienes han conocido el movimiento, más
que todo pictórico y literario, nacido en Europa y especialmente
en Francia después de la Gran Guerra, resulta más difícil enfrentarse
confiadamente a los nuevos valores artísticos a que me estoy
refiriendo. La tragedia macabra empezada en 1914 produjo un
desorbitamiento indudable en la juventud de esa época, que,
en un ambiente de locura y delirio revolucionario y destructor,
vio nacer una serie de ensayos y tentativas, negadas a todo
esfuerzo y tendientes a desconocer los valores establecidos
y la necesidad del trabajo creador y laborioso.
El
dadaísmo, neo-impresionismo, surrealismo y otras orientaciones
fugaces, nacidas sobre los nervios y las carnes maceradas de
la juventud europea, crearon manifestaciones de tendencias artísticas
que, en muchos casos extremos, como los de Max Ernst, Hans Arp,
Joan Miró en la pintura; Francis Picabia y Tristán Tzara en
la literatura, desconciertan, porque indudablemente lindan con
lo patológico. Pero transcurrido ese período, humana consecuencia
de la guerra, y sobre la tierra ferozmente removida, han nacido
los valores artísticos definitivos de la época, que han captado
lo real que existía en esas inquietudes y angustias y han creado
obras de arte verdaderas.
Debemos
pensar que, por muy extraviados que nos parezcan los movimientos
artísticos de la post-guerra, ellos eran producto de un estado
de alma humano y colectivo y, por consiguiente, debían influir,
con la verdad de su existencia, en la evolución mental y emotiva
del hombre.
Para
asimilar estas nuevas tendencias, tenemos en Chile una dificultad
que tal vez no existe en otras partes: aquí pretendemos de listos
y de que, por consiguiente, nadie nos engaña. Esta característica
se transforma, frente a las cosas nuevas, en una defensa inmediata;
si no entendemos, si nos sorprende algo desacostumbrado, aparece
nuestra reacción: ante el peligro de ser engañados preferimos
negar y, con criterio burgués, no pecar de incautos.
Bien
es cierto también que dentro de toda evolución se albergan elementos
audaces que tratan, a río revuelto, de hacerse reconocer talentos
que no tienen; pero el tiempo y la falta misma de calidades
artísticas se encargan de destacar, tarde o tempranos los verdaderos
valores.
Pero,
desde luego, el que desconfíe y tema por su prestigio de hombre
equilibrado, es mejor que renuncie a tiempo y no se interne
por los nuevos caminos.
La
emoción artística, tan traída y llevada, es un estado de alma
difícil de describir y explicar; más que todo la comprendemos
como una reacción de nuestro espíritu en la que, además del
sentimiento, intervienen e influyen también, poderosamente,
nuestra imaginación y nuestra inteligencia.
Puestos
en actitud receptiva, la obra de arte nos invade y despierta
en nosotros vibraciones desconocidas, levanta ecos de inquietudes
o de imaginaciones que nos proporcionan agrados espirituales,
en muchos casos casi físicos. Por caminos insospechados, el
artista nos transporta y nos produce emociones presentidas,
pero que habíamos sido incapaces de precisar.
Cada
una de las artes, tiene su modo peculiar de producir ese ardimiento
interior, esa emoción vaga y muchas veces imprecisa, pero reciamente
verdadera. Para nosotros la creación humana que produce esta
vibración es, por sobre todo los cánones, obra de arte.
En
el caso de la poesía nueva, este estado emotivo y espiritual
es más difícil de producir. En primer lugar, porque el sentimiento
poético no es una característica muy común en el hombre y la
poesía misma no puede generarlo si no existe, previamente, latente
en el fondo del que lee o escucha. La composición poética da
el diapasón, pone en vibración nuestra propia emoción; especialmente
la poesía nueva no lleva, en su parte mecánica, todo el mensaje,
y mal puede interpretarse, por consiguiente, literalmente.
En
este caso, podríamos decir con Amado Nervo: Dentro de
ti está el secreto, si no lo llevas, inútil será que lo busques
en los otros.
Oímos
decir: ¿Qué absurdo, qué significa la frase?
¡Hago
girar mis brazos como dos aspas locas!
¡En
la noche toda ella de metales azules! [1]
Esto
no tiene significado; ¡que no hay, aspas locas, ni la noche
puede ser de metal!
Nuestra
primera impresión, es decir, también con Amado Nervo: No
eches margaritas a los cerdos, pero tengamos paciencia.
Tal
como una frase aislada de una composición musical puede no decir
nada, también en la poesía, dos versos desgajados de su ambiente
pueden perder su valor y su significación; además, al desglosar
una parte del todo, dejamos de mirar hacia adentro de nosotros
mismos y perdemos, tal vez, la impresión que el conjunto nos
produce. La frase es el instrumento, la herramienta de que se
vale el poeta para llegar hasta nuestras fibras emotivas, hasta
nuestra conciencia y también, muchas veces, hasta nuestra subconciencia
guardadora de nuestras mejores y más puras impresiones. El verso,
por otra parte, puede actuar por su sentido literal, por su
valor de sugerencia, por su simple condición eufónica o por
varias de estas cualidades a la vez. [2]
Muchas
obras de arte, especialmente musicales y literarias, nos sugieren
situaciones sentimentales o físicas que producen agrado o emoción
artística y, sin embargo, rara vez esa sugerencia es el tema
de la obra o de la situación inicial del autor, quien, partiendo
de su propio estado espiritual, logra a través de su creación,
develar nuestros sentimientos de belleza.
En
la poesía de nuestros días sucede algo semejante: es posible
que dos personas tengan sugerencias diversas, sientan o comprendan
un mismo poema en forma distinta, pero esto no desmedra, sino
al contrario, universaliza el valor artístico y humano de la
obra.
Podríamos
decir que el poeta lanza al espacio la vibración de su canto
y cada uno lo repite hacia adentro como un eco. Según sea nuestro
material, cobre, plata, metal vibrador o sorda madera, será
la armonía que percibimos en nuestro interior.
II. PABLO NERUDA
Tal
vez algunos casos concretos nos permitan aclarar más los conceptos
expuestos en la primera parte de este estudio. Examinemos algunas
producciones de uno de nuestros valores literarios más discutidos:
Pablo Neruda. En general, en este caso, hay pocos términos medios:
o partidarios ardientes o detractores sin contemplación.
Neruda
es, sin duda, uno de los representantes más destacados de la
actual generación de poetas nuevos. Para adentrarnos en su producción
literaria, para mejor orientarnos y situarnos dentro de ella,
trataremos de seguir al poeta en su evolución que, un síntoma
curioso de anotar, es la misma experimentada por la mayoría
de los valores poéticos de nuestros días. Aun aquellos que comenzaron
a desarrollarse estéticamente a principios de este siglo, han
sufrido una metamorfosis y una adaptación al medio, semejante.
Federico
García Lorca, Rafael Alberti, César Vallejo, Carlos Pellicer
y tantos otros han debido evolucionar, impulsados por el medio,
hacia las formas nuevas, siguiendo trayectorias más o menos
acentuadas, más o menos originales y valientes, pero evidentemente
paralelas.
Y
esta curiosa transformación de la poesía hispanoamericana tiene
una importancia indiscutible en la literatura universal, pues
ella esa manifestación artística mas vigorosa, la más nueva
y más verdadera del momento. [3]
Y
ya que vamos a entrar en Neruda, no estará de más indicar que
en el mismo estudio mencionado en la nota anterior se le considera
uno de los poetas más profundos, potentes y verdaderos de nuestros
días. [4]
Para
poder seguir a Neruda en su trayectoria, y sobre todo, para
dar oportunidad a los menos familiarizados con estas nuevas
modalidades, para que se adapten al temperamento y mentalidad
del poeta, empezaremos por considera su manifestación artística
mas juvenil y, por ende, mas fácilmente comprensible.
El
año 1923, Neruda se puso al frente de la generación inquieta
y altanera de esos días con Crepusculario. Publicado
por la Editorial Claridad, de la Federación de Estudiantes,
que diera vida a tantas páginas nuevas y valientes, y que alentara
el nacimiento de la verdadera vida intelectual de nuestra juventud,
produjo una sensación d asombro.
Había
nacido a la vida artística sudamericana, un valor poético indudable.
El molde conocido, pero el contenido rico, sincero y vigoroso.
Este
primer libro, resulta hoy día fácilmente comprensible para cualquiera,
pero entonces, hace 13 años se destacó como atrevido y rebelde.
Farewell
y Los Sollozos, Peleas y Melisande, poema sencillos y profundamente
poéticos, esparcieron el nombre de Neruda entre la juventud.
Aún
cuando para la mayoría de quienes se hayan interesado por el
desarrollo de nuestra literatura, estos poemas serán sobradamente
conocidos, queremos insertar algunos trozos de ellos para que
hablen por sí mismos y den la imagen del poeta de entonces.
Dice Farewell.
[5]
Desde
el fondo de ti, y arrodillado,
un
niño triste, como yo, nos mira.
Por esa
vida que arderá en tus venas
tendrían
que amarrarse nuestras vidas.
Por esas
manos, bijas de tus manos,
tendrían
que matar las manos mías.
Por sus
ojos abiertos en la tierra
veré
en los tuyos lágrimas un día.
Yo no
lo quiero, Amada.
Para
que nada nos amarre
que
no nos una nada.
Ni la
palabra que aromó tu boca,
ni
lo que no dijeron las palabras.
Ni la
fiesta de amor que no tuvimos,
ni
tus sollozos junto a la ventana.
Ya
aquí podemos columbrar algo de lo que será el de mañana; se
advierte ya su orientación hacia la sugerencia.
En
seguida, entre paréntesis, como una reflexión baja dice:
(Amo el
amor de los marineros
que
besan y se van.
Dejan
una promesa.
No
vuelven nunca más.
En
cada puerto una mujer espera,
los
marineros besan y se van.
Una
noche se acuestan con la muerte
en
el lecho del mar).
Y
continúa más adelante:
Ya no
se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya
no se endulzará junto a mí tu dolor.
Pero
hacia donde vaya llevaré tu mirada
y
hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui
tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un
recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui
tuyo. Fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del
que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo
me voy. Estoy triste; pero siempre estoy triste.
Vengo
desde tus brazos. No sé hacia donde voy.
...
Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y
yo le digo adiós.
Estos
poemas juveniles muestran el fondo poético y la riqueza imaginativa
que, soleada por los años, debía dar el fruto sazonado y diferente.
Pero,
a pesar de ser ésta su primera creación, podemos descubrir claramente
en Crepusculario, algunas de las características
originales de nuestro poeta.
En
la primera estrofa de El Castillo Maldito ya la
palabra golpeada y viril, que ha de ser más arma predilecta:
Mientras
camino, la acera va golpeándome los pies,
el
fulgor de las estrellas me va rompiendo los ojos.
Se
me cae un pensamiento como se cae una mies
del
carro que tambaleando raya los pardos rastrojos.
Y
en Aromos rubios en los campos de Loncoche tenemos
otro ejemplo:
La pata
gris del Malo pisó estas pardas tierras,
hirió
estos dulces surcos, movió estos curvos montes,
rasguñó
las llanuras guardadas por la hilera
rural
de las derechas alamedas bifrontes.
el agua
entró en la tierra mientras la tierra huía
abiertas
las entrañas y anegada la frente;
hacia
los cuatro vientos en las tardes malditas,
rodaban
-ululando como tigres- los trenes.
Yo
soy una palabra de este paisaje muerto,
yo
soy el corazón de este cielo vacío;
cuando
voy por los campos, con el alma en el viento,
mis
venas continúan el rumor de los ríos.
Aún
el ritmo y la rima son precisos y se ajustan a los cánones;
pero el temperamento levanta su espalda para desasirse... no
ha llegado aún el momento de la plenitud, en que la emoción
artística plasmará sus propias formas.
Juntémonos
en seguida a Neruda en El Hondero Entusiasta, una
de sus publicaciones más conocidas, y que contiene poemas escritos
hace 10 o 12 años, cuando las nuevas tendencias andaban todavía
en busca de orientaciones.
Ya
en la primera página nos enfrentamos con la originalidad y el
profundo sentido estético del poeta. Sin embargo, estamos todavía
en un terreno relativamente conocido, a una distancia que aún
puede medirse de los moldes llamados clásicos; pero se han reemplazado
los motivos gastados y las formas representativas de una época
pasada, por otros más en ambiente con nuestra hora.
Los
cisnes en la laguna, el rielar de la luna sobre
el agua, las flores mustias de los prados,
han dado paso al hondero que triza la frente de la noche
o a la voz que arde en los vientos, o al cimbrar
de las hondas que van volteando estrellas.
Hay
más virilidad, más concepción humana en estos poemas fuertes
como gritos y tremolantes como imprecaciones. La mentalidad
del poeta es la de nuestro momento; el romanticismo dulce y
tranquilo ha dejado su lugar a este otro, romanticismo también,
pero amargo y áspero, intranquilo y rebelde.
Esta
fase de la obra de Neruda tiene especial interés, pues nos muestra
el momento en que la inquietud del poeta salta a la superficie
de la tierra y trata de comprender el misterio de nuestra existencia.
Lanza
al espacio sus piedras, y experimenta la extraña
sensación, de ver que ellas rebotan en la bóveda del más allá
y vuelven a herirlo en la frente.
Es
la primera incursión del hombre en la vida; es la primera vez
que la amargura del desengaño golpea a los ojos del iluminado.
Dice:
Hago girar
mis brazos como dos aspas locas
en
la noche, toda ella de metales azules.
Hacia
donde las piedras no alcanzan y retornan,
Hacia
donde los fuegos obscuros se confunden.
Al
pie de las murallas que el viento inmenso abraza
Corriendo
hacia la muerte como un grito hacia el eco.
El lejano,
hacia donde no hay más que la noche
y
la ola del designio y la cruz del anhelo.
Dan
ganas de gemir el más largo sollozo.
de
bruces frente al muro que azota el viento inmenso.
..
Gira mi
brazo entonces y centellea mi alma.
Se
trepan los temblores a la cruz de mis cejas.
He
aquí mis brazos fieles! He aquí mis manos ávidas!
He
aquí la noche absorta! Mi alma grita y desea!
He
aquí los astros pálidos todos llenos de enigmas!
He
aquí mi sed que aúlla sobre mi voz ya muerta!
He
aquí los cauces locos que hacen girar mis hondas!
Las
voces infinitas que preparan mi fuerza!
Y
doblado en un nudo de anhelos infinitos,
en
la infinita noche, suelto y suben mis piedras.
He aquí
mi voz extinta. He aquí mi alma caída.
Los
esfuerzos baldíos. La sed herida y rota.
He
aquí mis piedras ágiles que vuelven y me hieren.
Las
altas luces blancas que bailan y se extinguen.
Las
húmedas estrellas absolutas y absortas.
He
aquí las mismas piedras que alzó mi alma en combate
He
aquí la misma noche desde donde retornan.
Y
en estos poemas lo vemos también, por primera vez, frente a
la mujer; y su encuentro tiene el mismo gesto encendido y fuerte:
Sumérgeme
en tu nido de vértigo y caricia.
Anhélame,
retiéneme.
La
embriaguez a la sombra florida de tus ojos,
las
caídas, los triunfos, los saltos de la fiebre.
Ámame,
ámame, ámame.
De
pie te grito. Quiéreme.
Rompo
mi voz gritándote y hago horarios de fuego
en
la noche preñada de estrellas y lebreles.
Rompo
mi voz y grito: Mujer, ámame, anhélame
Mi
voz arde en los vientos, mi voz que cae y muere.
Y
al cambiar la mentalidad, y al cambiar el ambiente en que el
poeta, proletario de este siglo, vive, se trastornan también
las formas de expresión, y el modo de reaccionar ante los hechos.
Hace
pocos días leíamos en un diario de Santiago a un señor que,
opinando sobre poesía, decía: No podemos aceptar píe a
la luna se la llame enemiga, o dura o amarga... la luna como
la han cantado todos los verdaderos poetas (entre los que citaba
al venerable don Gaspar Núñez de Arce (?), es dulce, suave.
Naturalmente que para quienes discurren en esta forma, resulta
del todo imposible apreciar las creaciones poéticas de hoy y
sería trabajo perdido el intentar convencerlos... pero sigamos,
para los otros.
La
luna, como cualquiera otra realidad, física o espiritual, no
es, en si misma, de una u otra manera, sino que
es como el poeta la ve y la siente. El bohemio y
romántico del siglo XIX, que recitaba sus madrigales en los
salones galantes, o discurría sobre metafísica en los cafés
iluminados a gas, hablaba de la pálida amiga; pero
el hombre que se debate en un ambiente de lucha social, esclavo
de un sistema miserable e injusto, que siente la cadena de galeote
que lo ata al trabajo duro e inevitable, que respira en una
atmósfera metálica, fría y cruel y que ve su personalidad sumergirse
en lo vulgar y semejante, en el gris acero de los días iguales
y monótonos, se revela, y, seguramente, la luna le resulta amarga
y odiosa.
Se
comprende entonces que ese poeta diga como Neruda:
Sucede
que me canso de ser hombre.
Sucede
que me canso de mis pies y mis uñas
Y
mi pelo y mi sombra
y
agregue más adelante:
No quiero
seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante,
extendido, tiritando de sueño,
hacia
abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo
y pensando, comiendo cada día.
Este
poema encierra, como en un símbolo, el grito de nuestra hora.
Vivimos
un momento de incertidumbre en el que se respira odio y desconfianza,
en el que los hombres crispan sus manos y piensan sólo en satisfacer
sus apetitos con olvido de toda justicia y solidaridad humanas.
Y
en este ambiente de lucha permanente, la vida nos resulta muchas
veces amarga y sentimos el cansancio de ser hombres.
Millares
de miserables desheredados arrastran sus existencias, atados
a la cadena del trabajo doloroso, sin ilusiones y sin esperanzas
para el mañana.
El
trabajo puede ser ensalzado cuando se ejercita conscientemente,
para propio beneficio y por propia voluntad, cuando proporciona
lo necesario para mantener el rango y la dignidad del hombre.
Pero el trabajo que sufren los esclavos de hoy, ensalzado y
proclamado como suprema razón de vida por los poderosos, constituye
un oprobio y una ignominia: es el trabajo de la masa que sólo
permite al individuo subsistir, apenas físicamente, para permanecer
atado a él y dar vueltas sin cesar, sin aspiración de mejoramiento,
sin futuro de perfección, alrededor de la boca negra de la noria.
Neruda
ha oído este reclamo de rebeldía y con ello justifica su condición
de poeta universal, de poeta nuestra hora.
Pero
hay algo más. La poesía y la inspiración no han sido halladas
en el campo alegre y soleado en que cosecharon los literatos
del siglo pasado. El artista de hoy, ha bajado a la miseria
humana, ha rebuscado entre su material sucio y áspero y ha sabido
recoger la vibración que había en él. Aspiraciones, anhelos
de elevación, rebeldía del espíritu, vibraciones profundas de
la masa, aparentemente descolorida y sorda, han sido hechas
canto y emoción.
Todo
lleva el reflejo de esta hora trágica; de esta etapa de la vida
del hombre en que, después de muchos siglos, la masa entra en
acción por sí misma, en justicia, pero grosera y brutalmente.
Y el poeta verdadero es una cristalización de los mejores valores
espirituales de su tiempo; él capta el ambiente y lo interpreta
y lo comprende.
Cosa
curiosa, sin embargo, esta cualidad del artista, que debiera
hacer que sus contemporáneos lo comprendieran mejor, es precisamente
la que lo hace incomprensible para muchos; nunca una hora de
la humanidad puede ser juzgada por los hombres que la viven;
falta perspectiva y tiempo para que los acontecimientos tomen
sus verdaderas proporciones y adquieran sus valores. El artista,
al captar, inconscientemente casi, el espíritu de su época,
es como un atalaya que emerge de la vida y se adelanta a marcar
sus caracteres, ante la incomprensión, casi siempre, de sus
contemporáneos.
Resulta
cansado, por lo mucho que se ha repetido, decir que los grandes
artistas fueron incomprendidos por la masa que vivió yunto a
ellos; y esta afirmación se acentúa cuando se trata de innovadores
que representan modificaciones profundas en los estratos de
la vida humana. Pensemos entonces en lo que debe suceder hoy
que contamos con los cambios hondos y violentos de los últimos
años. El arte ha tenido aún que anticiparse a este vendaval
de velocidades.
Basta
que miremos 30 años atrás: 1905. José Asunción Silva con su
Nocturno, era entonces, 10 años después de su muerte,
un innovador. Todavía en 1915 la generación anterior a la nuestra
se horrorizaba ante las libertades de este poeta sin respeto
por los cánones. Hoy, en que el Nocturno se ha confundido
con todas las demás composiciones románticas, son Solo
la Muerte o Rojas Jiménez viene volando, los
poemas que arrancan dicterios de indignación a los que miran
hacia atrás. Es cuestión de tiempo para que la historia se repita
habiendo recorrido un jalón más.
Pero
el hombre joven, física o mentalmente, puede y debe adelantarse
a ese ciclo y vibrar contemporáneamente con los artistas que
encarnan su época.
Volvamos
a Neruda. A lo largo de su evolución, se va haciendo más universal;
va identificándose más con las características de nuestra civilización:
impresión de conjunto, abstracción del tiempo, creaciones atrevidas
del cerebro humano... y los poemas se van haciendo cada vez
más sinfónicos.
Saltemos
rápidamente a los Veinte Poemas, publicados en plena
eclosión de las tendencias nuevas. Todavía, dentro de una novedad
atrevida de la forma, está la poesía y el sentimiento tan a
flor de piel, que cualquiera podrá apreciar la extraordinaria
belleza y emotividad de los poemas. El vigor artístico formidable
de Neruda y la concepción cerebral impetuosa, aparecen tras
cada composición.
Hay
una inefable originalidad en la forma de sugerir, pues Neruda
no describe, sugiere; entre sus versos quedan prendidas las
entre líneas que despiertan la intimidad de nuestra emoción
poética.
Tomemos
al azar cualquiera de sus composiciones.
Refiriéndose
a las imágenes y a la emoción que la noche proyecta ante nuestros
sentidos, y evocando cómo, en sí mismo, el espacio está vacío
de realidad y lo que en él vemos es sólo el producto de nuestro
propio yo que se refleja en la naturaleza, dice en el poema
2:
Del sol
cae un racimo en tu vestido obscuro.
De
la noche las grandes raíces
crecen
de súbito desde tu alma,
y
a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
de
modo que un pueblo pálido y azul
de
ti recién nacido se alimenta.
El
pensamiento es tan viejo como la poesía, pero la forma de decirlo
es diáfana y nueva.
Más
adelante deja brotar su caudal puro y transparente y, en un
poema que es agua cristalina, nos da algo del secreto de su
forma poética: el lenguaje no es capaz de traducir la inspiración,
y las palabras dan sólo una imagen borrosa de su riqueza.
Entre
los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo
con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así
como las redes no retienen el agua.
Muñeca
mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin
embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo
canta, algo sube basta mi ávida boca.
Oh
poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar,
arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste
ternura mía, qué te haces de repente?
Cuando
he llegado al vértice más atrevido y frío mi
corazón
se cierra como una flor nocturna.
Con
una diafanidad maravillosa, dejándola casi intocada, aparece
la idea poética y queda prendida entre las líneas del verso.
En
seguida, en el poema 11, hay una mezcla curiosa de imaginación,
de sentimiento y poesía que da la sensación de una sinfonía
orquestal.
Casi fuera
del cielo ancla entre dos montañas
la
mitad de la luna
Girante,
errante noche, la cavadora de ojos.
A
ver cuántas estrellas trizadas en la charca.
Hace
una cruz de luto entre mis cejas, huye.
Fragua
de metales azules, noche de las calladas luchas,
mi
corazón da vueltas como un volante loco
.
Viento
de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa, tu raíz soñolienta
Desarraiga
los grandes árboles al otro lado de ella.
Pero
tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era
la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
Finalmente,
algunos trozos que nos muestran la fibra virilmente amorosa
y ese aspecto del amor, fuerte y sin falso, matices de gazmoñería,
tal como lo sentimos en nuestra hora en que el límite que une
el espíritu a la materia se ha hecho más vasto. Amor que es
vibración de la naturaleza limpio de prejuicios y en libertad.
Se
ha tildado a Neruda de materialista, porque hace intervenir
a la materia en todos sus poemas.
Yo
diría, sin embargo, que Neruda es esencialmente espiritual y
que ha logrado percibir la vibración íntima que se esconde dentro
de la materia; ha descubierto esa lucha interior de vida que
palpita dentro de ella y la ha ennoblecido. Así, lejos de empequeñecer
y desmedrar su obra poética, le ha dado grandeza al ensanchar
los límites de lo espiritual. Espíritu y materia avanzan uno
en sentido del otro y se confunden, dentro de su canto, en un
todo armónico.
Poema
14.
.
.
Ahora,
ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
y
tienes hasta los senos perfumados.
Mientras
el viento triste galopa matando mariposas
yo
te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.
Cuánto
te habrá dolido acostumbrarte a mí,
a
mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos
visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
y
sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos
girantes.
Mis palabras
llovieron sobre ti acariciándote.
Amé
desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta
te creo dueña del universo.
Te
traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas
obscuras y cestas silvestres de besos.
Quiero
hacer contigo
lo
que la primavera hace con los cerezos.
En
seguida en el poema 15, siempre en ese tono diáfano y lejano.
Me gustas
cuando callas, porque estás como ausente
y
me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece
que los ojos se te hubieran volado,
y
parece que un beso te cerrara la boca.
.
Déjame
que te hable también con tu silencio
claro
como una lámpara, simple como un anillo.
Eres
como la noche, callada y constelada.
Tu
silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
No
hay, en la simplicidad transparente de estas estrofas una sola
palabra perdida y quedan vibrando entre los versos las frases
no pronunciadas...
En
el poema 20 aparece el hombre y las frases se hacen más cálidas
y más precisas. Dice en la primera línea:
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir
por ejemplo: La noche está estrellada,
y
tiritan, azules, los astros, a lo lejos.
Y,
después de predisponernos, dice más adelante su grito dolorido.
En las
noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La
besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella
me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo
no haber amado sus grandes ojos fijos.
Como para
acercarla mi mirada la busca.
Mi
corazón la busca y ella no está conmigo.
De otro.
Será de otro. Como antes de mis besos.
Su
voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya
no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es
tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque
en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi
alma no se contenta con haberla perdido.
|Finalmente,
en la Canción Desesperada, quita la sordina para
gritar su canto:
Era la
alegre hora del asalto y el beso.
La
hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad
de piloto, furia de buzo ciego,
turbia
embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!
Te
ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te
tumbó la tristeza, ¡todo en ti fué naufragio¡
Hice retroceder
la muralla de sombra,
Anduve
más allá del deseo y del acto.
Oh carne,
carne mía, mujer que amé y perdí,
A
ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Era la
sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era
el duelo, las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer,
no sé cómo pudiste contenerme
en
la tierra de tu alma y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo
de ti fue el más terrible y corto
el
más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Oh la
boca mordida, oh los besados miembros,
oh
los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh
la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en
que nos anudamos y nos desesperamos.
Y
la ternura, leve como el agua y la harina.
Y
la palabra apenas comenzada en los labios.
Y
como en estas composiciones, en todas las de este pequeño volumen,
la poesía de Neruda alcanza una transparencia vigorosa y un
sentimiento hondo en un estilo nuevo, original, bordado de figuras
y evocaciones que, a su belleza, agregan el mérito de su inteligencia
y de su imaginación fresca y ágil.
Ya
en estos poemas se divisa la nueva personalidad que la vida
va plasmando en Neruda. Su inteligencia, su imaginación y su
talento artístico, lo llevan valerosamente al camino intransitado.
Finalmente, ha aparecido el hombre que ha cruzado todos los
mares bajo todos los vientos, y que se ha impregnado de la modalidad
del siglo. Entra en la literatura pisando reciamente, consciente
de la personalidad que se ha cristalizado en él como un valor
definitivo. Todo lo leído, que hasta ayer le sonaba como cosa
propia, ha desaparecido ante la presencia de sus propios medios
y de su propio camino.
A
esta altura, y para juzgar de la originalidad y firmeza del
poeta, para comprender la honradez de su masculinidad poética
y de su modalidad expresiva, queremos referirnos a un poema
inédito titulado Aquí estoy.
Desgraciadamente,
se trata de una composición que, por su índole personal, no
puede ser dada a conocer totalmente y que, por el lenguaje crudo
que en ella se emplea, debe quedar al margen de lo que puede
publicarse. Sin embargo recurrimos a este poema, porque es de
un interés extraordinario para valorizar a Neruda. El poeta,
puesto frente frente de algunos de sus detractores, quienes,
según él, han usado malas armas, deja brotar el caudal de su
indignación y de su orgullo.
Resulta
extraño ver a Pablo Neruda, el hombre tranquilo por excelencia,
levantarse ardiente de ira y de desprecio. Como un torrente
que se despeña desde lo alto, rueda su imprecación.
Y
lo vemos cara al sol en la cima de la montaña.
Aquí estoy
con mis labios de hierro
y
un ojo en cada mano,
y
con mi corazón completamente,
y
viene el alba y viene
el
alba, y viene el alba
y
estoy aquí a pesar
de
perros, a pesar
de
lobos a pesar
de
pesadillas,
a
pesar de pesares
estoy
lleno de lágrimas y amapolas cortadas
y
pálidas palomas de energías,
y
con todos los dientes y los dedos escribo
y
con todas las materias del mar,
con
todas las materias del corazón escribo.
tengo
lleno de pájaros el pelo,
tengo
poesía y vapores,
cementerios
y casas
gente
que se ahoga,
incendios,
en
mis veinte poemas.
a mí no
me alcanzáis ni con anónimos
ni
con saliva,
existo,
entre los metales y la harina y las olas,
entre
el mundo y el cielo, con un corazón lleno de sangre y de rocío.
No villanos,
a
mí no me engañáis,
si
el mundo se transforma,
caed
a la ciénaga, al luto y a la lepra,
al
francés y a la megalomanía,
vargas
vilas con cabezas de zorras,
d'annunzios
de a cuarenta,
a
mí no me asustáis,
con
pequeños insultos, que podéis repetir llenos
de
gozo a vuestras enfermeras,
aquí
estoy
echando
hasta morirme poemas por los dientes,
hasta
que me matéis,
a
veneno y a sombra.
Yo he
conocido rebeldes. Artesanos,
poetas
de frente limpia y de manos limpias,
seres
humanos,
pero
no peste y lepra y pus y callos
como
vosotros.
Conocedme:
Soy
el que sabe y el que canta, y no podréis matarme
aun
cuando os partáis las venas
y
volváis a nacer otra vez entre orines.
Adiós
a muerte,
adiós a vida,
fracasados,
Aquí estoy con harinas y cimientos,
aquí estoy haciendo pájaros,
aquí estoy solo.
Venid horribles seres muertos
a clavar cadáveres en mi alma,
para que en vuestra muerte,
en
el horrible olor a muerte de vuestras muertes,
os
ayude a salir de las tumbas amargas,
en
que estaréis llenos de baba pútrida, con el olvido a cuatro
labios,
y
una víbora negra en la garganta. [6]
El
lenguaje brutal del poema, y el estar dirigido contra personas
a quienes no tenemos por qué lastimar, nos priva de dar a la
publicidad el total.
Sin
embargo, de los fragmentos transcritos, fluye toda la fuerza,
la rebeldía y la musicalidad natural e inconsciente de la poesía
de Neruda. En este momento en que, fuera de sí, deja abiertas
las compuertas de su indignación, nos da una obra que nos permite
escudriñar y analizar en toda su plenitud la modalidad propia
de su verso y la sinceridad de su forma expresiva.
_________________
Estamos
ya en la época de Residencia en la tierra; al llegar
a esta fase de su trayectoria, el artista ha franqueado la cumbre
de su ascensión y ha entrado al otro lado de la montaña, plenamente
en el siglo amargo y desorientado en que vivimos, en este siglo
lleno de anhelos imprecisos y enfermo de la lucha de clases.
Y
de entre todo ese conglomerado vulgar, vasto y sin rumbo, ha
captado el despertar del espíritu, el ansia de liberación y
ha comprendido la búsqueda de la vibración interior de la materia.
Un camino nuevo se ha abierto ante el artista: una poesía más
verdadera, que no excluye ni acepta nada deliberadamente, pero
que se asimila a la vida y en la que las miserias del ser, y
los detalles aparentemente innobles del diario devenir, van
dejando su huella.
Entra
a tientas, tratando de explicarse sus propias sensaciones. Dice
en el primer poema:
Como cenizas,
como mares poblándose,
en
la sumergida lentitud, en lo informe,
o
como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar
las campanas en cruz,
Aquello
todo rápido, tan viviente,
inmóvil
sin embargo, como la polea loca en si misma,
esas
ruedas de los motores, en fin.
Y
más adelante en este poema:
El
día de los desventurados, el día pálido se asoma con un desgarrador
olor frío, con sus fuerzas en gris, sin cascabeles, goteando
el alba por todas partes: es un naufragio en el vacío, con un
alrededor de llanto.
| Ya
está solo, abiertos los brazos, mirando a lo lejos y lanzando
su canto que es orquestación y sugerencia enorme.
Y
nos da todo ese conjunto maravilloso, un poco opaco y áspero,
a primera vista, algo desconcertante por lo nuevo y lo atrevido,
y que se adentra en nuestros problemas que creíamos tan ocultos
a las miradas curiosas y que, sin embargo, resultan ahora universales.
Sería
reproducir todo el libro, o alargarnos demasiado, hacer su comentario
completo. Sin embargo, para dar una primera impresión de la
labor definitiva de Neruda, queremos referirnos a tres poemas
especialmente representativos y, al mismo tiempo, sencillos
y fáciles de asimilar desde el primer momento.
Primero
es El fantasma del buque de carga, poesía pura,
sugerente a lo Edgar Poe, un poco trágica, de emotividad fascinante.
Y
un olor y rumor de buque viejo,
de
podridas maderas y hierros averiados,
y
fatigadas máquinas que aúllan y lloran
empujando
la proa, pateando los costados,
mascando
lamentos, tragando y tragando distancias,
haciendo
un ruido de agrias aguas sobre agrias aguas,
moviendo
el viejo buque sobre las viejas aguas.
Bodegas
interiores, túneles crepusculares
que
el día intermitente de los puertos visita:
sacos,
sacos, que un Dios sombrío ha acumulado
como
animales grises, redondos y sin ojos,
con
dulces orejas grises
En
esta forma maravillosamente musical y poética nos predispone
el ambiente se hace denso y más adelante llega:
Olor de
cuero y tela densamente gastados
y
cebollas, y aceite, y aun más,
olor
de alguien flotando en los rincones del buque
olor
de alguien sin nombre,
que
baja como una ola de aire las escalas,
y
cruza corredores con su cuerpo ausente,
y
observa con sus ojos que la muerte preserva.
Habría
que reproducir el poema todo, su conjunto admirable de descripción
sugerida, de emoción que se nos mete entre cuero y carne...
hay que leerlo lentamente y en voz baja, que las palabras se
hacen pesadas y se arrastran.
Más
adelante...
Sin gastarse
las aguas, sin costumbre ni tiempo,
verdes
de cantidad, eficaces y frías,
tocan
el negro estómago del buque y su materia
lavan,
sus costras rotas, sus arrugas de hierro,
¡Qué
poder de evocación, qué maestría y qué discreción en el uso
del epíteto y de la idea nueva!
Logra
Neruda en esta composición hacer intervenir la emoción espiritual,
a aquellos aspectos materiales de vida, aparentemente insignificantes
y mezquinos. Toda descripción sugerida está formada por esos
pequeños detalles, cuyas existencias propias marcan el fenómeno
total un carácter determinado, e influyen, sin que nos apercibamos,
en la vibración emocional del conjunto.
Neruda
huye de la frase total y presuntuosa y, entrando a la constitución
íntima del fenómeno y de la emoción los reproduce, de lo simple
a lo compuesto.
Sin gastarse
las aguas, sin costumbre ni tiempo,
verdes
de cantidad, eficaces y frías
Por
un procedimiento nuevo y diferente nos da, en forma precisa,
la sensación de inmensidad y de angustiosa grandeza del mar.
Y
dejamos al lector con el deseo de conocer el poema completo,
una de las composiciones más profundamente poéticas de la literatura
hispanoamericana.
Iniciando
casi el segundo tomo encontramos uno de sus poemas más fuertes
y representativos, más impregnados de la cerebralidad de nuestro
momento y de más valentía en el concepto.
Sólo
la Muerte, se llama.
Hay cementerios
solos,
tumbas
llenas de huesos sin sonido,
el
corazón pasando un túnel
oscuro,
oscuro, oscuro,
como
un naufragio hacia adentro nos morimos,
como
ahogarnos en el corazón,
como
irnos cayendo desde la piel al alma.
En
este tono gris y frío, que emociona y se adentra en el espíritu,
sigue y dice más adelante:
A lo sonoro
llega la muerte
como
un zapato sin pie, con un traje sin hombre,
llega
a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega
a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Hay
un modo nuevo de decir todo lo viejo que llevamos dentro de
nosotros:
la muerte
está en la escoba,
es
la lengua de la muerte buscando muertos,
es
la aguja de la muerte buscando hilo,
La muerte
está en los catres,
en
los colchones lentos, en las frazadas negras,
vive
tendida,
También
aquí Neruda usa su nuevo procedimiento. La muerte y las pequeñas
miserias que la rodean, cobran ambiente sordo, de grieta por
la cual se escapa la vida. Todas esas sensaciones inconfesadas
y que tal vez no recordamos haber experimentado, vibran sutil
y calladamente dentro de nosotros, al influjo de su verso.
No
es la frase ampulosa y generalizadora. Nuevamente el crecer
de adentro a afuera, el componer de lo pequeño a lo macizo.
Hay
tragedia y dolor y sentimiento profundo en sus versos. Usa recursos
valiosísimos para despertar en nosotros visiones o estados de
alma imposibles de describir directamente.
Llegamos
finalmente a uno de sus poemas más discutidos:
Rojas
Jiménez, viene volando
Por
sobre todo, y sin tratar de entrar a sus detalles, este poema
es eminentemente sinfónico y orquestal; el ritmo y la armonía
brotan inconscientemente y hacen de él un conjunto grandioso.
El poeta amigo ha muerto y su recuerdo y su espíritu y todo
él se encuentran ligados al camino de la vida.
Bajo las
tumbas, bajo las cenizas,
bajo
los caracoles congelados,
bajo
las últimas aguas terrestres,
vienes
volando.
Más allá
de de la sangre y de los huesos,
más
allá del pan, más allá del vino,
más
allá del fuego,
vienes
volando.
Junto
a bodegas donde el vino crece
con
tibias manos turbias, en silencio,
con
lentas manos de madera roja,
vienes
volando.
Sobre
dentistas y congregaciones,
sobre
cines, y túneles, y orejas,
con
traje nuevo y ojos extinguidos,
vienes
volando.
No estás
allí, rodeado de cemento,
y
negros corazones de notarios,
y
enfurecidos huesos de jinetes:
vienes
volando.
Oh
amapola marina, oh deudo mío,
oh
guitarrero vestido de abejas,
no
es verdad tanta sombra en tus cabellos:
vienes
volando.
No es
verdad tanta sombra persiguiéndote,
no
es verdad tantas golondrinas muertas,
tanta
región oscura con lamentos:
vienes
volando.
Hay vapores
y un frío de mar muerto
y
silbato y meses y un olor
de
mañana lloviendo y peces sucios:
vienes
volando.
Oigo tus
alas y tu lento vuelo
y
el agua de los muertos me golpea
como
palomas ciegas y mojadas:
vienes
volando.
Ya
no es el dolor romántico y ponderado tan cantado por los poetas
del siglo pasado; ahora es el dolor brutal y mantenido; el recuerdo
engarzado a todos los detalles de la existencia; el vacío que
golpea al corazón al choque de cada una de las realidades físicas
y espirituales de la vida, cuyas etapas el poeta se había acostumbrado
a recorrer al lado del ser desaparecido.
Y
como las cosas hondas y como la música verdadera, hay dentro
de este poema tanta sugerencia escondida, tanta emoción almacenada,
que, lentamente, cada vez con más fuerza nos subyuga y nos atrae.
Cada estrofa; algunas aparentemente vulgares o frívolas, ayuda
a dar la impresión de conjunto, a sentir ese dolor y esa tristeza
del hombre de la calle, trivial y gris, de nuestros días.
Este
poema constituye el homenaje más hondamente humano que el poeta
pudo hacer al amigo desaparecido, caído en el camino.
Pero,
para comprender y ahondar en la obra de Neruda no bastan estos
comentarios casi descriptivos de su obra; en un estudio más
serio deberíamos entrar a analizar su ideología, las características
de los distintos temas, su curiosa concepción de la materia
y el papel que ella juega junto al espíritu. Recordemos sólo
sus tres cantos materiales al apio, a la madera y al vino. Estos
poemas son, indiscutiblemente, más originales, más nuevos, más
artísticamente verdaderos. Pero en cambio se necesita para comprenderlos
y gustar su sutil y casi subterráneo sentido, una acomodación
y acostumbramiento mayor. Referirnos a esto significaría alargarnos
demasiado y salirnos del sencillo propósito que tuvimos en vista
al iniciar este estudio. Será para otra oportunidad.
* * *
Comprendo
que la labor que me propuse al iniciar este ensayo, ha resultado
mucho más ardua de lo que pensé en el primer momento; y no tengo
la pretensión de haber conseguido mi intento.
Me
daría por satisfecho si, alguien que leyera este estudio, un
tanto deshilvanado, sintiera nacer dentro de si curiosidad por
conocer este nuevo arte poético, y al internarse en el bosque,
aparentemente impenetrable, que lo oculta, descubriera alguno
de los senderos que llevan a la emoción artística recia y hondamente
humana creada por los poetas de nuestra generación.
Santiago,
Nascimento, 1936
[1] Pablo Neruda,El Hondero Entusiasta.
[2] No resisto a referirme a la exigencia
de muchos de rima y ritmo para las composiciones poéticas.
Hay
quienes parecen creer que la poesía está en la forma exterior
del verso y que la musicalidad y armonía sólo pueden obtenerse
dentro de determinadas reglas. La poesía nueva, por lo mismo
que es inquieta y multiforme, rompe todos los moldes y no
se acomoda dentro de un marco tan artificial como la rima
y el ritmo clásicos, las nuevas creaciones tienen un ritmo,
pero cambiante, identificado con la emoción y la idea del
verso, un ritmo que forma parte integrante de la composición
misma, y que el poeta no ha fijado de antemano.
[3] En un resumen de un estudio de
la poesía, publicado en el volumen del mes de noviembre de
1935 de la revista francesa «Les Mois», encontramos el siguiente
párrafo que confirma nuestra impresión:
Puede
asegurarse que en ningún país de Europa la poesía está tan
próspera hoy en día como en España y América Latina. La joven
pléyade de poetas castellanos que se han agrupado alrededor
del maestro Juan Ramón Jiménez, es más verdadera en talentos
de primer orden que ninguna otra....».
[4] Dice «Les Mois» de noviembre
de 1935:
Sin
embargo, la publicación poética más importante del año, es
incontestablemente el conjunto de dos volúmenes del chileno
Pablo Neruda, «Residencia en la tierra», libro admirable,
obra de un grande y verdadero poeta, de un poeta de
poderoso aliento, de visión amplia y profunda, soberano maestro
de un verso libre cuya técnica recuerda a Whitman, pero cuya
música orquestal, está mucho más cerca de aquella del verso
claudeliano. Limitémonos, por el momento, a saludar a Pablo
Neruda; nos guardamos para hablar más largamente de su obra
más adelante».
[5] Fue mi primera inclinación, complementar
esta charla con un recitado hecho por una persona calificada,
de las poesías de Neruda que me servirían para mis comentarios.
Pensándolo
más sosegadamente, desistí de este propósito y preferí presentarlas
sencillamente leídas por mí.
Es
que la poesía de Neruda se resiste a ser recitada, y así como
se ha librado del preciosismo de las formas y de las normas
académicas del ritmo preestablecido y de la rima, así también
necesita alejarse de esa influencia artificial que la persona
que recita ejerce la que escucha.
La
presencia material del recitador, que trata de interpreta, resulta
siempre en los versos de Neruda en desmedro de su valor artístico.
Con este
convencimiento, trataré sencillamente de leerlos, quitando,
hasta donde sea posible, todo intento de interpretación: En
otras palabras, leeré monótonamente.
[6] Para dar una idea aproximada
de este poema, hemos debido recortar gran parte, y ajustar
diversos trozos, unos a continuación de otros, suprimiendo
algunos versos y tratando de mantener cierta continuidad en
las ideas.
Pedimos excusas a su autor por esta mutilación irrespetuosa
y por este trabajo de acomodación artificial.